Sansa, una figura de Game of Thrones poco apreciada, pero muy real y más cercana a nuestra realidad feminista que el resto de personajes.
Cuando pregunto, a casi nadie le gusta Sansa y debo reconocer que a mí al principio tampoco, incluso la odiaba, pero ahora la admiro.
De hecho, la admiro mucho y creo que debo -que debemos- apropiarnos de su figura y acogerla a nuestro lado.
Porque Sansa somos nosotras, hermanas.
¿Quién de nosotras no se perdió en su día entre ideas de un amor romántico, principesco y de complacencia al otro, olvidando nuestro autocuidado?
Pero eso es pasado, ahora Sansa ha madurado y nosotras, al igual que ella, hemos elaborado y reafirmado un discurso empoderado, de ideas claras, sin miedo a presentar batalla para luchar por lo que creemos justo.
Sansa somos nosotras, por mucho que duela y por poco que queramos identificarnos con ella.
Las bodas de menores y concertadas, los abusos, las violaciones, el maltrato físico y psicológico… Son pequeñas píldoras de nuestra realidad, sufridas por muches, denunciadas por todes.
Sansa es un personaje crudo, como crudo es este mundo y por ello ha desarrollado una personalidad compleja, con sus matices, sus claroscuros, sus debilidades y su profundidad.
Ella dice que su piel ha mutado, pero con ella han cambiado su mente y su personalidad.
Una esencia verdadera, creíble, con sus cicatrices, sus vergüenzas y sus triunfos. Como la nuestra.
Sansa es el ejemplo máximo de resiliencia y de cómo se transforma el dolor en fortaleza.
Sabemos que el proceso ha sido largo y muy duro, pero sus experiencias le han otorgado una mayor grandeza, solidez y resistencia.
Y estoy segura de que luchará por ella y por su familia.
Como haríamos nosotres.
Así que Sansa somos todes.
Porque para ser una gran luchadora no es necesaria una espada.
Porque es capaz de curarse las heridas sin magia.
Porque sabe ser una líder para les suyes, no para el trono de espadas.
La paloma se ha transformado en loba y yo, hermanas, quiero aullar a su lado.
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