Una Frida (Lara) nos invita a repensar la serie furor de Netflix «Gambito de Dama» para visitar cada uno de los vínculos de la protagonista, Beth, y hablar de la soledad como marca de la vida de una persona.
Elizabeth Harmon desarrolla parte de su infancia en un orfanato luego de la muerte de su madre. Allí conoce a Jolene, una niña racializada que la recibe y acompaña de una manera particular, y a Shaibel, conserje con quien se inicia –por insistencia propia- en el ajedrez. Además, incorpora a su vida los efectos de las pastillas ‘tranquilizantes’ que les otorgaban a todas las niñas a modo de rutina. Es adoptada en su adolescencia por un matrimonio que se disuelve rápidamente. Su madre adoptiva (Alma) queda sin compañía cuando su marido, padre adoptivo legal de Beth, decide no volver de uno de sus viajes por trabajo. Alma entonces, encuentra refugio en la pasión de su hija por el juego y se convierte en su pareja perfecta de aventura. Comienzan los viajes, las victorias seguidas de copas ganadas y las experiencias. Comienza el consumo del alcohol, la ganancia y las compañías. También el sexo, los cigarros y las ambiciones.
Si hay algo de lo que aparentemente no podría dudarse es que Beth, es una persona sola. Sola de la soledad que Vasallo en su libro Pensamiento Monógamo Terror Poliamoroso describe como: intrínseca a una sociedad que se cree formada por individuos solos, y obviamente, aterrorizados ante esa soledad°. La soledad como una noción que niega rotundamente que estamos en verdad en constante relación, mientras subraya como válidas solo algunas formas de compañía.
En la serie, tenemos esa sensación prácticamente todo el tiempo, incluso al margen de la adopción, o de cuán rodeada de gente o no esté, o cómo y con quién se vincule. Socialmente su estigma es ser huérfana, y cotidianamente la percibimos sola. No es una persona que llene silencios ni tenga guiños sociales muy incorporados. Tampoco es del todo inhibida, ni con grandes problemas a la exposición. No sé si llegamos a percibir como vive de fondo el hecho de haber crecido en principio con una madre atormentada, después sin padres ni madres, y más adelante con una madre adoptiva que fallece cuando ella es aún muy joven. Sí, percibimos con claridad que no tiene una familia de origen normalmente constituida, no vemos que construya amistades en las que se apoya día a día, con las que cuenta cuando necesita algo, no vemos que construya una pareja, conocemos más de un vínculo sexo afectivo donde no sucede lo que probablemente esperemos, y a veces incluso queda a nuestra interpretación, o a nuestra duda, entender qué pasa ahí. También la vemos atravesar una adicción al alcohol y algunos fármacos, vivir con frustración sus pocas derrotas en el juego, explorar eróticamente de distintas formas.
El amor aparece evidentemente sin normalidad. ¿Cómo es esa otra forma que adquiere lo afectivo en su vida?
Su amistad con Jolene termina cuando abandona el orfanato para instalarse en casa de este matrimonio. Y se retoma al final, cuando ella está viviendo sola ahí mismo, ya con varios trofeos a cuestas, lidiando con adicciones. El timbre suena y su ex compañera de cuarto se pronuncia para hacerle saber que muere Shaibel, el conserje clave en su iniciación en el ajedrez. Le propone ir juntas al funeral como quien te encuentra en un mal momento y sin hablar te ataja en un abrazo. Con esa misma suavidad y volumen bajo que sostiene une amigue cuando las palabras podrían molestar porque no bastarían.
Se ponen al día, sí, sobre las guirnaldas de la vida y sobre lo que brota en la piel cuando algo nos pasa (lo que sea, bueno, malo, raro, de cualquier forma significante). En sus conversaciones aparecen madres, miedos, pozos en los que nos enterramos nosotras mismas, y burlas. Es quien la lleva y también quien la abraza durante el día del velorio de Sheibel. Vimos más de una vez quebrar a Beth y ningún llanto como con el que despide/recuerda a ese amor. Ese primer movimiento de pieza para abrir el mundo del tablero. Esa puerta abierta por donde entra luz en un edificio de estructura gigante y de color gris. Esos sí y esos no tajantes, amorosos.
Una vez inmersa en el mundo ajedrecista, Harmon cruza reiteradas veces a unos mellizos con los que se genera un tipo de enlace. Ellos están accidentalmente en sus inicios como competidora, y están por decisión en su recorrido, más de una vez. Admirándola, advirtiéndola, ayudándola, compartiéndola, riéndose. En una instancia Beth, siente atracción por Townes, otro jugador con quien tiene una clara afinidad que, pareciera romperse una tarde tras un mal entendido, aunque no deja de visitarla en sus fantasías. Una vez avanzada en su carrera, una noche recibe un llamado de Beltik, campeón de ajedrez a quien ya ha derrotado en una oportunidad. Se entrenan, comparten discusiones y practicas sobre el juego, comidas, vinos. Conviven durante unos días y el día después de tener sexo, Beltik arma las valijas y se despide con una advertencia: podes vivir inmersa en el juego y morir allí también. Encontrar lo vital y la propia destrucción al mismo tiempo. “Creo que ya eres el orgullo y la tristeza del ajedrez. Ten cuidado”.
Más adelante se reencuentra con Benny, jugador a quien tardó en vencer. Ella se siente atraída y lo comunica, él le propone una relación profesional. Pasan días entre piezas y libros. Sin nada de alcohol, a pedido de Benny. Duermen juntos una noche y él espera que estire su estadía en su casa, después de ser derrotada en el torneo para el cual se preparó. Propuesta que Beth rechaza en un intercambio telefónico donde hay intentos de alerta y de cuidado que no son atendidos. Vienen días de alcohol sin descanso, soledad atragantada. Hay quienes llaman para saber de ella y no son atendidos. Beltik alarmado toca su timbre y ante la negativa va a su encuentro en un torneo. Otra vez palabras de cuidados, acercamientos compañeros.
Harmon llega al momento de mayor grandeza. Avanza y avanza en el torneo donde compiten los mejores del mundo. Hay, aparentemente, una mujer huérfana, sin amigos, sin amigas, sin marido, sin esposa, sin mamá, sin papá, sin hermanes, sin vecines, jugando la final del mundo. Se posterga el último tramo del juego al día siguiente, y entre una partida y la otra Townes aparece. Se abrazan con inmensa alegría, disuelven sus diferencias pasadas, se queda con ella durante ese día brillante. Y es, además, quien atiende el teléfono: “¿Están todos ahí?” Benny, Beltik, los mellizos y más jugadores con quienes ha pasado tiempo, partidas, risas, besos, discusiones, pasaron horas juntos estudiando el juego para que su compañera alcance la victoria. Con cada une fueron distintos los acontecimientos, los formatos, los reconocimientos, los tiempos, las sensaciones. No se exponían ni camuflaban bajo nombres que los contengan, que los describan en la propia vinculación. Su dedicación no estaba en función de la forma en la cual ser parte de la vida y el bien estar de Beth, si no en simplemente serlo.
El jugo que chorrea por el costado de la historia de esta protagonista no es en sí la no conformación de la vida amorosa tradicional, si no, que esa otra conformación que se muestra, eso que es lo otro en las decisiones amorosas que inscriben en la vida de Elizabeth, es tan atinado como difícil de nombrar. Su conformación de lazos afectivos no es lo que dicta la norma en su época pero, además, es como diría Alex Kohan en Y sin embargo, el amor “(…)al igual que Eros inclasificable, imprevisible.”°° Exento del riesgo de conformar otro Ideal que encorsete y así quite posibilidades, que prometa falazmente otorgar seguridades y garantías. Porque a la idealización y la imposición programática del amor, puede que no se la derribe con otro ideal, y otra propuesta programática, reivindicativa. Ahí otra vez, dice Kohan: “-vamos a-(…) un amor sin desliz. Es ese ideal que solo fábrica amores imposibles porque no quiere saber nada de lo imposible del amor.”°°° Y pienso en Audre Lorde: “porque las herramientas del amo, nunca desmontan la casa del amo. Quizá nos permita obtener una victoria pasajera siguiendo sus reglas del juego pero nunca nos valdrán para efectuar un auténtico cambio”. La potencia de la forma de sus relaciones amorosas está en la no forma, no como forma en sí, de nuevo. No para pensar en la no forma como una forma a seguir, si no como desmantelamiento de la efectividad programática. Quizá también como desmantelamiento de la efectividad. No es con brújula nueva a lo mejor. Si no con el sentido de la exploración (usando las herramientas que sí encontramos, que si nos cuajan, que no nos vuelcan a una tumba que huele igual a la anterior, pero que no nos vende ningún producto tampoco). Sobre todo teniendo en cuenta que “(…) Cuando hablamos de sistema y estructuras, no hay un espacio cero al que llegar, un espacio/tiempo en que no haya sistema en absoluto, en que la casa del amo esté en ruinas y podamos sentarnos un momento a mirarla desde afuera antes de iniciar la construcción de algo nuevo. (…) no podrá desmontarse desde adentro, reproduciendo esquemas monógamos. Pero no hay un afuera. Hay que ir desmontando paso a paso, no desde el tejado, si no desde los cimientos. Comprendiendo qué sustenta ese lugar, que partes son accesorias, cuales son mera decoración y cuáles son las partes esenciales de esa casa.”°°°° Y agrego acá algo que esta misma compañera comenta en una entrevista: sobre todo delineando el para qué. Porque al final, nos pusimos a trabajar para erradicar las violencias. ¿O para qué?
Hay entonces, en ese último tramo del último capítulo de Gambito de Dama: una campeona mundial, con compañía amorosa.
° Pensamiento Monogamo Terror Poliamoroso, Brigitte Vasallo Pag 54
°° Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto. Alexandra Kohan. Pag79
°°° Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto. Alexandra Kohan. Pag97
°°°° Pensamiento Monogamo Terror Poliamoroso, Brigitte Vasallo Pag 75
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