TRABAJAR ENVILECE XII

Han pasado las Navidades, y nuestra Frida proclama su propósito de año de nuevo cuando ve sus regalos el día de los Reyes Magos.


Ilustración: Isa


Acaba de sonar la media. La media, la media. Recuerdo sus manotas tan grandes, que rodeaban las mías tan pequeñas. Mis dedos apenas llegaban a cubrir sus palmas que siempre estaban tan calentitas. Hace años que no retumbaba en mi recuerdo la media. Y no entendía porqué lo decía, ni que supiera tantos refranes, ni que se riera cuando yo decía gasolinería. ¿Dónde estás ahora, abuelito? Me hubiera gustado conocerte mejor. Yo estoy aquí porque tú estuviste antes y hoy quiero saber cómo era el mundo cuando tú estabas en él. Tal vez entendería mejor las cosas que me pasan, porque tú me explicabas cada pregunta que te hacía. Pero hace mucho que te fuiste, que cerraste los ojos, como cuando yo no tenía sueño y me pedías que cerrara los míos, que cuando los abriera, ya sería mañana. Esta noche he soñado contigo, y ya es de día, pero tú sigues sin estar.

Malditas navidades, el árbol, el belén, los regalos, las comidas, las cenas, las películas con el gordo de rojo y los anuncios de colonias. El frío, la niebla, las luces de las calles y los villancicos. He tenido que estar alegre durante los últimos veinte días sin razón para estarlo. El año que viene no me pillan en una de éstas. Me quedaré el verano pringada en la oficina, pero yo me cojo un mes de vacaciones de diciembre a enero. 

Seis de enero. Espero, por favor, por favor, que no tenga que ir a cambiar o devolver ninguno de los catorce regalos que han traído los reyes, o sea yo, a casa de Sonia. Son tres de familia, por qué narices se compran tanta tontería si lo que necesitan son unas vacaciones en familia, todos juntitos y darse amor. Que esa niña tenga a sus padres y sus abuelos para ella sola, y que no tenga que hablar por wasap con ellos mientras cena en el sofá, viendo la tele. Tiene siete años, por favor. La chica que la cuida está desesperada porque llama y llama a sus padres, pero están inlocalizables. Cada uno por su lado, eso sí.

Habrá que levantarse, madremía qué perezón. Al menos hoy no trabajo. Cientrotreintasiete wasaps. Pero ¿qué ha pasado esta noche, que no me he enterado de nada? Las chicas salieron. Sara y Laura no paran, y Maca me pregunta, a las seis de la mañana, dónde dejó la caja del teléfono nuevo para su marido cuando escondimos todos los regalos. Son las once. A ver, creo que estaba entre el pasapuré y la vaporera. Sí, dentro de la vaporera. De nada, hija. Tu marido no iba a mirar allí, ni siquiera tú. En navidad no se come nada al vapor a no ser que tengas un empacho de mil demonios el día veintiséis, y si comiste en casa de tu suegra en navidad, empachados no íbais a estar.

¿Tengo todo en el coche? El libro firmado para Papá, con su recibo de la suscripción a la tele por cable pagado para todo el año. Que te aproveche el fútbol, majo. Está. La estola de imitación, el bolso con el conjunto de pendientes y anillo dentro para Mamá. Mañana irá a cambiarlo todo en las rebajas. Está. El juego de steampunk y los pantalones igualitos a los que llevaba Will Smith para el jeta de mi hermano. Los pedí por internet en septiembre y llegaron la semana pasada. Menos mal. Está. Mi vestido precioso con una carta que me he escrito diciéndome lo maravillosa que voy a ser el resto del año, está. No me lo creo ni yo. Voy para allá. La última celebración de navidad. Que sea un ratito corto, por los dioses del Olimpo.

Uuuum. Huele a caldooooo. ¿Qué le echará esta mujer al caldo, que huele más que el asado y que huele como el de la abuela? Vuelvo a ser pequeña otra vez. Después de haber cenado y comido en restaurantes desde el trece de diciembre porque a Mamá no le gusta que le huela el pelo a comida en unas fechas tan señaladas (demasiado discurso del rey, en mi opinión), por fin, por fin, comida casera. Espero que no les importe que mi tarta de café sepa a descafeinado… Es lo mejor que pude hacer ayer.

Todos a la mesa, voy a apagar el wasap. La hemos puesto los hermanos y él ha traído flores para decorarla, un puntazo, hermanito, me huele a sugerencia femenina, pero no voy a tocarte las narices con el tema, no vaya a ser que me escalde yo misma. Está perfecto. Los boles, los platos, los bajo platos, las bandejitas del pan, las cuatro copas, los cuatro tenedores (diosmío, no tengo ni pizca de hambre), el mantel, las velas y todo lo demás. Necesito un vino, pero me da miedo cargarme una copa antes de empezar. Y ahora el caldo, el asado, esta vez pescado, qué genial, millones de patatas asadas. Gracias Papá, esto ha sido empeño tuyo. Tú sí que sabes. No puedo más, voy a reventar. Necesito una menta, un chupito de algo, un descanso. Mamá sonríe. Está guapísima hoy, y Papá la mira y la mira como si la estuviera viendo por primera vez. Mi hermano me acaba de dar un beso en la coronilla mientras me retira los platos y los cubiertos.

Abrimos los regalos. Jajajajaa, Mi padre no se cree que le haya regalado fútbol. Por fin empiezas a entenderme, me besa y me rodea con sus brazos. También le gusta el libro, y las gafas de sol graduadas, polarizadas y no sé que más que le ha traído mi hermano. Qué pena que no te la hayas podido permitir de verdad, de las buenas. Hace un buen rato que Mamá no se quita la estola. Mi hermano se ha cambiado y los pantalones le hacen muy sexy. Espero que a su churri le gusten también. Es guapo, me lo dijo hasta la poetisa.

Y ya estoy en casa. Se acabaron las navidades. Prometo ser mejor persona y prometo ser feliz, como tú querías. Lo digo en alto. Lo digo mientras se me entrecorta la voz porque lo digo delante de la foto que me ha regalado, enmarcada en un marco precioso, blanco y rosa, a juego con la nueva colcha que me ha regalado Mamá, hecho a mano por su amigo el escultor. Estamos Abuelo y yo. No tendré más de seis años, y no recuerdo haberla visto nunca antes. Llevo una falda a cuadros, una chaqueta de lana azul, que me picaba mucho, y dos coletas. Una más arriba que la otra. Abuelo sus pantalones de pana verdes y su chaqueta de paño. Me coge de la mano y los dos sonreímos mirándonos de reojo. 

Estoy deseando irme a la cama y volver a soñar con él.

 

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