Celia nos habla de cómo la industria pornográfica busca anular la representación del goce femenino y la influencia de eso en nuestras vidas íntimas
Aún me acuerdo de lo que significó para mí conocerme en todos los sentidos: me recuerdo en aquella noche solitaria de estudiante, ya bien crecidita, a oscuras conmigo misma, y sintiéndome como une niñe traviese se siente cuando hace algo que no debe. Más tarde vino el porno, y con él la normalización de que el deseo sexual del hombre se priorizara ante el de la mujer. Ni siquiera me cuestionaba la forma de hacer, en qué posición nos dejaba o si aquello que veía pertenecía a un eslabón más del patriarcado. Anuncios de cuerpos de mujeres delgadísimos a disposición del hombre, veinticuatro horas, en todas las posturas y como ellos deseasen. Sin embargo, es difícil encontrar la sexualización a ese nivel del hombre desde el punto de vista comercial, tampoco lo quiero. No es al punto al que quiero llegar.
Las mujeres estamos a la cola, hasta en el deseo, hasta en lo más primitivo y natural que tenemos. Poco a poco fui entendiendo que yo, solo yo, decido qué quiero hacer y cómo, cuál es mi cánon de belleza y con qué me siento cómoda. La industria del porno es otra pata más de este sistema desigual, no cabe la menor duda, y mucho nos queda por trabajar para que las mujeres nos liberemos a todos los efectos y niveles. No hace muchos años atrás, un estudio reveló que aún muchas de las actrices de la pornografía seguían siendo víctimas del mundo de la trata. Tenemos un problema mayor, y es que la edad media del primer click en Internet es a los ocho años. Tenemos dos opciones: o educación sexual, o educación sexual. Nuestres niñes necesitan educarse en un deseo sano, el que nos nace, el que nos tenemos como personas; no podemos dejar que la industria se apodere del concepto de sexualidad, que nos vendan esta violencia descarada y machista y que este mundo siga siendo una máquina de crear personitas con tan poca perspectiva de género.
Para ello, necesitamos hablar con claridad. Y también creer en proyectos bonitos como el de la webserie X-Confessions, de la directora Erika Lust. La directora sueca intenta darle una vuelta de tuerca a la situación presentando un porno sano, que parte de una raíz profundamente feminista y que, además, cree tanto en el contenido como en la forma. El resultado son seis capítulos eróticos y estéticos, donde las fantasías sexuales navegan en un mundo con personas distintas, paisajes diferentes y sexo diverso. En su entrevista en el periódico El País revelaba que “el porno no es malo per se, pero a veces se convierte en un género negativo. Por eso es importante entender el contexto y ofrecer explicaciones, porque si no es como ver volar a Superman: sabes que no es real pero podrías llegar a créertelo”.
Necesitamos una revisión urgente de este panorama, liberarnos de los dogmas morales que tienen su origen en el catolicismo más rancio desde el franquismo, si hablamos del caso de España, y dejarnos educar en conciencia sexual, para que las nuevas generaciones tengan todas las herramientas posibles. Sin cortinas. La violencia machista está creciendo en la adolescencia, Internet ha venido sin filtro y ha venido para quedarse. Cojamos las riendas y construyamos un mundo más solidario y honesto. Paremos de crear productos violentos, completamente descompensados y alejados de la realidad.
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