“La naturaleza de la Vida/Muerte/Vida es un ciclo de nacimiento, desarrollo, declive y muerte, seguido siempre de un renacimiento. Este ciclo influye en toda la vida física y en todas las facetas de la vida psicológica. Todo -el sol, las novas y la luna y también los asuntos de los seres humanos y de todas las más minúsculas criaturas, de las células y los átomos por igual- presenta una palpitación, seguida de un titubeo y otra palpitación”.
Mujeres que corren con lobos.
Clarissa Pinkola Estés
En Septiembre del 2006, vi morir a mi abuela materna, como dio su último suspiro para dejar su cuerpo y convertirse en energía; a sus 80 años, con cáncer en sus pulmones. ¿Dimensioné lo que había pasado frente a mis ojos? No. Hasta la fecha no identifico que sucedió dentro de mi.
Ese fue mi contacto más fuerte, cara a cara con la muerte, la muerte física. Muchos años después, experimentaría mi muerte psíquica. Nunca imaginé que fuera posible, pero pasó. La muerte psíquica me mandó a mi infierno; en donde vi lo peor de mi persona. Me dejó desnuda, sin nada de lo que conocía y pensaba que yo era; me dejó más que los ojos tristes y vacíos.
Años antes, había leído algo sobre el proceso, “Vida/Muerte/Vida” le llama Clarissa Pinkola, es decir, si quieres florecer en tu máxima expresión, habrá que reconocer las partes de tu historia y ser que bloquean tu poder creativo. Una vez reconocidas, hay que dejarlas morir, dejarlas en cenizas para entonces, poder re-encontrarte con tus partes perdidas, reales y florecer en todo tu esplendor. Hasta ahora lo entendí.
Mi muerte psíquica dejo agonizando mi espíritu, empezaron a caer los velos, aparecieron las mentiras, las heridas del pasado, los abusos, el machismo, la humillación, el desamor. Y me rendí ante ella, me dejé morir, dejé en el piso las ruinas de lo que fui. Sin saber como administrar mi energía, reservaba lo mejor de ella para lo único que me daba vitalidad: mi profesión; el resto de la energía no sabía donde y/o como acomodarla. Lloré, grité, me emborrache, dejé de comer, salía con uno y con otro, me humillaba ante quien me dio la espalda; me desgarré frente al espejo, quedando al rojo vivo, vulnerable, pura. Deseé mil veces la muerte física, que quien sea que este arriba me llevara, dejar de respirar o aunque fuera perder la cordura para no sentir tanto dolor; ninguna sucedió.
“El tiempo cura todo” dicen; sí, el tiempo y otros ingredientes: paciencia, distancia, vaciarse emocionalmente, las verdaderas amigas, leer, escribir, el auto-apapacho, les alumnes, la terapia, las plantas, quedarse en el suelo un rato, la luna, la soledad, escuchar a mi cuerpo y a mi ser, mis guardianas felinas, mi mujer salvaje.
Mi muerte psíquica me envío directa a conocer el lado más oscuro de mi mujer, mi sombra; solo con un propósito: acogerla y así poder integrarla en mi vida, para levantarme completa, fuerte. Ahora entiendo que es necesaria esa muerte, al menos en mí lo fue, porque me llevo a encontrar la misión que tengo en este mundo, porque hoy más que nunca ha sido el cimiento más sólido que sostiene el amor tan profundo que siento por mí; el amor a mi grandeza, cuerpo, inteligencia, vulnerabilidad, a la mujer libre que soy, a la vida. Porque ha sido el inicio de la construcción de esa mujer que deseo ser y de la vida que quiero vivir; desde el amor propio, mi sabiduría interna y mi ser lleno de mí, sin menos, sin más.
Y aunque en este andar falta mucho camino por recorrer, ahora se con certeza que no lo transito sola; porque todas las partes que renacieron de mi muerte psíquica, caminan de la mano conmigo.
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