¿Puede el feminismo devolvernos el derecho a expresar rabia y agresividad?
Jamás volveré a emplear palabras indoloras.
La venganza femenina seguirá siendo el tema principal.
Ningún hombre ha conseguido igualar en belleza a una mujer airada.
El destino de la belleza está, por tanto, es mis manos.
Desobedeceré.
Angélica Liddell. «La casa de la fuerza»
Angélica Liddell realiza en “La casa de la fuerza” una radiografía cruda de las violencias ejercidas contra las mujeres, desde el amor romático -que mata- hasta los feminicidios en Ciudad Juárez. En el continuo de la violencia, las voces de las protagonistas de la obra se alzan rabiosas, brutas, salpicando saliva a disparos desde el arma de sus labios (así se aparecían en mi imaginación).
El dictado del saber estar que muchas veces se nos exige a las mujeres (ese cierra las piernas, no hables tan alto, no interrumpas a tu padre) es una construcción que nos predispone a la pasividad discursiva y que, en algunos casos, puede ir acompañado de la imposibilidad de hacer uso de la violencia, incluso cuando realmente la necesitamos. Bajo esta falacia, la de la bondad y empatía de serie en las mujeres, se oculta una exacerbada incomodidad ante la violencia si ésta es ejercida por nosotras. No es cierto que las mujeres empaticemos más y mejor porque nacemos tal cual, o porque tenemos la capacidad de traer vida al mundo y esta posibilidad nos convierte en ángeles del hogar.
Es nuestro crecimiento en un sistema patriarcal que censura en nosotras las expresiones agresivas. Detrás de esta supuesta incapacidad nuestra para el ejercicio de la violencia se esconden mecanismos de control que -de nuevo- pretenden domarnos para que permanezcamos tranquilas y calladitas. Si respondemos, si reaccionamos, si devolvemos el puñetazo o el insulto, nos exponemos.
Otra noche de violencia
Vamos caminando por la calle y un tío nos grita “Guapa, ¿dónde vas tan sola?” Cambiamos de acera y aceleramos el paso, pero el tipo sigue detrás de nosotras “No corras bonita”. Nos armamos de valentía y respondemos “déjame en paz”. “Vaya con la mierda de la niña”. Respondes “vete a la mierda tío”, porque estás hasta el mismísimo de estas agresiones. Él empieza a correr detrás de ti, se ríe socarronamente, con violencia te insulta. Corres y consigues llegar a casa.
Este es tan solo un ejemplo pequeño. De algo que nos ha pasado a muchas. Si respondemos, recibimos más violencia. Sin embargo, es nuestro derecho enfadarnos, sentir odio o experimentar emociones negativas como mujeres y disidencias. Tenemos razones de sobra para ello al ser golpeadas continuamente de manera simbólica y literal por el patriarcado.
¿Son el odio y la rabia reacciones legítimas ante las violencias que sufrimos? Lo son, como estados transitorios pero necesarios para responder a los abusos. No podemos instalarnos en los odios, pero son impulso y síntoma, debemos prestarles atención y darles espacio.
Opresiones y rabia
El debate violencia sí – violencia no quizás se queda corto para indagar en un tema que está muy condicionado por el sistema sexo-género, que reserva la agresividad, suponiéndola hormonal, casi innata, a los hombres cis. Guerras, violencias policiales o violencias machistas son manifestaciones de un problema de base asociado a una masculinidad tóxica que insulta, abusa y agrede.
Aunque el feminismo se posiciona justamente en las antípodas de estos mecanismos, necesitamos la rabia para reconocernos y organizarnos. La violencia de que podemos hacer uso mujeres y disidencias no tiene una naturaleza injusta o irracional, en todo caso nace de la desigualdad que nos oprime y de los violentos que nos provocan. No solamente luchamos para no morir, lo hacemos también, cada día, para ser respetadas en nuestra diversidad, en nuestra identidad y en nuestra sexualidad.
Si sufrimos constantemente agresiones machistas por ser mujeres, homosexuales, bisexuales, no monógames, trans, asexuales, ¿por qué no responder a ellas?. Como expresó Audre Lorde, las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo, pero eso no significa que no tengamos derecho a usar gas pimienta si alguien se acerca a nosotres con intención de agredirnos. ¿Cómo combinar nuestro rechazo de las violencias que nos someten y nuestra necesidad de responder a ellas para sobrevivir, para vivir?.
Las violencias ficticias como camino
En este sentido las violencias cinematográficas o literarias pueden suponer un escape necesario y gozoso. Soñar con venganzas violentas permite canalizar el odio, la rabia y la impotencia centrándolos en un proyecto utópico emancipatorio, futuro motor de reuniones, propuestas y cambios.
La rabia, el odio o el escupitajo no son territorios reservados exclusivamente a los hombres cis violentos; las mujeres y disidencias podemos también permitirnos experimentarlas, jugar con ellas, probarlas. Desobedezcamos. Odiemos. Rabiemos. Ahí también hay un camino.
Esto no significa que todas tengamos que volvernos violentas, ni que la respuesta adecuada a la violencia sea más violencia. El asumir la rabia como parte de nuestro abanico de sentimientos puede resultar liberador. Deshacerse del corset del buen comportamiento, de lo políticamente correcto, para gritar, unirnos y marchar.
Que alguien les diga a las mujeres mexicanas que quemar una comisaría no es el camino, cuando en ocasiones son los propios policías quienes han cometido las violaciones contra ellas. ¿Tiene sentido exigir a las mujeres comportamientos ejemplares cuando la violencia, en distintos grados y manifestaciones, nos pone la zancadilla cada día?
Una comisaría ardiendo no es tan solo un edificio dañado, es también, y principalmente, un símbolo que pone la atención sobre la raíz estructural de la violencia: un patriarcado despiadado y feroz que merece ser puesto contra las cuerdas, sea con fuegos o con cuentos de fría venganza.
*Aunque en este artículo se ha centrado la discusión en temas de género, las agresiones de naturaleza racista podrían ser analizadas desde un prisma similar. ¿A quién exigimos buen comportamiento?¿A quién llamamos cuando la policía es la que agrede y mata?
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