Morir joven
Nunca había creído llegar a los 28. Los veía lejos e inalcanzables.
No logro saber por qué desde pequeña me mentalicé de que iba a morir joven como aquella generación de estrellas de rock que tanto me ha gustado desde siempre.
Elegí los 27 como referencia y, hasta hace unos días, seguía convencida de que algo me podría pasar en cualquier momento y que mi profecía se iba a cumplir.
De hecho, cumplí años montada en un avión, arriesgando así incluso el último posible suspiro. Siempre me ha gustado vivir al límite. Eso me ha condicionado muchísimo, aunque también me ha hecho sentirme muy viva.
Sentirme viva
Aprendí a correr antes que a caminar y ahora, poner el freno y ajustar la velocidad, está siendo todo un aprendizaje. He devorado la vida, a bocados, a zancadas, sin ningún tipo de filtro, como si no hubiera un mañana al que enfrentarse ni un ayer que rectificar.
Supongo que pensar que vas a morir en cualquier momento te hace ver y vivir la vida intensamente, como en las películas. Como en esas novelas enigmáticas que lees en una sola tarde de lo mucho que te han llegado a enganchar.
Bajar el ritmo
Hoy ya no tengo excusas para no parar o apaciguar el ritmo. Ya he comprobado que mis predicciones eran equívocas y que todas esas sensaciones solo eran reales en mi mundo más profundo.
Ahora me siento distinta, algo está cambiando. Estoy aceptando que me queda mucho por hacer todavía. Muchos sueños que seguir cumpliendo y muchas sensaciones que descubrir.
Digamos que me estoy volviendo más responsable y algo más aburrida.
Últimamente pienso que mis mejores años han pasado ya y eso me da una pena terrible. Aunque sé que no es cierto, seguramente lo mejor venga ahora, de manera más consciente y equilibrada, provechosa y eficaz.
Comienzo del fin
Cuando una persona decide mejorar y cuidarse, irremediablemente también decide empezar a preocuparse por ponerse crema solar, quitarse la sal de las comidas o ahorrarse la tercera copa. Supongo que se empieza a pensar en las repercusiones. En el eco de nuestras acciones. Cambio de hábitos y prioridades le llaman. Yo prefiero definirlo como el comienzo del fin. Del fin ese aparentemente eterno cuando tenemos veinte y ni siquiera perdemos tiempo en desmaquillarnos, dejar de comer comida en lata o ir a trabajar sin dormir.
Nostalgia
Lo reconozco, estoy nostálgica. Nostálgica de mí. Nostálgica de esa parte de mí que me empeño en no ser y de alguna manera sigo siendo y seré siempre. Nostálgica de esa persona que se fue y que es imposible que vuelva porque su retorno ya no tiene ningún sentido. Nostálgica de amar por primera vez, de comer jamón, de salir tres días seguidos y de bailar como si nadie me estuviera mirando. Nostálgica de cuando pensaba que algún día maduraría pero mientras tanto solo pensaba en equivocarme y disfrutar de esas futuras lecciones.
Nostálgica de esa adolescencia alocada, de ese desatalentado comportamiento que tanto me ha definido y de esas noches interminables con mis amigas que ahora apenas veo. La nostalgia alimenta mi vida y es tan peligroso eso como el no tener nada tan bueno que extrañar.
Pasado
Los recuerdos nos engañan, siempre parecen mejores una vez vividos. El tiempo ayuda a ver las cosas con perspectiva pero también distorsiona la veracidad del momento una vez ha pasado haciendo que idealicemos lo que ya no podemos tener.
Madurez, me temo que ese día remoto ha llegado sin darme cuenta. El tiempo corre tan deprisa que no sé porque nos molestamos en contarlo. El tiempo hace, rehace y también deshace lo que logramos hacer con él.
Normalmente cuando pienso en mi pasado, lo observo como si estuviera viendo una película, totalmente ajena a mi realidad de hoy. Cuando miro fotos me cuesta reconocerme, aunque llevo bastante peor el no aprender a identificarme con la persona que veo en el espejo.
Dividida en dos
No sé si os pasará a vosotres pero cuando empiezas a cuidarte, a comprometerte contigo misme, a pesar de que te sientes mejor hay una parte de ti que quiere seguir siendo insana. Es como si de repente te volvieras dos. La que quiere mejorar y la que quiere seguir disfrutando en esa zona nociva pero conocida. Al fin y al cabo, por muchos hábitos que incorporemos en nuestro día a día, nunca dejaremos de ser eso que hemos sido.
Llevo siendo vegana un año, dos como vegetariana y aseguro que cada vez que veo una tortilla de patata me replanteo toda mi existencia. Es como el ex fumador o el ex bebedor, siempre habrán sido eso que decidieron dejar de ser.
No podemos olvidarnos de lo que hemos logrado apartar de nosotres.
Cambios
Hace poco, me di cuenta de lo que había cambiado mi cara, mi mirada. Incluso comprobé que me estaban saliendo las primeras canas en las cejas y las primeras líneas en mis comisuras al sonreír. Entonces pensé, Irene, lo lograste, estás creciendo.
Una sensación de responsabilidad enorme se arrojó sobre mí en aquel momento, sorprendiéndome con una paz arrolladora y una seguridad alentadora, la cual, espero que haya venido para quedarse. Siempre he admirado mucho a la gente que se cuida, esa que se respeta a si misma por encima de todo. Me encantan las personas que llegan a encontrar el equilibrio entre lo que son y lo que quieren ser. Las que consiguen total consonancia entre lo que piensan, sienten y hacen y sobre todo, las que consiguen armonizar lo que hacen con lo que les gustaría no volver hacer nunca más.
En definitiva, me encanta la gente real que es capaz de verse, así, sin lentes, sin alteraciones y convertirse en lo que le de la gana de ser. Considero que ahí reside la verdadera salud. En conocerse, aceptarse y permitirse no ser perfectes mientras en el fondo solo queramos llegar a serlo.
Ahora
En este momento todos estamos en alerta. Tenemos miedo de enfermar, de contagiar, de perder el control, de lo desconocido y de lo que está por llegar. Creo que es una buena oportunidad para cuidarse, para hacerlo de verdad. Desde dentro y hacia afuera. Nutriéndonos de lo realmente importante y dejando a un lado todo aquello que ya no nos sirve ni nos beneficia, como esas máscaras que nos ponemos para relacionarnos con la mayoría o esa coraza que nos impide mirarnos y sentirnos vulnerables.
Es buen momento para abrazarse a une misme, cuidando esa parte de nosotres que necesita que la cuiden. Será imposible sanar si no elegimos cuidarnos. Elijamos cuidarnos sin olvidarnos del resto. Elijamos sentir que hay mucho que agradecer.
Elijamos aprender a ser mientras dejamos de ser al mismo tiempo.
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