Una bachata y el río

Cecilia nos comparte esta historia que es ficción pero también es realidad. El 30 de marzo es el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar y así recuperamos su trabajo invisible para la sociedad pero necesario para que todo siga funcionando.

Día de las trabajadoras del hogar
Ilustración de Patricia Corrales

Alicia prepara su abrigo y su tarjeta para viajar. La espera la jornada larga de trabajo que la traerá de vuelta a su hogar recién cerca de la noche. Su cuerpo cansado atraviesa la ciudad de una punta a la otra, mientras el tren avanza por sus rieles y las estaciones suman más y más gente al vagón.

Al bajar en Retiro compra cubanitos con dulce de leche que, si llegan enteros, les dará a sus hijos para que coman después de la cena. Desde ahí a la casa de la señora sólo unas cuadras. Atravesar la plaza San Martín es lo más difícil, esa subida se hace eterna y cada vez más tiene que detenerse a mitad de camino para tomar aire. Por suerte es un día fresco y todavía no ha amanecido por lo que se respira fácil y agradablemente. Las luces de las ventanas en las torres que rodean a la plaza están todavía encendidas y, como siempre, Alicia piensa si las mujeres que limpien y cuiden cada uno de esos hogares lo harán cama adentro o si deberán, como ella, volver cada noche a su casa.

Al intentar ingresar al edificio hay un problema. La tarjeta de identificación no funciona y Enrique, el guardia de seguridad, intenta ayudar sin éxito. No alcanza con que la vea a Alicia todos los días, las reglas son inamovibles para todos los ingresantes y no puede dejarla pasar. Sofía baja disgustada por el apuro pero se alegra de ver a Alicia: su presencia le da confianza y la desenchufa por toda la jornada laboral en la oficina de las preocupaciones hogareñas.

-Disculpe, señora. No sé qué pasó con la tarjeta. Ayer me funcionó sin problemas.

-Ay, Alicia. Terminála con lo de «señora», ¿no entendés que somos iguales? O sea, no somos iguales iguales, pero nos parecemos bastante. Todas sufrimos opresión de algún tipo. No quiero que sientas que soy tu jefa ni que me trates de usted. Somos familia, ok?

-Sí, señora. Como usted diga.

Luego de ponerse el uniforme y calzarse los zapatos blancos, Alicia tiene que encargarse de ordenar la cocina y limpiar los platos del desayuno de la familia. Sofía busca a las nenas que después de comer van al cuarto a terminar de decidir qué peinado hacerse. -Ali, te parece este look?- le pregunta Agustina desde la puerta de su habitación mientras le muestra las gomitas coloridas que se puso en el pelo.

-Claro, señorita. Mi nena menor ya se anima a peinarse y retocarse el pelo como ustedes. A veces le llevo algunas cositas que compro en la estación pero…

-Ay, Ali! No me digas que le llevás esas cosas a tu hija! La próxima avisame y te regalo las que ya no uso, por favor. Las que venden en los puestos no sabés de dónde vienen y además pueden estar hechas con elementos cancerígenos. Eso lo aprendimos el año pasado en la escuela.

Alicia mira por los amplios ventanales. Aguarda el silencio que se crea cuando la familia se va pero también disfruta la algarabía que se genera a su alrededor hasta que la puerta se cierra. Desde el piso en el que vive la familia se ve el río. Infinito. Casi sin una orilla del otro lado, como un mar. A veces a Alicia le gusta pensar en otras épocas cuando con sus amigas del colegio corrían hasta la costanera sur, se tiraban en la tierra y mojaban sus pies en el agua plateada. Todavía se podía hacer eso. Pero la ciudad y la vida cambian, se transforman. Alicia siente que poder reencontrarse con el río, aunque sea así, a la distancia, es una manera que tiene la vida de devolverle el favor.

-Buen día Alicia, recordáme que cuando vuelva te hable de tu situación laboral. Necesitamos ajustar algunas cositas pero quedate tranqui que está todo bien, si?- le dice Sebastián, el señor, mientras se acomoda los puños de su camisa y se pone el saco. Hace rato le prometió un aumento que estaba atado a que necesitaban que Alicia se quedara más horas. Atrás suyo, Sofía, las nenas y sus bártulos rosas con mariposas salen disparados hacia el pasillo eterno del edificio.

La quietud de la casa la ayuda a concentrarse. Alicia empieza por la limpieza de la cocina. Lo que más le gusta es acomodar los platos y jarritos como le enseñó la señora: de mayor a menor y de colores claros a oscuros. Se esmera en hacerlo cada día un poquito más, pero ella no siempre lo nota. Alicia intenta igual.

Mientras ordena el living y el complicado sistema de cortinados que impide el paso del fuerte sol que refleja desde el río a media mañana, Alicia escucha la radio. Cuando suena algún bolero o una bachata sube el volumen y se mueve al ritmo de la música. Se acuerda de sus bailes con Oscar en el patio trasero de su casa, bajo la sombra de los árboles y en ese ratito del día cuando baja el sol y la brisa de verano hace más disfrutable cualquier abrazo. Se lamenta la ausencia de su compañero, que hace ya unos largos años se fue. Accidente en la fábrica le dijeron a Alicia, pero no le quisieron dar más explicaciones cuando ella misma notó que el cuerpo tenía golpes y moretones. Hacía rato que venía protestando con algunos compañeros por mejores herramientas para maniobrar las máquinas.

-Madre, no te quejés. El jefe pagó el ataud, entendés? Encima te hacen ese favor- le dijo la secretaria de la casa funeraria cuando Alicia intentó averiguar más.

Por suerte, después de la muerte de Oscar una conocida del barrio le dijo que en las torres de Retiro estaban buscando una chica de servicio. -Pero yo, a mi edad… con quién dejo a los chicos?- respondió Alicia descreída.

-Ay, no seas tonta, querés. Andá a ver qué te dicen, parece que pagan bien. Además no tenés a la hermana del Oscar que te los puede cuidar?

Limpieza, cocina, poner las habitaciones en orden y lavar la ropa. Ah, y planchado de las camisas de Sebastián, le había dicho Sofía el día que la entrevistó. -Quedate tranquila, que mi ropa no se plancha así que es un problema menos para vos- recuerda que le dijo la señora mientras se reía. La señora es simpática y amable, parecía una modelo de esas que Alicia ve en la televisión antes de irse a dormir, las que bailan en los programas de la noche y que siempre están maquilladas y arregladas. A veces la señora se le paraba al lado y le decía: Alicia, tenés que tomar la sopa! ¡Me llegás a la cintura nada más! Las piernas largas de Sofía le parecían extrañas y mágicas a Alicia, que a veces se admiraba de que alguien pudiera mantener el equilibrio con piernas tan finitas y zapatos con tanto taco.

Lentamente, la luz del ocaso va apagándose. Ahí es cuando sabe Alicia que tiene que darle los últimos retoques al baño porque lo primero que hace el señor al volver es darse una ducha.

Cuando la familia regresa, las nenas tiran las mochilas en el sofá y le piden a Alicia que les haga su batido preferido: frutillas con remolacha y leche de almendras. -En el colegio nos enseñaron que es importante combinar frutas con verduras del mismo color para absorber más los nutrientes- le cuenta Belén mientras devora las galletas caseras que Alicia les preparó.

Finalmente el momento llegó. El señor la llama a su estudio y Alicia entra tímidamente, a pesar de que estuvo ahí hace unas horas nada más limpiando y pasándole un trapo al escritorio donde ahora hay un montón de papeles desparramados.

-Alicia, tenemos que resolver tu situación, si? En el último mes llegaste tarde 8 veces. Te tengo que descontar media hora de cada día que ingresaste más tarde. Pero no te preocupes, como te estuviste quedando de más todo el mes no te hago el descuento. Eso sí, no me pidas que te aumente porque este mes ya tenemos muchos gastos nuevos. Las nenas retomaron el colegio, hay que comprarles los útiles, aumentó la cuota del club y encima este edificio subió nuevamente las expensas. No entiendo por qué si parece que no lo limpia nadie. Se creen que estamos viviendo en el palacio de Versalles. ¿Quedamos así entonces? Me quedo más tranquilo de que lo entiendas. Sabés lo importante que sos para nosotros, Alicia y por eso queremos que te quedes con nosotros. ¿Pudiste hacer la cena ya? Si ya está en la mesada entonces podés retirarte. Ya pasó media hora de tu horario y ya está Sofía en casa así que cualquier cosa ella sabe bien qué me gusta cenar. Nos vemos mañana. ¡Llega temprano eh! Jajaja.

Las manos de Alicia permanecían entrelazadas delante de su vientre, quietas, expectantes. No entendía muy bien si podía retirarse hasta que el señor atendió un llamado telefónico y con un gesto le indicó que saliera del estudio. En el camino hacia el vestidor donde debía dejar el uniforme y tomar su ropa, Alicia se agachó para levantar los juguetes que las más chiquitas habían desparramado.

-Y, Ali? Pudiste hablar con Sebas? ¡Me alegro que hayan arreglado todo!- le pregunta Sofía cuando se la cruza por el pasillo, mientras se saca los aros y se suelta el cabello. – ¿Querés llevarte ese juguete para tus nenas? Belén y Nuchi ya no lo usan, está medio roto además pero creo que todavía sirve…

La puerta se cierra detrás de Alicia y el silencio del pasillo la aturde. Piensa en que ojalá el tren no tenga retrasos porque su cuñada le avisó que tenía que volverse a su casa y no quería dejar a los chicos solos. A la salida, Enrique la saluda con la mirada. La puerta de vidrio se abre automáticamente a su paso y Alicia se reencuentra con la ciudad, una ciudad que igual que a su llegada está fresca y ya silenciosa. Las luces en los departamentos de las torres están nuevamente encendidas. Alicia emprende el camino de vuelta a su hogar. Los cubanitos que había guardado en su bolsillo están un poco aplastados, pero la sonrisa de los chicos al verlos cuando ella los pone sobre la mesa es lo único que le importa a Alicia. Eso, y que en la radio sigan sonando bachatas.

El 30 de marzo se celebra el Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar. A todas ellas, mi más profundo respeto y amor.

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