¿Te has puesto a pensar qué privilegiada, privilegiade, eres al poder estar leyendo esto? ¿Al poder pensar sobre feminismo y poder reflexionar conscientemente sobre tu realidad cotidiana? ¿No piensas que poder estar escribiendo esto, como lo estoy haciendo yo ahora, es también una muestra de privilegio si nos comparamos con la gran mayoría de las mujeres y minorías de género en todo el mundo?
A veces parece tonto tener que detenernos a pensar en algo que sentimos totalmente naturalizado: el feminismo ha llegado para quedarse. Pero, ¿ha llegado a todas y todes por igual? ¿Tiene el mismo poder y la misma fuerza en todas partes del mundo? ¿Existe el feminismo como lo entendemos nosotres en el mundo urbano y de las grandes ciudades en los lejanos rincones rurales de cada uno de los países desde los cuales escribimos, leemos, participamos, reclamamos? ¿Somos realmente conscientes de los privilegios que la mayoría de nosotres tenemos?
La realidad es que aún hoy en día millones de mujeres en todo el mundo siguen siendo invisibles, incluso para el feminismo que conocemos y por el cual nos sentimos tan atraídas. El acceso a la educación y a la formación en feminismo es realmente un derecho que muy poques podemos disfrutar. A veces esto hace que algunos sectores del feminismo sientan que son la voz oficial, que se autoproclamen referentes o que incluso busquen silenciar a otros sectores que reclaman también por su existencia, por hacer de ella algo menos indigno y más justo.
En los últimos tiempos, el avance masivo de la conciencia feminista ha permitido que eso que antes eran pequeñas olas de lucha se transforme en una verdadera marea en todo el mundo. Sin embargo, esto también ha hecho que las discusiones y los debates dentro del movimiento se complejicen. Si bien esto siempre es bienvenido, la realidad nos está demostrando que más que abrirse las puertas de un intercambio provechoso y estimulante, algunos sectores del feminismo están utilizando distintos métodos para mantener fuera del mismo a quienes consideran por lógica invasores o elementos externos que no deben pasar hacia adentro.
Ya sea respecto a la inclusión de la realidad trans y travesti en el feminismo o de la inclusión de las y les trabajadores sexuales, hay momentos en los que pareciera que este hermoso movimiento va virando hacia actitudes un tanto peligrosas. Pero sin querer entrar en esos debates que sirven para que algunes difundan odio y violencia hacia sectores natural e históricamente vulnerables, también quiero invitarles a pensar aquí en qué estamos fallando cuando no incluimos dentro de la lucha a los reclamos de las mujeres campesinas, aborígenes, negras, gordas, lesbianas, mujeres con capacidades diferentes o trabajadoras populares.
La vida cotidiana de todos estos grupos que acabo de mencionar dista mucho y en gran modo de la realidad que nos toca vivir a las que por una suerte del destino nos tocó nacer con la piel blanca y dentro de una familia de clase media, con un entorno que nos permitió estudiar y elegir una carrera, que nos tiene hoy pensando todo el tiempo sobre las prácticas a cambiar y que nos da tiempo libre para usarlo, si así lo deseamos, para asistir a una marcha o congregarnos para pedir cambios profundos en las legislaciones.
Aunque todes ya reconocemos que la violencia machista es algo que cualquier mujer o cualquier integrante de una minoría puede sufrir, debemos permitirnos reconocer que la existencia de muchas mujeres desborda esas problemáticas porque a ellas se le suman muchas otras que tienen que ver con el acceso al trabajo, las condiciones habitacionales, el derecho real y consciente a la planificación familiar, las dificultades para tomar decisiones sobre sus economías personales, la imposibilidad de pensar sobre su futuro porque la inmediatez tapa cualquier otra cosa a resolver, etc.
Que una mujer gorda pueda hacerse visible en el medio de un mundo de cuerpos hegemónicos, que una mujer trans pueda decidir sobre su proyecto laboral, que una mujer indígena no esté condenada a depender económicamente de los hombres de su comunidad, que una mujer con discapacidad pueda ser incluida dentro de la realidad cotidiana sin miramientos o que una trabajadora sexual pueda organizarse para tener ciertos amparos desde los cuales organizar más dignamente su vida son todos elementos que conforman un grupo importante de reclamos muchas veces invisibilizados por los medios masivos de comunicación pero, también, por algunos sectores del feminismo que han copado la parada y que no quieren dar el brazo a torcer sobre quiénes pueden ponerse a su lado a luchar y quiénes no.
Así, en este mes en el que en Proyecto Kahlo hablamos de «Ni Una Menos», me gustaría que pensemos en esa frase como una puerta que se nos abre hacia un feminismo mucho más incluyente y mucho menos soberbio. Vamos, que también podríamos crear el término «feminisplaining» y muchas seguramente podrían decir haberse sentido víctimas de tal fenómeno. El no dejar afuera a ningún sector vulnerado por la violencia machista y por las estructuras espantosas de un patriarcado al cual todavía le falta mucho para caer no es solamente un acto de solidaridad o de sororidad. Es un acto de justicia social y de igualdad. Ni una menos afuera, todas juntas y codo a codo.
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