Fantasma, miedo, aprendizajes y vivencias que nos acompañan… todas las personas tenemos los nuestros y Nieves nos ayuda a identificarlos y nos da ideas de qué hacer con ellos para que no se adueñen de nuestra vida.
Saber qué quieres
Y saber qué no.
Saber qué aguantas
Y saber qué no.
Conocerte.
Conocerte tanto como para saber qué fantasmas tienes atados y cuáles andan aún por ahí sueltos, porque ni siquiera hubieras pensado que tuvieras.
Saber qué emociones te superan por culpa de éstos.
Ser consciente de que detrás de “aquella tontería” por la que reaccionaste de forma “exagerada”, se escondía la asociación con un momento doloroso pasado. Ubicar ese momento en tu recuerdo, detectarlo. Reconocer que no es ninguna tontería.
Reconocerte qué puedes soportar o qué te destrozaría si aguantaras.
Y decirlo.
Decirlo a quien quieras tener cerca.
Encuentra tu fantasma
Casi todo el mundo tiene una emoción que no sabe gestionar, que cuando viene, arrasa, devasta aquello que eres en ese momento y te hace comportarte como un/a auténtico/a gilipo***s con quien intenta acompañarte. Y luego viene la culpa, que duele aún más.
Para dar con él piensa: ¿a qué situación dolorosa te recuerda esto?, ¿qué necesitas que se te reconozca?, ¿qué necesitas demostrar?, ¿de qué necesitas protegerte?, ¿por qué tienes esa necesidad de demostrarlo o de defenderte?
A veces, el fantasma -ese momento doloroso que te destrozó al que te recuerda esta sensación- lleva contigo desde que tienes memoria; quizás fuiste una niña o un niño a quien hirieron, que no supo qué hacer. Te hicieron sentir que no eras suficiente, no te protegieron de algo, te llamaron algo que no eres, o te llamaron algo que sí eres pero con intención de daño, no te hicieron sentir cariño o apoyo cuando lo necesitaste… Piensa qué fue.
Ahora eso se traduce en no soportar que hablen mal de tu familia, miedo al abandono, a que dejen de quererte, pánico a ser juzgado, miedo al rechazo, sentir que no eres suficiente… Mil cosas que no a todo el mundo afectan igual.
Si es así y ocurrió cuando eras niña/o, abraza a tu Yo de cinco años, o de once, o de catorce y dile lo que necesita, lo que le habría encantado que alguien le dijera: «fuiste más que suficiente«, “no tuviste la culpa”, “te perdono”, “te voy a proteger”, “ya se acabó, ahora estoy yo aquí”, «gracias«… Díselo, porque como persona adulta racional que crees que eres quizás no lo necesitas, pero como niña/o dañada/o que pudiste ser en aquel momento, sí. Y alivia.
Le acabas de poner nombre y apellidos al fantasma.
La vuelta
Una vez identificado el origen y después de haberte consolado, que no es poco, hay que saber qué no estás dispuesta/o a soportar para que no vuelva a ocurrir. Porque aunque le pongas nombre, apellido y lo ates, siento decirte que los fantasmas no se pueden matar.
Y ojo, que si encontramos la cuerda adecuada, el fantasma puede atarse tan en corto que incluso se te olvide que está ahí, pero a veces, vas a volver a estar débil por lo que sea que pase en tu vida y esa cuerda que lo tiene maniatado se va a ir soltando.
Por eso es importante explicar a quien intenta estar a tu lado qué cosas concretamente no eres capaz de soportar. Y dejar claro que no es porque no quieras o porque no le quieras (amigues, familiares, parejas… da igual la relación), sino porque es algo que afecta demasiado a tu fantasma, lo desata y eso te duele.
Se trata de expresar desde el cariño absoluto que no siempre podemos con todo todo el rato, por más que queramos poder para seguir ahí.
Soluciones
Cuando notes que se desata, puedes dejar que esa emoción te domine o, ahora que sabes a qué te recuerda, puedes verla venir de lejos y al menos, avisar a la otra persona lo justo para que el fantasma no se cargue la relación o, directamente, diga algo por tí que le haga daño a quien quieres «sin querer».
Un “esto no sé gestionarlo, dame tiempo porfa”, un “me estoy poniendo nervioso/a y no quiero pagarla contigo, necesito espacio”, lo que sea que podamos hacer para proteger al otro de nuestro fantasma, al menos hasta que tengamos autocontrol como para poder gestionarlo sin atacar.
Ahora respira y desahógate, pero no contra nadie.
Vuelve a atarlo, no pasa nada. Se ha soltado, pero esta vez no has hecho daño por su culpa.
Decisiones
Ahora pueden pasar dos cosas:
- Que la otra persona te respete y te ayude a atarlo, ya sea acompañándote o dándote tus tiempos de gestión.
- Que sus reacciones te hagan aún más daño (recuerda que cada cual tiene su fantasma propio y puede pasar).
Si ocurre lo primero, todo genial, porque se habrá resuelto el conflicto de manera positiva para la relación pero, ¿y si ocurre lo segundo?, ¿y si por más que tú te responsabilices de tus fantasmas la otra persona no ata los suyos?
Pues muy fácil y a la vez, dificilísimo: tienes que decidir. No eres responsable del fantasma de otra persona. No puedes hacer nada al respecto. Pero sí puedes elegir cómo estás dispuesta/o a que te traten y poner límites. Sí puedes dejar claro aquello que no eres capaz de soportar o simplemente no quieres, aunque haya un cariño enorme. Tienes derecho a no ser atacada/o por el fantasma de otra persona después de haberte esforzado en conocer al tuyo.
Tu mayor fuerza es la de poder decidir: tú decides si quieres o no atar tu fantasma, tú decides si quieres dejar que te controle él a ti o tú a él, tú decides qué vas o no a aguantar de los demás, tú decides hasta dónde dejas que traten.
A la hora de decidir, es importante que el tuyo esté atado porque a veces, nuestro fantasma es el miedo al abandono o la dependencia emocional y esto hace que no seamos capaces de soltar a quien nos destroza porque pensamos que sin ese alguien no podríamos sostener nuestros fantasmas. En estos casos, ten claro que ese alguien no te está ayudando a atarlos, los está desatando. Cuidado con entrar en el bucle.
Y decidas lo que decidas, que jamás se te olvide: NADA VALE TU SALUD MENTAL.
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