Sobre el falso amigo, ese que desaparece cuando descubre que tienes pareja

Falso Amigo_proyectokahlo_feminismo_septiembre2021
Ilustración de Javitxuela

Estoy en mi nueva casa. Me acabo de mudar. Mi terraza linda con la de los vecinos. Un mediodía, cuando estoy tendiendo la ropa, aparece uno de ellos. Nos presentamos. Él es un poco mayor que yo, aunque no mucho. Me cae simpático y me explica que en la casa viven él y dos personas más. Yo le cuento que vivo sola. Bajamos a tomar una cerveza al bar de abajo para seguir charlando. Tenemos bastantes cosas en común, así que la conversación fluye. Nos reímos. Quedamos en volver a hacer algo juntos, quizás un paseo por el campo, unos días después. Sin embargo, la relación no llega a pasar de esta etapa de amistad en ciernes.

El tercer día que quedamos, de nuevo en el bar de abajo, le entramos al tema de las relaciones. Yo le explico que tengo pareja desde hace un año y le hablo de mi novio, honesta y calmamente. El cuerpo de él, en un segundo, se contrae. Su postura me habla: parece que algo le hubiera sentado exageradamente mal. Le pregunto si está todo bien y él responde, con una sonrisa torcida, que claro que sí. Nos despedimos, como las veces anteriores, con un abrazo y dejando la puerta abierta a un nuevo encuentro. Sin embargo, esa noche lo trastoca todo y a partir de ese momento no volvemos a hacer nada juntos. Los paseos, las cervezas, las risas y las cosas en común han desaparecido de un plumazo, de un ostiazo. La relación bonita que estábamos construyendo se ha terminado abruptamente.

Esta historia no es real, pero estoy segura de que a muchas algo os habrá resonado en ella. Hace algunos días me pasaron un TikTok de una chica que pedía que se abriera el debate en torno a los tíos que dejan de llamarte o de quedar contigo cuando descubren que tienes pareja o cuando, después de un período de amistad, te echas novio. Y escribo novio a propósito porque probablemente este tipo de hombres piense que si te echas novia aún tienen oportunidad de seguir trabajando en pos de su objetivo final: lograr tener sexo contigo por la vía de la falsa amistad.

AHORA SÍ, UNA HISTORIA REAL

Aunque ya me había pasado incontables veces en el pasado, no fue hasta mi mudanza a Islandia que me di cuenta de lo común y molesto que es el fenómeno del tío al que empiezas a conocer, con el que hay buen rollo, que al enterarse de que estás en una relación comienza a pasar de tu cara.

Al llegar sola a un país desconocido y pasar por varios trabajos distintos, me encontré conociendo a gente nueva muy a menudo. Recuerdo en concreto un día en que, en una proyección de una película en un bar, a través de un antiguo amigo italiano, conocí a dos chicos, uno argentino y otro croata, con los que conecté de inmediato. Uno era músico, el otro fotógrafo y cuando yo les conté que me gustaba escribir, comenzamos a idear mil proyectos que podríamos hacer juntos. Como emigrantes en una tierra lejana, podía surgir una alianza interesante y fructífera.

Unos días después los invité a cenar a mi casa. Yo vivía con 8 personas por aquel entonces, así que para mí era especialmente ilusionante invitar a amigues a casa. Fue una cena de seis personas, con comida de lugares y sabores diversos. Estaba también A., una amiga lituana, y otras dos mujeres, emigrantes como nosotras. Escuchamos música, bebimos cerveza y, en la cocina, charlé durante mucho rato con los dos chicos a los que había conocido en la proyección.

A las horas, un poco ebrios todos de emoción y cerveza, pusimos rumbo al centro. Caminamos por la bahía fantaseando, alentades por el alcohol, sobre el futuro de nuestros proyectos creativos. Fuimos a un bar y llegó mi novio. Los presenté –hacía días que me apetecía que se conocieran – e intenté crear una conversación fluida entre los cuatro. En otro momento de la noche fuimos mi pareja y yo a pedir a la barra y nos topamos de nuevo con ellos, que parecían serios e incómodos. Nos dimos un pico delante de ellos y, animados, continuamos charlando con la voz alzándose por encima de la música. Cuando iban a cerrar ese bar, les pregunté dónde podríamos ir a continuación pero ellos se marcharon a casa. Pensé que estaban cansados y borrachos; estaba equivocada. Sus planes se habían alterado a la vez que mis labios se posaban sobre los de mi pareja. Todos los proyectos, a la basura; la afinidad que nos unía, masacrada; las posibilidades, evaporadas. Nunca más me volvieron a llamar, y cuando yo lo hice me dieron largas o pusieron excusas una vez tras otra. Nos encontramos a menudo -Reykjavík es una ciudad muy pequeña-, pero nunca volvimos a hablar íntimamente ni hicimos referencia a esos proyectos que tanto nos habían ilusionado durante nuestros primeros encuentros.

Mi corazón sintió entonces algo parecido al dolor que provoca una ruptura amorosa. Aunque nos habíamos visto unas cinco veces, me parecía que estaba estableciendo con ellos una amistad profunda, sincera. Cuando todo terminó, tardé semanas en recuperarme de aquel revés vital. Lo que me resulta curioso es cómo estos onvres, al enterarse de que yo estaba en una “relación” -sin mostrar interés siquiera por conocer la naturaleza de esta- dejaron de llamarme o de mostrar interés en mis propuestas de hacer cosas juntos. ¿Es que no existe otra posibilidad de relación entre hombres y mujeres, en la cabeza de estos tíos, que la de emparejarse o follar?

Me parece increíble esa incapacidad de muchos tíos para establecer una relación de amistad con una mujer sin que se vislumbre en el horizonte la posibilidad de meterla. Yo, que cuento entre mis mejores amistades a varios hombres cis, no dejo de decepcionarme al pensar en tantos otros tíos. La inmadurez, el ombliguismo tóxico, el machirulismo ilustrado los obligaron a retirarse cuando ya no pueden optar a héroe de la manada.

Sigo convencida, después de todo, de que las amistades entre hombres y mujeres son poderosas y preciosas, por lo que tienen de resistencia a un sistema que nos quiere monógamxs ya no solo en lo romántico sino en lo afectivo en general. Como si los corazones no estuviesen hechos de diversas cavidades, como si, por el contrario, un corazón se pareciera más a una unidad estanca, asimilable al corazoncito que se dibuja con tiza en una pizarra o al que se rasga en el tronco de un árbol. ¿Por qué no promover más bien los corazones pringosos, cavernosos y bombeantes, esos capaces de insuflar sangre y vida a muchas grutas distintas?

SOLUCIONES NO TENGO, PERO ABRIR EL DEBATE ES SIEMPRE UN BUEN COMIENZO

A los pocos días de ver aquel TikTok sobre la chica que denunciaba estas situaciones, una amiga subió a sus stories de Instagram una reflexión parecida. Ella, sobre una foto en que aparecía pensativa, afirmaba que ya iba siendo hora de abrir el debate en torno a este tema. Es muy común que se hable de las calientapollas. La mujer calienta-braguetas es un arquetipo muy usado en miles de situaciones. Si una mujer se acerca afectivamente a un hombre con una intención alejada de lo sexual, muchas veces seremos tachadas de eso. Está claro que en este concepto subyacen muchas violencias y estereotipos machistas y patriarcales, sin embargo no existe una figura tan potente para hacer referencia a los tíos que hacen el vacío cuando descubren que una tía tiene pareja.

De nuevo, se repite la vieja historia de fiscalizar, juzgar y condenar a las mujeres, mientras que ellos salen de rositas de situaciones incómodas, injustas y dolorosas. Si hemos conseguido condenar el término de calientapollas -y aunque aún no hayamos logrado desterrarlo, estamos en el camino de que se convierta en una expresión inútil, retrógrada y asquerosa- quizás ha llegado el momento de que hablemos de esos hombres que súbitamente pierden el interés en una mujer cuando la posibilidad de alcanzar determinada intimidad con ella desaparece.

En un momento en que las concepciones en torno a las relaciones sexoafectivas se abren, se reflexionan y evolucionan, es más que necesario que hablemos de esto entre nosotras y con les demás. Porque nombrar las cosas consigue darles mayor dimensión de realidad a la vez que las va colocando en su preciso lugar. Quién sabe, quizás pronto se acuñe un término para referirse a este tipo de hombre: ¿follarín interesado, carroñero calienta-corazones?.

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