Hotel Utopía

Ellas, las escritoras, siempre estuvieron aquí.

hotel utopia
Ilustración de Nora Pola

Habitación 204

Empujó la puerta y se aseguró de que permanecía cerrada introduciendo la tarjeta en su ranura. Hizo rodar con dificultad la maleta, reticente a rodar sobre aquella excéntrica moqueta estampada. Frenó en seco junto a la cama que dividía en dos el espacio y lo miró. Permaneció petrificada unos segundos. El escritorio le devolvía la mirada. ¿Estaba retándola? Ahí estaba: vetusto, anhelante de unas manos que lo recorrieran. Y ante todo, silencioso. Silencio.

Parpadeó.

Tumbó la maleta de una patada, descorrió su cremallera y dejó que la corriente del aire acondicionado desparramara cientos de hojas de papel en blanco sobre las flores heráldicas del suelo de la habitación. Su habitación.

Habitación 104

“La mujer frotaba la tinta con fiereza, pero sus huellas dactilares insistían en permanecer tatuadas de oscuridad. Vencida, cerró el grifo y aferró una de esas toallas ásperas y ridículamente diminutas que la hospitalidad del hotel ofrecía con unas posesivas y amenazadoras iniciales. Entonces…” Virginia dejó de teclear.

Un folio en blanco acababa de irrumpir a través de la ventana abierta, llevado por el viento.

Suspiró y a su cerebro volvieron las señales de realidad habituales. Su espalda era una construcción cimentada en dolor.

Desplazó la silla hacia atrás y se desplomó hacia delante descolgando los brazos a ambos lados del cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Quién se creía que era? Balanceó sus dos péndulos y aprovechó cada recorrido para acariciar la suavidad de la moqueta con las yemas de los dedos. ¿Cuánto tiempo más seguiría intentándolo? ¿Acaso no había perdido ya demasiado? ¿Qué esperaba conseguir en realidad? De nuevo, ¿quién se creía que era… ella?

Habitación 205

Por fin cesó el violento chorro de agua que desde hacía rato sentía en el baño de la habitación contigua. Y pudo pensar con mayor claridad. Una lágrima asomó en el extremo de su ojo izquierdo, pero resistió el descenso y permaneció allí, reflejando el brillo de la pantalla del ordenador. Otro rechazo. Ninguna novedad.

Cerró la pestaña del correo electrónico y volvió a reproducir la lista de canciones que había pausado. Se levantó de forma impulsiva y corrió al baño. En precario equilibrio sobre el canto de porcelana de la bañera, un manuscrito impreso y manoseado reposaba acusatorio. Lo agarró bruscamente y tras fulminarlo con la mirada lo lanzó a través de la puerta al otro lado del cuarto hasta estrellarlo en el decrépito empapelado.

Dio un paso, titubeó y se contuvo. Una cólera ciega recorría su mente impidiendo a sus pensamientos fluir con claridad.

No. Habló consigo misma. Sí que pensaba con claridad. Quizá por primera vez en su vida.

Avanzó con decisión hacia los papeles magullados, volvió a apretarlos entre los dedos y buscó la primera página. Los apoyó en un extremo de la mesa y con su habitual lápiz aflechado tachó con furia hasta rasgar la hoja. El nombre del autor desapareció.

Entonces volvió al cuarto de baño y se despojó del chaleco, la corbata y la camisa para finalmente desabrochar el corpiño que oprimía sus pechos hasta enterrarlos en el secreto.

Se llamaba Joanna.

Esa noche, aprendió a firmar de nuevo.

Habitación 204

“…y escribió sobre la verdadera historia de la ocultación. Día y noche sustrajo de su alrededor toda chispa de inspiración latente…”

Habitación 104

“…para crear su propio espacio de misterio, de mística imaginativa. Celeste y fría como una estrella palpitante, la fecundidad de su mente…”

Habitación 205

“…concibió una sociedad anhelada, quimera púrpura de sus sueños fabricados en verso, una idea ideal más allá de la realidad…”

Recepción del hotel

A pesar de que la recepcionista estaba tras el mostrador, el hombre con maletín y pelo engominado que acababa de entrar tocó tres irritantes veces el timbre plateado.

Sonriente, bromeando para un público de seguidores inexistente que parecía acompañarle siempre, preguntó por una habitación.

‒Lo siento, la ocupación está completa.

El individuo rió a carcajada limpia.

‒Ya… ay, en fin. Lo dicho. Y si puede ser con vistas a la otra calle, mucho mejor.

‒Le repito que la ocupación está completa.

-Pero qué dice, mujer, si llevo semanas sin ver a nadie entrando o saliendo de aquí. ¿Que digo semanas? ¡En mi vida vi a alguien en este antro! Si no fuera porque todos los demás están llenos por el Congreso de Escritores para la Defensa del Masculino Neutral…

Unos segundos de mutismo se tensaron en el aire denso entre los ojos de la recepcionista y el hombre.

Cuando éste, con su risita disecada en rostro, fue a romper el silencio levantando la mano hacia el timbre, la mujer frenó su brazo agarrándolo por la muñeca. Y acercándolo hacia sí, observó:

‒Pues quizá estuvo usted mirando el edificio equivocado. Porque ellas siempre estuvieron aquí.

Para Virginia y Joanna, por alejar un poco más la escritura de las mujeres de la utopía.

Lecturas inspiración asociadas:

Una habitación propia”, Virginia Woolf.

Cómo acabar con la escritura de las mujeres”, Joanna Russ.

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