Si no hay placer ni deseo, no es mi revolución

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Ilustración de Miriam S. de Arcos

Hace tiempo pensaba que la lucha feminista consistía en ir a manifestaciones, organizar asambleas y pintar pancartas. Que era denunciar las condiciones de desigualdad que vivimos todas las mujeres en el mercado laboral, que tenía que ver con luchar contra las violencias machistas en todas sus formas, con señalar el acoso y hacernos conscientes de toda la violencia que se reproduce en nosotras. Con denunciar la incomprensión y la infra valorización de los cuidados, que son básicos para cualquier vida. Y esa es una lucha necesaria, pero es una cuestión de supervivencia, de mínimos. Qué menos que exigir esto en la sociedad violenta y desigual en la que vivimos, pensaba. Pero algo me faltaba, porque me sentía mal. Las gafas moradas me hacían daño por todo lo que me enseñaban. Sentía que vivía en un enorme agravio permanente.

Sentía una herida muy grande, y cuanto más ahondaba en ella, más grande se hacía. Sentía que el mundo estaba en deuda conmigo, y con todas. Que toda la injusticia generada merecía una reparación global, llena de homenajes. A las mujeres trabajadoras, a las madres, a las mujeres asesinadas, a las mujeres violadas o silenciadas. Lloraba por ellas, y no es para menos. Cuanto sufrimiento esconde tener presentes estas verdades.

Un día pensaba que nos faltaban símbolos y modelos, porque las mujeres expresándonos en libertad apenas estamos presentes en el cine, ni en la escuela, ni en la tele, ni en ningún lado, entonces no se nos mira ni se nos conoce, pero existimos escondidas, y somos muchas, en muchos momentos de nuestras vidas. Porque somos todo eso que dicen de nosotras, y mucho más, y nada de ello es malo, simplemente es humano. Y cuando conseguimos ser en libertad, aunque sea sólo un rato un día, cuando nos dejamos desear de aquella manera aquella vez, cuando nos escuchamos de verdad, cuando reclamamos lo que era nuestro sin dramas, seguras, parecía que ahí había una fuente de bienestar, pero no sabía explicarlo.

Sigo sin saber, pero algunas cosas las tengo claras.

No, yo no quiero luchar desde el resentimiento, no quiero sentirme permanentemente agraviada, víctima, policía del comportamiento del otro, explicadora universal de por qué el feminismo es importante. Quiero luchar desde la fortaleza de sentirme vulnerable y saber que eso es vida, que no hay nada malo en ello. Quiero hacerlo desde el placer y el gusto por tener una vida que no sólo esté libre de violencias, sino que además sea una vida con opciones deseadas y disfrutadas. Quiero medir y experimentar la distancia que hay entre consentir y desear, quiero perdonarme y relajarme porque soy humana, y porque no pasa nada por eso que hicimos, porque dicen que las mujeres siempre lo hacemos mal.

Porque no sólo tenemos derecho a ello como diferentes cuerpos que habitamos el concepto mujer, es que si no hay placer y deseo en juego no es mi revolución. Es preciso alzar más la mirada, al calor de los cuerpos, es preciso romper el mandato interior de la culpa. Es poner la atención en el cuerpo, ese que nos indica lo que debemos hacer cuando no queda otro remedio y nuestra razón decide ignorarnos a nosotras mismas. 
Es hacerse y deshacerse en nuestros cuerpos. Porque los cuerpos son campos de batalla, en los que se libran guerras, y pueden dejar todo arrasado sin que ni siquiera seamos conscientes de lo que nos pasa.
Porque los cuerpos sienten y desean, y si no sabemos escucharlos, sólo vemos lo que nos enseña el patriarcado, que somos susceptibles solo de ser víctimas, y que sentir algo diferente a eso es muy malo.
Cuanto más cerca estemos de escuchar su sabiduría, de dejarnos sentir y de dejarnos ser, más libres podremos sentirnos, mientras todo lo que nos rodea nos recordará constantemente lo contrario, no será tarea fácil.
Empecé cogiendo un espejito para mirarme por dentro la vulva. Este pequeño gesto se transformó en latidos y en deseo. Pase por hablarlo y hablarnos entre amigas, contarnos nuestros cuerpos, lo que me dio seguridad y saber que no era yo la única en sentir lo que sentía. Terminé haciendo el ejercicio de escuchar activa y de dejarme sentir para apropiarme de mí misma, porque yo estaba muy lejos de mí entonces.

Esto de la auto pertenencia lleva su tiempo, toda una vida, porque es romper muros constantemente, a veces vienen de fuera, pero otras veces vienen de dentro y son los más difíciles de romper.

Esto es la lucha feminista para mí, porque se puede luchar por condiciones justas en el trabajo, se puede pelear porque no nos violen ni nos maten, porque el derecho nos proteja, todo eso es lucha y es imprescindible.

Pero la lucha por el derecho al cuerpo, por pertenecernos a nosotras mismas, por dejarnos ser y dejarnos sentir, esa es la que nos hará llegar a nuestra libertad. Esto no es nuevo, ya lo dijeron muchas, aunque casi nadie lo tenga presente. Si no puedo pertenecerme, apoyarme y quererme, esta no es mi revolución.

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