Una Frida analiza el tratamiento que los medios de comunicación hacen de lo trans y de lo queer en general. ¿Puede preguntársele a una chica trans de 11 años cuál es su orientación sexual? ¿Puede pedírsele que reviva para la cámara los momentos más traumáticos de su vida?
Ayer traduje para subtitular el informe televisivo realizado por el programa 20/20 de la ABC. Lo hallé buscando materiales relacionados con lo queer, queriendo colaborar con la introducción del tema en mi entorno, en el que, como es de suponer, predomina el prejuicio. Pero lo que encontré me generó una gran confusión: un tópico y unos entrevistados valiosísimos enfrentados a la incapacidad televisiva. Resolví, entonces, subtitularlo y compartirlo de todos modos, pero haciendo antes un breve artículo con las aclaraciones del caso.
El informe es condescendiente y sensacionalista; la historia se construye sobre una base perversa de principio a fin. Los temas que aborda, el tipo de preguntas a las que enfrentan a la niña y a su familia y la entrevistadora elegida para la ocasión son los elementos que más preocupan. Empezando por esto último: ¿por qué se ha elegido a esa señora para realizar la entrevista? ¿Es ella “la voz del pueblo”, que con la inocencia y los prejuicios del ciudadano promedio llevará al espectador adonde alguien capacitado en la materia no lo llevaría? ¿Debemos por eso admitir que haga preguntas tautológicas y capciosas, o que incluso inste a la entrevistada a definir cuestiones que no tiene por qué haber resuelto, como su orientación sexual? ¿O que la obligue a revivir, al borde de las lágrimas, episodios que difícilmente habrá podido superar?
Son preguntas retóricas, claro. Pero tengo más. ¿Desde qué lugar abordamos el asunto?, ¿desde el respeto o desde la lástima? ¿Nos da este informe la pauta de que la transexualidad debería excluirse del catálogo de patologías mentales del último DSM? O más bien nos enseña que debemos tolerar esta patología porque, al fin y al cabo, no le hace daño a nadie.
La televisión, y lo digo lamentando no conocer realizadores de este entorno que se esfuercen por dar el discurso contrario, continúa abordando la temática con la certeza de que los freaks dan rating, perpetuando el antiguo concepto de circo. Lamento decirlo con conocimiento de causa y sin ser capaz de olvidar el día en el que asistí en mi universidad a una charla en la que un reconocido productor argentino recordaba que era Xuxa quien había descubierto el altísimo rating que se conseguía poniendo a un niño down frente a la cámara.
Por otra parte, la disforia de género no remite necesariamente a la correspondencia con el polo opuesto de la distinción binaria hombre-mujer asignado al nacer por factores biológicos, sino que también comprende -se me ocurre una ¿inocente? analogía con la religión-: géneros protestantes, agnósticos del género, y una enorme gama que, ante la innecesidad de polarizar con la angustia del obsesivo compulsivo, quedan englobados en el denominado gender fluid (con el que me identifico).
Entonces, y de cualquier modo, al describir a la niña como “muy femenina”, los padres responden al binarismo de género sin objeciones, lo cual es posible que genere conflictos más adelante a pesar de su evidente buena voluntad. Hay mujeres biológicas “muy masculinas”, y hay otras que un día tendemos a una cosa y al siguiente a otra, ¿y qué hacemos con eso?
Lo mismo pienso del hecho de que se le exija a una niña de once años definir ante la cámara, eternizándola, su orientación sexual. Quizás, hoy sienta que al corresponderse con el género femenino deba fijarse en hombres porque a esa edad no se suele estar al tanto de las posibilidades, porque no es algo que las familias inculquen ni que se vea en la televisión ni que se abrace en las instituciones educativas, acaso las tres principales fuentes de información a esa edad. Es posible que su palabra se mantenga en el tiempo, pero tal vez no. Quizás simplemente haya respondido para salir del paso y sin tener la menor idea, porque tiene once años. La hemos obligado a resolver públicamente, para nuestro perverso regocijo, algo que bien nos gusta conservar en el ámbito de lo privado.
No quería compartir este video sin antes hacer las mínimas aclaraciones. La intención era acercar(me) a una temática yerma, sobre la que lentamente se va construyendo un discurso, pensando que quizás el mero acercamiento me despojaría de algún prejuicio. Pero el beneficio del pensamiento crítico es que posibilita elegir también la manera de acercarse, y estoy convencida de que el informe en cuestión no es la apropiada.
Sin embargo, después de reflexionar un poco, no está mal volver a verlo. Habiendo leído entre líneas es posible que, a pesar de lo tendencioso, nos revele algo más de información. Tiene que haber algo escrito sobre la relación de fetiche entre la transexualidad y las sirenas.
Viviana Berrogorry o María Vasca (26)
Treinta y Tres (Uruguay)
http://mariavasca.blogspot.com.uy/2016/01/nina-trans-de-once-anos-define-su.html
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