La sociedad en la que vivimos no es neutra. Tiene claros mensajes de cómo deben ser las cosas, de cómo deben ser las personas, de cómo deben ser las relaciones, de cómo deben ser los cuerpos.
Todas las ideas que emanan de ella las absorbemos de tal manera que casi forman parte de nuestra propia piel y cultura individual, sumando así, cada une, un granito más que subraya la importancia de que las cosas tengan que ser “como está mandado”.
Casi sin darnos cuenta vamos cacareando todo eso que hemos aprendido sin saber si realmente nosotres pensamos verdaderamente así. Es lo que nos han dicho. Es como tiene que ser. No hay cuestionamiento de manera inercial. Me lo dicen, me lo creo. Y punto. Y esto funciona tan por inercia que casi da miedo.
El peligro de este funcionamiento apunta hacia varias direcciones que podemos sintetizar en “hacia dentro” y “hacia fuera”. Hacia dentro porque muchas veces no tenemos ni la más mínima idea de lo que pensamos verdaderamente con respecto a algo con lo que nos han estado bombardeando, de manera activa y pasiva, con mensajes que sólo van hacia una dirección.
Simplemente compramos el mensaje, convirtiéndonos en receptáculos pasivos que promueven ideas viejas y sesgadas que sólo podemos aclarar mediante la reflexión crítica y autocrítica (y bien sabemos que nos educan en “tener la razón”, por lo que eso de cuestionarse parece que lo asociamos a destruir nuestra identidad, pero este es otro tema para ver en otro momento).
La ausencia de autocrítica y de crítica social acerca de los mandatos que nos impregnan hace que corramos el enorme riesgo de convertirnos en una pieza más del engranaje discriminatorio que existe en nuestra sociedad. Por eso, la autocrítica y la crítica social apelan a la responsabilidad individual (quiero hacer un paréntesis aquí para decir que cuando me refiero a autocrítica me refiero a hacerla desde el amor, como escribí aquí, tampoco hace falta flagelarse para deconstruirse).
Y es que no ver más allá de lo que nos dicen es no vernos y es un no ver generalizado, llevándonos a una ceguera de duras consecuencias; ya no sólo para nosotres y para la conquista de nuestras libertades internas, sino para les demás, para ese “hacia fuera” que comentaba más arriba.
Esto se hace presente, entre muchas otras discriminaciones, en la discriminación de los cuerpos. Los cuerpos gordos, los cuerpos no-normativos se ven oprimidos por ese status quo que nos han vendido como lo apropiado, y se las han apañado muy bien para que tengamos un largo argumentario para atacar aquello que es visto como «no-normal», que en realidad es «no-normativo».
Cultura de lo normativo y TCA
«Lo normativo», esa supuesta normalidad, esa categoría estanca, tiene las miras muy cortas. Todes nos hemos tragado en cualquier lado lo que es un físico adecuado y lo que no, cómo puede ser mi cuerpo y cómo no. Qué lo hace bello y qué no. Qué lo hace deseable y qué lo hace rechazable. Y, si somos honestes, veremos que no hay mucho rango para entrar dentro de «lo correcto».
Este sistema tan estrechito penaliza la diferencia en vez de celebrar la diversidad, y las formas de castigo, si te sales del molde, son múltiples. Lo peor de todo es que la forma de castigo no viene dada por ningún ente incorpóreo; proviene de varios lugares y uno de ellos somos nosotres. Las personas de a pie. Les compañeres de les persones con cuerpos no normativos. Incluso lo somos nosotres mismes para con nuestras propias corporalidades.
Aún recuerdo una campaña que se hizo en Cataluña acerca de la anorexia en la que el eslogan rezaba algo así como «la anorexia no es culpa de nadie». Supongo que la intención era no inculpar a quienes la padecen, pero, qué gran error de eslogan. Las personas que son anoréxicas lo son en un marco social determinado. En función de la sociedad en la que te encuentres las tasas de TCA (trastornos de la conducta alimentaria) varían. ¿Casualidad? En absoluto.
Todes reproducimos constantemente esos mensajes sociales, esas ideas que nos hemos tragado enteritas acerca de cómo tienen que ser los cuerpos, de múltiples maneras: en nuestro diálogo interno al mirarnos al espejo, en la mala mirada que le hacemos a esa que se le nota la celulitis, en las conversaciones con nuestres amigues al comentar sobre cuerpos ajenos, cuando comentamos que alguien no debería de vestir de esa manera porque «mira cómo se le marca» o «con la edad que tiene», cuando suponemos que una persona gorda no es una persona sana… la lista es larga.
Toda esta reproducción individual y colectiva acerca de la normatividad de los cuerpos está estrechamente relacionada con los TCA. Detrás de la mayoría de los casos de TCA hay creencias de cómo debe ser mi cuerpo y una crítica a cómo es. Un querer modificar. Un querer controlar. Un querer encajar con lo que va a ser más aceptado.
Aquí tampoco podemos obviar un mensaje que el capitalismo nos ha enviado por activa y por pasiva: si lo quieres, lo tienes. Si te esfuerzas lo conseguirás. Un mensaje que llevado hasta sus últimas consecuencias puede llevarnos a una severa crueldad para con nosotres mismes o les demás forzándonos/forzándoles a seguir «dando pasos» para encajar mejor en el molde: para perder esos «kilitos de más», seguir machacándote en el gimnasio para tener un «mejor culo» o seguir esa dieta milagrosa quemagrasa.
No me malinterpretéis, claro que podemos ir al gimnasio para tonificarnos o incluso vernos mejor, claro que podemos ir a una nutricionista a que nos ayude de bajar de peso si es lo queremos; la cosa es: ¿es realmente lo que queremos? ¿Lo haces por ti o lo haces por ser mejor vista? ¿Lo haces porque quieres seguir una dieta sana o hay otro motivo por ahí? ¿Lo haces porque odias tu cuerpo y quieres cambiarlo para conseguir así una supuesta felicidad? ¿O supuesta aceptación? Lanzo todas estas preguntas a modo de reflexión para tratar de encontrar en nosotres mismes la trampa de la «libre elección» en las decisiones que tomamos sobre nuestro cuerpo.
Somos animales sociales, y por lo tanto, permeables a la ideología dominante. Y nuestra ideología dominante acerca de los cuerpos es represora, dogmática y castrante. Es violenta.
Nuestro granito de arena
La sociedad es un concepto que nos incluye. Muchas veces al utilizarlo parece que hablemos de algo abstracto pero lo cierto es que lo conformamos cada une de nosotres. Tú formas parte de la sociedad. Yo también. Nadie escapa. Por lo tanto, cuando al principio del texto decía que la sociedad no es neutra también incluye que nosotres no somos neutres al mirar cuerpos. La cosa es: ¿Qué ves al mirar un cuerpo? ¿Qué juzgas de los cuerpos? ¿De qué manera hablas de los cuerpos? Porque aquí producimos y reproducimos realidad. Y todo lo que producimos y reproducimos tiene un impacto en les demás, de tal forma que podemos contribuir, casi sin darnos cuenta, en la salud mental y física de une otre. En positivo o en negativo, pero influimos. Insisto: la sociedad también la conformas tú.
A veces acometemos comentarios violentos acerca de las corporalidades sin ni siquiera darnos cuenta de la violencia intrínseca que hay.
Asumir que un cuerpo está enfermo o menos sano por su apariencia externa es, cuanto menos, peligroso y controvertido. Luego nos sorprendemos al ver chicas que se obsesionan con su peso o que directamente resringen su dieta o se purgan después de comer y solemos apelar a la responsabilidad propia: “cómo se hace eso” “hay que estar mal de la cabeza”, sin comprender que la aparición de esos trastornos encaja a la perfección con los mandatos sociales y, es más, un sistema cultural que hay montado alrededor del que nosotres somos partícipes.
Es por eso que si queremos ser auténticamente crítiques con el modelo cultural imperante y sus violencias y acabar con ellas, es preciso revisar nuestras creencias e invitar a esta revisión a otres. Los TCA también contienen esa violencia, que proviene de esas creencias acerca de los cuerpos que tenemos tan asumidas y que reproducimos con nuestras conductas y palabras.
La salud mental es cosa de todes. Cuando una persona está herida a nivel psíquico es preciso, también, mirar a su alrededor y preguntarse qué ha sucedido. Mirar las pequeñas o grandes responsabilidades que también tiene su entorno. Y ese entorno somos nosotres.
Como dice una archiconocida canción de Mecano “mis piedras serán sus muros”. Por lo que, a menos piedras, menos muros. ¿Cuáles son tus piedras?
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