El 1 de enero de 2022 fue un primer día del año muy especial en Sensolandia. Aparte de la resaca característica de este día que por convención social los sensolandeses consideran especial, una bruma se instaló sobre el pueblo para no abandonarlo durante los 12 meses siguientes.
2022 fue el año de la masturbación en Sensolandia, pues la bruma que se posó sobre sus tejados aquel 1 de enero instauró la imposibilidad de las relaciones sexuales que incluyeran a más de una persona, lo cual redujo las posibilidades de disfrute sexual a las referidas a une misme; aunque elles al principio no estaban familiarizades con esta posibilidad.
En muchas casas aquello fue vivido como una tragedia. ¿Cómo podría la novia no disfrutar del cuerpo de su novio, cómo podría la quiosquera no buscar a su marido la noche de cada viernes, cómo podría Arsenio no dirigirse en la oscuridad a los bosques para encontrarse con Alfonso y amarse bajo las estrellas, cómo podría Lucía no beber el néctar del coño de Nuria? La imposibilidad del sexo compartido se instauró como una losa sobre las espaldas de les habitantes de la tierra de la sensualidad por antonomasia. En Sensolandia, tan abierta y dada al placer compartido, se inauguró una nueva época: la de la abstinencia.
Todo se sucedió así.
En enero andaban todes confuses. En febrero, los cuerpos de los sensolandeses empezaron a prepararse para la primavera. La sangre corría más fluida y veloz por las venas de todes. En marzo, las entrepiernas comenzaron a mostrarse fatigadas, hastiadas de no desvestirse para nadie. En abril, algo ocurrió.
Era la primera noche cálida del año. Los sensolandeses salieron a los bares en mangas de camisa. Se veían piernas desnudas, tobillos peludos, escotes sudorosos, labios rosados. Todes parecían traspirar más de lo acostumbrado. El aire era espeso, tanto que parecía que aquella fuera una noche de julio, aún tratándose de un temprano 13 de abril. Olía a flores y a especias. A eso de las 11 de la noche, todes empezaron a sentir una extraña urgencia por volver a casa.
Un hilo invisible les invitaba a levantarse de las sillas, a abandonar los bancos, a reconducir sus pasos hacia sus casas.
Lucía fue la primera en alcanzar el rellano de su hogar. El calor parecía aumentar con la caída del manto nocturno. Nadie entendía nada. Nadie conseguía explicarse cómo era posible esa temperatura. Lucía sintió, al igual que todes les demás, la acuciante necesidad de quitarse la ropa. Encendió luces y subió al trasterillo en busca del ventilador. Lo colocó frente a su cama, de espaldas a la ventana abierta, y se tumbó para dejarse acariciar por el aire removido.
Arsenio pulsó el botón de encendido del aire acondicionado, encaramado a una silla, porque no sabía dónde había dejado el mando el verano pasado. Ya desnudo, se sentó en su silla baja de mimbre con las piernas abiertas.
Así, todes y cada une de los sensolandeses intentaron poner remedio al calor que los asfixiaba. Iluses.
Exactamente a las 23.59 del 13 de abril de 2022 se encendió una llamita azul sobre la cabeza de cada sensolandés. Todes miraron hacia arriba al caer en la cuenta de que una nueva luz los alumbraba. Y esa fue la señal definitiva del año del fuego: el calor provenía del interior de les habitantes y no de las inclemencias atmosféricas.
La llama azul se desplazó por la piel de todes, para detenerse solo en los genitales desnudos. Por el camino, fue acariciando orejas, párpados, clavículas y pezones. Los sensolandeses estaban enloquecides de excitación. Todo su cuerpo se convirtió en una llama azul, en un grito fogoso. Nadie sabía ciertamente cómo apagar aquel fuego.
Pasaron los días, y las llamas seguían allí. La comunidad se reunió en asamblea. Lucía, que por aquel entonces tenía 65 años y llevaba 3 siendo alcaldesa, compartió con todes una historia:
Mi tatarabuela Nuria me contó una vez un cuento. Yo tenía 15 años, y por aquel entonces no entendí nada, pero ahora entiendo que todo tenía un propósito. Sólo fue anoche, mientras dormía, que recordé esta historia.
Ella me contaba que hace muchos, muchos años, en este pueblo, habitó una muchacha llamada Margarita. Obligada a casarse con un primo mayor que ella por conveniencias familiares, durante años tuvo que aguantar relaciones sexuales totalmente insatisfactorias con el marido insípido. Una noche, cansada de esos encuentros siempre en la cama y siempre en la oscuridad, Marga salió a dar un paseo por los montes cargados de olivos. Allí, entre las ramas, se le apareció una llama. Era de color azul eléctrico y ascendía, a veces violeta, hacia el cielo estrellado. La llama le habló y le contó un secreto. El que hoy vengo aquí a compartir con todes vosotres. Susurrando, le encomendó una tarea ingente: la de buscar su propio placer. Para ello, disponía de todos los sentidos humanos y de un mapa que la fogosa presencia le había marcado en la piel, como un tatuaje.
Así, Marga volvió a casa y, escondida en la cocina, comenzó su búsqueda. La robusta mesa de madera fue su refugio y la muchacha, guiada por el mapa cutáneo, consiguió leer, como si de braille se tratase, su propia piel. Esa noche se registró en Sensolandia el único terremoto jamás acontecido en la región, cuando Margarita tuvo un orgasmo consigo misma, ayudada tan sólo de sus manos y su respiración. Creo que las llamas han venido a mostrarnos el camino de nuevo. Hemos estado tan ciegues… descuidando nuestra propia piel, terminamos olvidándonos de que, para compartirnos plena y conscientemente, hemos de empezar por conocer el camino a nuestro propio tesoro.
Los sensolandeses observaron las llamas sobre sus cabezas y sonrieron. Así que no eran más que una señal… un recordatorio de lo que habían olvidado.
Aquella noche todes regresaron a casa y pasaron muchos minutos preparando sus propios rincones, al igual que Marga hizo con la mesa de la cocina. Algunes encendieron velas, otres pusieron música, algunes se perfumaron, otres se endosaron su mejor ropa interior. Muches usaron espejos, otres sillas, camas, bañeras e incluso ventanas. Las llamas azules iluminaron un mapa oculto que solo resplandecía bajo su luz. Las manos recorrieron en conjunto kilómetros de terreno corpóreo, hectáreas y hectáreas de piel tersa, de pelo rizado, de brillos jugosos.
Los sensolandeses experimentaron un orgasmo colectivo aquella noche. Las llamas los acompañaron durante muchos días aún, para terminar marchándose a las 23.59 del 31 de diciembre. Aquel año todes y cada une de los habitantes de Sensolandia invirtieron muchas horas en conocerse y disfrutarse. El paisaje se volvió especialmente frondoso, al igual que los placeres sexuales que les tocantes regaron y cultivaron. Fue el año en que todes se marturbaron peligrosamente. Intensamente se tocaron, intensamente se amaron, intensamente experimentaron.
2023 fue el año de recoger las frutas. La bruma que había llegado hacía ya un año se alejó rumbo al norte, quizás a la búsqueda de otro pueblo necesitado de sensualidad solitaria. Exultantes, los sensolandeses comprobaron que ya nada les impedía volver a follarse. Pero el follar, desde aquel año, se convirtió en algo totalmente nuevo. Lleno de nuevos mapas, otras islas que conquistar (párpados, nucas, rodillas), plagado de sensaciones electrizantes.
Las llamas azules permanecieron dentro de todes y, aún a día de hoy, todo sensolandés nace con un pequeño tatuaje flameante en el pubis. Si algún día encontrases a algune, deberás tan solo dejarte llevar, pues las llamas te enseñarán el camino.
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