Esta Frida comparte su historia personal sobre cómo pasó de criticar a las mujeres, a comprender el poder de la sororidad.
Reconozco que durante muchos años me he llevado mejor con los hombres que con las mujeres. Tenía colegas, varones, pero no amigas, porque a las mujeres no las entendía, las criticaba e incluso usaba expresiones machistas con ellas.
Confieso que durante mucho tiempo, cuando una mujer me miraba de arriba abajo con desprecio, pensaba algo malo de ella. Y luego, pensaba algo malo de mí que justificara que me hubiera dirigido esa mirada sin siquiera conocerme.
También reconozco que por muy buenos amigos que tuviera, había un punto, el de ser mujer, que ellos no lograban compartir conmigo; o yo con ellos, no lo sé.
Admito que sentía, sin saberlo, una soledad que me ardía en las venas, en los ovarios, en las hormonas, en los desamores. Era un tipo de soledad que no pude reconocer hasta que tuve una verdadera amiga.
Hasta que gracias al feminismo hice una revisión profunda de creencias y comportamientos y descubrí que me había masculinizado. Que sin considerarlas enemigas, sí que le había hecho el juego al machismo no sintiéndome unida al resto de mujeres del mundo y, que para encajar entre ellos, usaba palabras y expresiones que en realidad nos atacaban a todas.
Había caído de bruces en el divide y vencerás, dándole la victoria a quienes se beneficiaban de esa falta de unión.
Con asombro, tuve que admitir que era feminista pero para mí. Alzaba la voz, protestaba y me indignaba, pero aún no había llegado al punto de comprender que me mantenía separada de las demás, y que eso, me hacía tener la creencia debilitante de que estaba sola en esta lucha.
Pero, como todo en esta vida llega, también a mí me llegó el regalo de descubrir a las mujeres. Su creatividad, su sensibilidad (algo de lo que yo huía), su sentido del humor, su complicidad, su no rendirse, su forma de ver el mundo, su saber escuchar. Su determinación para derrocar un sistema injusto con la paciencia de quienes llevan siglos tejiendo algo más grande que ellas mismas.
Y eso, abrió las puertas para que comprendiera la soledad que me había habitado, y que sólo se me aliviaba rodeada de hermanas que entendieran los padecimientos que había disimulado, para no llorar “como una chica”. Sólo con su fuerza y su apoyo podía reconectar con mi poder y sobrevivir en este mundo a veces tan hostil. Sólo con su sinceridad descarnada, sus palabras directas para espabilar y su relato de experiencias propias, podía reconocerme, aprender quién era yo y fortalecerme.
De este modo me di cuenta de que, para mí, el feminismo no es sólo el activismo, las charlas o las manifestaciones. Para mí, el feminismo es ir por la calle y sentir que estoy acompañada de amigas. Que si las necesito acudirán y que si me necesitan aquí estoy. Es reconocerme en las otras aunque no las haya visto nunca. Ayudarnos aunque no estemos de acuerdo en muchas cosas. Comprender el verdadero significado de: si tocan a una, nos tocan a todas.
Saber que estamos unidas por algo profundo y antiguo que nos atraviesa como un río silencioso y nos mantiene fuertes incluso en los peores momentos.
Así que, si hoy tuviera que pedir un deseo, lo tendría claro: quiero que todas las mujeres tengan la oportunidad de conocerse, de hablarse, de saberse hermanas, amigas, cómplices y compañeras. Que nos reconozcamos como tribu, nos abracemos y nunca, nunca más, volvamos a enfrentarnos o a creernos enemigas o competidoras.
Porque cogidas de la mano y trabajando todas a una, es como lograremos aquello que nos propongamos.
Teresa Lozano Martínez, 37 años.
Madrid.
Blog: http://www.desamorycolera.wordpress.com/ Instagram: @desamorycolera
2 Comentarios
Hola Teresa
Me encanta tu reflexión y esa forma de transmitir tus vivencias y emociones.
Gracias por deleitarnos.
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