Una Frida nos cuenta su experiencia personal, nos abre su historia para invitarnos a reflexionar sobre aquello que pasa cuando nos sentimos lejanes de todo lo que nos rodea.
Recientemente, mis circunstancias personales me han llevado a sentirme lejanamente cercana de todo lo que me rodeaba. Observaba mi vida como a través de una pantalla transparente sin entender por qué, de pronto, ya no podía conectar con mi entorno.
Cuanto más trataba de seguir como si nada, más agotada me sentía, cuanto más prestaba atención a la gente de mi alrededor (intentando entender qué me pasaba a mí), más me angustiaba y cuanto más luchaba contra lo que sucedía, más me devoraba. Las conversaciones me parecían vacías de significado, ver a la gente hacer su día a día me parecía marciano, consultar mis redes sociales y observar las publicaciones de les demás, ajeno. No me reconocía y no lograba encajar con la gente, por mucho que me animaran a seguir. ¿Cómo explicarles que era una muñeca sacada de su mundo conocido y que flotaba en medio de un huracán que se estaba llevando todo lo que antes me hacía sentir segura? Ya nunca sabía qué pasaría mañana o en unas horas. Siempre alerta, estresada, tensa, reaccionando.
Sólo cuando de noche me sentaba a oscuras a fumarme un cigarrillo en el balcón, mientras la lluvia me mojaba la cabeza, lograba algo de serenidad. El resto del día fingía, sonreía, hablaba, caminaba. Repetía las mismas palabras una y otra vez, agradecía el apoyo y trataba de no incomodar al resto con mi desesperación. Estaba cansada constantemente. Triste. Lloraba sin parar, rogaba al universo que me ayudara. Y deseaba que llegara la noche para estar sola; sin ruido, sin luces, pudiendo tumbarme en el suelo sin que nadie me juzgara; porque hasta sentarme en el sofá o poner la televisión no encajaba con la nueva realidad.
Me sentía sola.
¿Cómo explicarles a les demás que cuando elles se iban yo seguía inmersa en la pesadilla? ¿Cómo encontrar las palabras para que entendieran el espanto de lo que vivía? No podía. El dolor y el miedo son intransferibles. Absoluta y desesperantemente personales.
Tenía que replantearme todo: ¿qué tiempo tenía libre? ¿qué trabajo podía
buscar? ¿dónde podía vivir? ¿qué ingresos tenía y cuánto necesitaba? ¿cómo podía mantener mis relaciones? Nada había sobrevivido a la avalancha. Exhausta de no entender nada, me vi en la obligación de aceptar que era yo, mis circunstancias y las herramientas que encontrara para adaptarme. Mi vida, ya no existía. Ahora empezaba de cero. Y una vez aceptado eso, una sensación de tranquilidad se instaló en mí porque por fin dejé de luchar y de empeñarme en ponerme un “traje” que se me había quedado pequeño.
Ha sido, y es, una etapa de esas que crees que le pasan a otres, y no negaré que es dura, pero he descubierto que esa distancia que sentía con el mundo, en realidad no era más que yo misma evolucionando. Ese alejamiento se debía a que estaba entendiendo las cosas de manera diferente, comprendiendo la vida desde otra perspectiva, aumentando mi conocimiento, mi empatía y mi auto descubrimiento sobre lo fuerte que puedo llegar a ser. Así que una de las muchas cosas que estoy aprendiendo es, que el concepto distancia no es solo espacial o temporal. Es también emocional, psicológico y existencial.
Y por si le puede servir a les que estáis leyendo esto y os sentís identificades, os digo que no os rindáis. Sois más fuertes de lo que creéis y aunque parezca que no, sobreviviréis.
Teresa Lozano Martínez, 37 años.
Madrid. Instagram: @desamorycolera
Diciembre 2019.
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