Del punitivismo a la criminalización de nuestras exigencias

Una Frida se/nos pregunta «¿en qué momento fue que organizar la rabia y aplicar nuestras propias herramientas punitivas nos convirtió en unas supuestas malas estrategas y autoflageladas?»

Punitivismo
Ilustración de Magui Rivarola

Que escraches sí, que escraches no.
Que si son muchos se pierde el efecto. Que se nos puede volver en contra. Que hay que ser precavides.
Que la exposición nos revictimiza.
Ser punitivista parece ser mala palabra. Pretender  del aparato penal, ese mismo que persigue a les trabajadores sexuales, que criminaliza las protestas y que nos vuelve a victimizar infinidad de veces; la solución punitiva conforme a la justicia que reclaman nuestros cuerpos parece ser una utopía que no deberíamos querer alcanzar. 
Que darle a tal aparato más y más recursos para ejercer el monopolio de la violencia institucional es contraproducente.
Que ensañarnos con los victimarios no hace mella en el entramado de prácticas violentas de este sistema patriarcal.
Que los servicios penitenciarios se manejan con la misma lógica machista y misógina que denota la cultura del afuera; y que no surte ninguna suerte de «rehabilitación», si es que acaso es eso posible.
Que la estigmatización termina siendo una tiranía vengativa. Que no es lo mismo escrachar a un pibe de 15 años que a un tipo de 47.
Que el auto-cuidado tiene que ser nuestra herramienta porque, cuando se nos viene en contra, la cara represiva del aparato no escatima en crueldad.
Que todo esto seguramente carga con algo de verdad y no deja de ser uno de los tantos debates que constantemente atraviesan nuestros cuerpos y nuestras militancias.
Pero, resulta inevitable  re-pensarme(nos) y cuestionarme(nos); ¿quién nos dijo, otra vez, que no podemos decidir el camino a recorrer? ¿Quién nos hizo creer, de nuevo, que para sanar íbamos a tener que callar? ¿En qué momento fue que organizar la rabia y aplicar nuestras propias herramientas punitivas nos convirtió en unas supuestas malas estrategas y autoflageladas?
¿Acaso no es esta especie de catarsis colectiva absolutamente acorde al momento histórico que atraviesan nuestras luchas?
¿Acaso no es gracias a eso que ya no importa si nos desfiguraron, si nos gritaron «rica te chupo todo» en la calle, o si nuestra ex pareja nos hostigaba, para que nos tomen una denuncia?
¿Acaso no es gracias a eso que ya no tenemos que medir nuestra condición de más o menos víctima para que se respete nuestro dolor?
Es que si hoy contamos lo que nos pasó y lo hacemos público, la grupa organizada nos devuelve asilo y contención.
Que siempre el victimario va a encontrar cómplices, sí, cómo no. Pero la condena social que aplican nuestres pares nos hace sentir protegidas. Y eso lo vale.
Probablemente el debate atemporal, sobre si «punitivismo sí o punitivismo no» quede inevitablemente relegado para un momento en donde las heridas ya no supuren tanto.
Hasta entonces, no dejemos de exigir al Estado que se vuelva a construir, más justo, más íntegro, más eficiente. Y, por sobre todo, más reparador.

Juliana Núñez, 25 años. San Juan Argentina. Redes sociales: Facebook

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