Marta nos habla de nuestro cuerpo, un templo de arte que no debería ser menospreciado.
Ojalá mis piernas fuesen más largas o más cortas, algo más anchas por aquí y más estrechas por allá.
Ojalá mis pechos fuesen simétricos y pudiese cambiarlos de tamaño según el día. Los pezones del tamaño exacto y con una forma que pareciesen dibujados.
Ojalá no saliese ese michelín por ahí, ese pelo al que quito y odio, las estrías y la celulitis.
Ojalá mi culo fuese del tamaño supuestamente perfecto: ni grande ni pequeño, respingón pero sin pasarse, sin hoyuelos ni piel de naranja ni ningún tipo de marca.
Ojalá tener una cara maravillosa, con ojos grandes, claros, oscuros, nariz esculpida en mármol y labios jugosos que esconden unos dientes cual teclas de piano.
Y melenaza de colores que elegir como un filtro de Instagram.
Ojalá entender que nos vuelven locas diciéndonos cómo se supone que tenemos que ser.
Ojalá nos quisiésemos como somos.
Que no haya tantas personas que se coman sus emociones o busquen en la comida saciar esa necesidad de amor. Que no la utilicen como recurso para tragarse lo que no dicen, lo que ‘deben’ callar.
Ojalá no haya personas que dejen de comer para intentar llegar a un canon absurdo y dañino y que terminen deseando volverse invisibles.
Porque nos han dicho que nuestro cuerpo tiene que ser perfecto para que nos quieran. Pero eso es una trampa porque ¿qué es perfecto?
Nos han dicho que según como sea nuestro cuerpo nos podemos poner o no determinada ropa y que, hagamos lo que hagamos, se nos va a juzgar por él.
‘Mira que pantalones cortos lleva esa, ¿no se da cuenta de que no tiene cuerpo como para eso?’ ‘¡Uy! va sin sujetador y se le marcan los pezones, que descarada.’ ‘Fíjate que hace topless y no tiene nada de pecho, parece un niño de 12 años, ya se podía poner una parte bonita de arriba y con relleno para que le dé forma.’
Su cuerpo. Mi cuerpo. Tu cuerpo. Nuestro cuerpo.
No hay límites y barreras. Nos han metido tan dentro mil y una normas que vemos los defectos por todos lados.
En otros cuerpos pero sobre todo en el nuestro.
Y si no los vemos nos los hacen ver. ‘Qué guapa eres de cara’, ‘ponte al sol que estás muy blanca’, ‘tú no comes, ¿verdad?’.
Y nos castigamos por ello. Y nos prometemos que si conseguimos el cuerpo deseado seremos felices.
¿Y porqué no lo somos ahora?
¿Porqué no dar un golpe en la mesa y querernos como somos?
Porque nuestro cuerpo es vida. Es poder movernos con él, respirar, sentir el tacto de otras personas, su olor. Es mirar al mundo y sentir sus vibraciones. Nuestro cuerpo es calma y orgasmo, es hambre y placer.
Y bastante han intentado encorsetarnos. Ya está bien. No somos muñecas ni queremos serlo. Tenemos arrugas, cicatrices y pliegues en la piel. Algunas podemos correr y saltar alto. Otras se deslizan en silla de ruedas o pintan con los pies.
Y eso está bien. Todo está bien. Todas estamos bien.
Porque nuestra proporción no se mide en palmos o centímetros sino en función de lo que nuestro cerebro quiere ver.
Podemos acabar con los juicios y prejuicios. Podemos luchar contra los ‘deberías’ y los ‘tienes qué’. Podemos entender que la salud no se ve siempre desde fuera y la salud mental menos.
Podemos ser felices como somos y podemos hacer del mundo un lugar más amable para nosotras.
Empieza contigo misma. Con tu cuerpo, con sus circunstancias.
Míralo con cariño buscando lo positivo, no intentando encontrar las ‘7 diferencias’.
Y amplía el círculo.
Porque al final somos mucho más que nuestro cuerpo.
Somos hechos, sentimientos, pensamientos y momentos.
Y descubriremos una gran verdad.
Que la belleza está en todas partes y, hermanas, todas somos arte.
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