¿Qué pensarías al ver a miles de personas vistiendo ropas fúnebres, escribiendo un testamento y entrando en un ataúd para ser enterradas?
Esto es lo que desde hace unos años está ocurriendo en Corea del Sur.
Hace unos días una amiga me regaló un libro. Lo primero que leí al abrirlo fue que el autor había acudido en vida a su propio funeral. Empezamos bien. Sin embargo no había nada de dramático en ello. Había elegido fingir su funeral para recapacitar sobre su propia vida.
Los funerales falsos son una iniciativa cada vez más popular en Corea del Sur, que resulta ser uno de los países con el índice de suicidios más alto del mundo. Tanto es así, que un buen día, una empresa funeraria decidió comenzar a ofrecer este servicio para personas vivas y en todo su raciocinio. El motivo no era otro que ayudar a las personas a reconsiderar su vida y sus decisiones.
La muerte no es sólo un tema intocable, la muerte es «el tema». Resulta difícil escuchar sobre ella, hablar sobre ella, escribir sobre ella, pensarla. De hecho ni yo sé muy bien cómo escribir estas líneas sin que una oleada de sentimientos me sacudan a cada golpe de teclado. No son malos, ni buenos, pero tienen la fuerza de un tsunami batiendo mi cuerpo.
¿Por qué a veces necesitamos acercarnos a la muerte para empezar a valorar la vida? Es una frase cliché que todo el mundo se ha preguntado en algún momento. Pero tiene sentido, el ejemplo más sencillo es recordar cómo te sientes cuando te pones enferma y sólo entonces empiezas a valorar la alegría de vivir sin dolor.
Necesitamos recordatorios. Quizás no hace falta que nos metamos dentro de un ataúd para empezar a apreciar todo lo que nos rodea, pero todo el mundo sabe que es más fácil aprender de las experiencias intensas, supongo que el secreto es que quedan grabadas por más tiempo en la mente y podemos acudir a ellas con mayor rápidez. Acudir a tu propio funeral me parece algo difícil de olvidar.
Sea como sea, una de las cosas que más me llamó la atención al investigar sobre estos funerales, fue que las personas deben escribir un testamento antes de entrar en el ataúd. Hasta aquí todo lógico, pero pronto viene la bomba. El testamento que se escribe no habla del futuro, no habla de la casa que aún no has comprado o la descendencia que aún no has tenido. Habla del presente, de lo que tienes aquí y ahora. No puedes repartir cosas que no existen. No tienes más de lo que tienes en el presente. Porque no existe nada más.
¿Qué tal si escribes tu propio testamento en un papel? Sólo para probar qué se siente. Imaginando mi testamento me doy cuenta de que lo más importante que tengo para dar a los demás no es dinero, es el tiempo que he ofrecido a quien más quería. Es todo lo que llevaba dentro y he sacado pese a mis miedos. Ese es mi legado. No hay nada que tenga que sea más valioso.
¿Cuál es el tuyo?
¿Cúanto tiempo vas a esperar para dar al mundo lo mejor que tienes?
¿Cúanto para perdonar a las personas que amas?
¿Cúanto para perdonarte?
¿Cuánto para lanzarte a esa nueva aventura?
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