Irreversible es una película de 2002 por lo que no sé si se puede o no hablar de hacer “spoilers” o ya ha pasado el suficiente tiempo para que se considere así, pero aquí tienes el aviso por si acaso, aunque no creo que te afecte al visionado de la película. Ni si querrás verla.
Dicho eso, quiero hacer un nuevo aviso, más importante aún y es que voy a hablar de violaciones y violencia. Por eso, si ese es un tema que te toca, quiero avisarte para que lo sepas, no te llegue de golpe leyéndome o por si consideras que mejor dejas de leer aquí. Lo que sientas bien sentido está, cuídate mucho.
Ahora sí. Comencemos.
La historia de Irreversible es una que se cuenta al revés, es decir, empezamos viendo el final y terminamos con el inicio, un poco como Memento (Christopher Nolan, 2000).
La película empieza por el final de la historia. Un final crudo, que marea tanto por unas imágenes centrifugadas como por el sonido que acompaña y que, además, nos lleva a momentos que nunca querríamos vivir. A una habitación y una conversación entre dos hombres que ojalá no existiesen nunca en la vida real y a una paliza brutal -y mortal- entre unos hombres en un bar/discoteca/antro. Pura y dura violencia, de la que parece que puedas tocar y sentir. Pero, recuerda, eso solo es el final de la historia.
Avanza Irreversible y descubrimos que esa paliza que hemos presenciado provenía de unas ansias de venganza. Y a medida que tiramos del hilo, que vamos descubriendo qué sucedió antes, nos encontramos con LA ESCENA. Y sí, como podrás imaginar por mis avisos, esa escena es la de una violación. Pero antes de entrar en ella, quiero contarte una cosa. Ahora volvemos a esto.
Llevo escuchando años hablar de esta película y no ha sido hasta hace poco que la he visto. En mi entorno no conozco ninguna mujer que la haya visto por lo que únicamente tenía opiniones de hombres sobre ella. La primera la de mi pareja, Felipe, que me dejaba atónita y sorprendida. Me decía que Irreversible era una película muy buena, que la tenía en formato físico, pero que no la volvería a ver nunca porque te dejaba muy mal cuerpo. Felipe es aficionado a películas de terror y no le tiembla el pulso cuando ve algo gore, por lo que sus comentarios me sorprendían. Sabía que había una violación pero ¿por qué esa escena le paraba y no otras?, además, ¿qué sentido tenía comprarla para no volver a verla?
Entiendo que a muchas personas esto les llevaría a tacharla de la lista pero, sinceramente, a mí me llevó al morbo y a la curiosidad. ¿Cómo me haría sentir esa película que le paralizó y revolvió tanto?
No me puse a verla, pero sí a preguntar a mi alrededor a quien la hubiese visto. ¿Qué me encontré? Lo mismo. No daba crédito. “Irreversible es muy buena pero no la veas”; “Marta, la película es como su nombre, irreversible, si la ves ya no puedes no haberla visto”; “ahórrate eso”. Y, como imaginaréis, eso de nuevo no me echó para atrás sino que me llevaba hacia ella. Quería verla.
Lo que sucede es que a veces la curiosidad y el morbo no superan al miedo. Siempre me encontraba en la situación de tener que verla sola, porque Felipe y todo mi entorno eran un no rotundo. Y me daba miedo lo que me hiciese sentir y esa irreversibilidad de la que hablaban. Así que seguí con lo mismo, preguntar de vez en cuando.
Un día, hablando con otro amigo, -Charlie, que ilustra este artículo- me encontré una respuesta diferente: “Irreversible es dura pero es muy buena, yo si quieres la veo contigo”. ¡Yuhu! Una mano amiga a la que agarrarme, ¡qué genialidad! ¡qué tranquilidad! y qué pandemia nos llegó poco después con su confinamiento y todo. Habría que postergarlo.
Por cositas de la vida, que no me voy a extender que bastante lo estoy haciendo, llegó un día en el que Felipe me dijo que, si quería verla, él la veía conmigo de nuevo. Creo que igual, tras casi 10 años y viendo mi disposición, consideró que tenía fuerzas para ello.
Y la vimos. No os voy a engañar, empecé la película hecha una bolita en el sofá y con el corazón a mil recordando los comentarios de tantos años “ay, madre mía, que esto va a ser irreversible”. Y me encontré de bruces contra la violencia que os decía al principio, algo de lo que curiosamente nadie me había avisado. ¿Por qué tenemos tanta tolerancia a la violencia? A mi personalmente, se me hace bola. Pero como ya estaba hecha bola, seguimos.
Volvemos a LA ESCENA. En ella vemos a una espectacular Mónica Bellucci cruzar una carretera por debajo, por el típico túnel que te evita encontrarte con coches. Mis sentidos decían “qué típico: de noche, en un sitio recóndito, una mujer sola y además erotizada, con un vestido de tirantes pegado a su piel que te lleva a la marca de sus pezones, ay… qué innecesario” pero sucede. No solo la violación sino muchas más cosas y cada una de ellas te pone la piel de gallina.
Todas las violaciones que he visto en películas están erotizadas de alguna forma. Ya sea por los sonidos, por los planos o los movimientos que va haciendo la cámara, pero en esta Gaspar Noé no quiere resaltar lo sexual sino la realidad: la violencia. No quiere que en ningún momento nadie pueda ponerse en el lugar del violador. Te obliga a quedarte en el lugar de ella, a ser y sentir como la víctima. A ella la tira al suelo y la cámara va al suelo, a la altura de su cara.
Estamos con ella, somos ella.
Cuando decía que te obliga a quedarte lo decía con todas las letras porque el plano se queda fijo y se mantiene durante toda la escena. Casi nueve minutos de violación. Dura, seca, áspera, angustiosa y larga. Nada erotizada ni corta, como se ve en otras ocasiones. Esos minutos van pasando y pesando.
Además, durante la escena te indignas aún más porque ves otra de las realidades de nuestra vida. Observamos a una persona, al final del túnel, que llega para cruzarlo y ve lo que sucede, reconoce sin lugar a dudas que ese hombre está agrediendo a una mujer ¿y qué hace? Da media vuelta y se va. Una respuesta que por desgracia es mayoritaria y fría, hacer como que no pasa nada e irte sin mirar atrás. Son unos segundos, acompañados de la angustia de ella ajena a eso, que dan ganas de gritar “¡haz algo! ¡páralo!”
Como también sucede en tantas ocasiones, después de la violación y no contento con ello, el violador le da una paliza dejándola destrozada y en coma.
El resto de la película es un viaje al inicio de la historia en la que la conoces, la ves enfadarse, reír, bailar, hablar y te encuentras con pensamientos mágicos, intentando avisar a ese personaje, a esa mujer, de lo que va a pasar.
LA ESCENA es muy dura pero no me dejó ni por asomo tanta marca como a todos esos hombres de mi entorno y supe enseguida el motivo, el porqué. Nosotras hemos imaginado, escuchado -algunas vivido-, recreado esa imagen millones de veces en nuestra cabeza. Es lo que tenemos en mente cuando elegimos cambiar de acera al pasear o cuando vamos a un sitio a solas o no, son los avisos, las noticias, las realidades de tantas, de todas. Tenemos ya interiorizado que puede pasar, sabemos que es una posibilidad y eso, el saberlo, nos hace estar más preparadas para ello. Igual que ninguno me avisó de la violencia que iba a ver al principio porque la tienen interiorizada, forma parte de su existencia, a nosotras nos sucede lo mismo con las agresiones sexuales.
Viendo los documentales que acompañan la película, en cierta forma se confirmó mi teoría -que no deja de ser una opinión propia- ya que decían que cuando se estrenó en cines la gente se salía de la sala y hubo mucha polémica, pero las que se quedaban eran todas mujeres.
Esta película me parece un ejemplo perfecto de varios hechos monstruosos:
- La asimilación que tenemos nosotras de que nos puede suceder eso. Hasta qué punto lo tenemos interiorizado.
- La falta de empatía y acción cuando vemos el dolor en algo ajeno, si no nos toca de manera directa.
- La poca incomodidad que genera en los hombres el resto de violaciones porque se han mostrado siempre como algo erótico y sexual; y no violento y crudo como es.
Por eso creo que esta película es necesaria.
Y solo espero, que podamos cambiar todas estas cositas poquito a poco y que no sea algo irreversible.
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