El oro en el espejo es oro siempre

Una lectora recuerda para nosotras a una amiga del instituto. Corría el año 2005…


«El espejo refleja fielmente la realidad,
nunca miente.
El oro en él es oro siempre.
Los destellos embellecen los reflejos
vanidosos que a él acuden.

La muchacha se asoma a esa ventana
asesina de sueños para ella,
preludio del infierno;
su cuerpo le arde y le hiere.
Las lágrimas que ruedan cuesta abajo
agrandan sus heridas, escuecen.

En ese cristal, ¿qué ve?
¿Qué ve sino la realidad?
Su propio cuerpo, mera distorsión.
Saco de piel, sangre y huesos, corazón desinflado.
Muslos, caderas, pechos: falsa grandeza de formas.
Tobogán directo al cementerio.»

 

Stella Rengel

Primavera de 2005

Escribí este poema en 2005, meses antes de cumplir 18 años, cuando hacía 2º de Bachiller y supimos que una de nuestras compañeras estaba sufriendo esa terrible enfermedad que es la anorexia. Al principio no podía entender que una chica tan alta y con tan buen cuerpo pudiera estar pasando por eso. Me parecía guapísima, con una piel africana preciosa que hacía que la ropa de colores vivos le sentase tan bien… Pero con el tiempo me di cuenta de que da igual cómo seas. Que si falla algo ahí arriba, en tu cabecita, el resto da igual: no te vas a apreciar tal cual eres, sin más. Y ya ni hablemos sobre la presión social y los cánones que se nos imponen, fulminantes a ciertas edades…

Y es que yo, sin llegar nunca a atacar mi cuerpo con el ayuno, las purgaciones o el ejercicio excesivo, sufrí en mis propias carnes la distorsión de mi imagen y la no aceptación de mi cuerpo. Pasé de ser «un palillo andante» a una «niña rellenita» cuando mi organismo decidió que ya era hora de empezar ese proceso que me iría poco a poco transformando en mujer. Pecho grande, caderas anchas, culete respingón… Yo me veía fatal, aquello no me podía estar sucediendo y conforme pasaban los años y empezaban las salidas, las fiestas, las discotecas, los primeros amoríos… peor lo pasaba.

Ahora miro algunas de las pocas fotos que me dejé hacer en aquella época (hay años en los que no me hice ninguna) y pienso que cómo pude ser tan idiota y cómo me pude querer tan poco. Las miro y no veo a una chica gorda, a pesar de tener que aguantar comentarios como «qué mujerona estás ya» (¡cómo lo odiaba!). Me comparo con ahora, que sí que estoy gordita, y no doy crédito. Repito: ¡¿Cómo me pude querer tan poco?!

Y sin embargo ahora, a mis 25 años y con mis kilos de sobra, salgo, entro, bailo, coqueteo, me pongo la ropa que me gusta y con la que me siento bien, no me escondo de nada… Y es que he aprendido a que esos kilos de más sólo sobren en cuanto a salud se refiere y a disfrutar de mi cuerpo tal como es en cada momento. Ahora puedo decir que me quiero. Y cada día un poquito más.

 

2 Comentarios

  1. Muchísimas gracias por haber contado con mi pequeña aportación para este proyecto que tanto me ha enganchado desde el principio. No sabéis lo contenta que me he puesto cuando lo he visto hace un rato. 🙂

    • ¡Gracias a ti por enviarnos tu aportación! Nos sirve a más de una para ver lo mucho que se parecen nuestras historias a las de otras miles de mujeres… Un beso!!

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