Ser hija única puede ser difícil a veces, pero también te prepara para conocer la soledad… Y a ti misma.
Imagina a una niña extendiendo una manta en el suelo de su salón. La manta no es muy grande, pero ocupa prácticamente todo el hueco que dejan libre el mueble y el sofá, ya que se trata de una sala pequeña. Acto seguido, la niña trae unas cajas con diferentes juguetes que vuelca sobre la manta. Así, sola, se prepara para una tarde de juegos. Otras veces se queda en su cuarto leyendo o, según va cumpliendo años, escuchando música y escribiendo en su diario. Ella sola.
Dicho así, la vida de esa niña puede causar pena. En realidad no es así: tiene amigos y muchas actividades que ocupan su tiempo ya que, además de estudiar en el colegio, acude al conservatorio por las tardes. Los fines de semana suele quedar con su pandilla para ir a dar una vuelta por el barrio que, dicho sea de paso, no ofrece muchas diversiones para un grupo de preadolescentes. Un par de años más tarde empezarán a ir de vez en cuando al cine o a hacer alguna cosa un poco más especial; pero lo normal es que compren unas chucherías y vayan a los recreativos a escondidas, porque no tienen muy buena fama.
Le gusta subir con sus amigues a casa y tiene la suerte de que a su madre le encanta que lo haga; seguramente por aquello de que es hija única. Sí, ese es el motivo por el que la niña pasa bastante tiempo sin la compañía de gente de su edad. Y sí, esa niña soy yo.
Recuerdo cómo de pequeña a veces le pedía a mi madre y mi padre tener un hermanito o hermanita. Como parecía que mis peticiones no eran escuchadas, entonces me dedicaba a dar la matraca a mi tío y mi tía pidiéndoles que me dieran un primo o prima. Porque, a diferencia de otres hijes uniques que conozco, yo ni siquiera tenía primes. Bueno, no voy a mentir, tenía (y tengo) cuatro primas, pero nunca tuvimos esa relación especial que he podido observar que otras personas tienen de pequeñas con sus primes. En definitiva, crecí rodeada por gente adulta.
No puedo saber lo que se siente al tener hermanes y siempre me dan mucha envidia las historias que la gente que los tiene cuenta sobre su niñez. Me da mucha pena no haber vivido todas esas aventuras, no poder recordar anécdotas de la infancia, las peleas, las risas… Pero, es curioso, nunca me sentí especialmente sola. Además de relacionarme con otres niñes en el colegio, creo que le supe sacar bastante partido a mis momentos en soledad.
Pensamos en una hija única y se nos vienen a la mente adjetivos que no suelen ser muy buenos: egoísta, caprichosa, consentida, malcriada… Sí; a lo algo de mi vida, cuando he comentado que era hija única, estos apelativos han sido recurrentes por parte de la gente. En realidad, ser hija única no hace que automáticamente lo tengas todo. Es cierto que me considero muy afortunada y que si hubiera tenido hermanes, probablemente habría habido cosas que no hubiese podido hacer, pero también he tenido que currármelo. Además, siento que a la gente también se le olvida que puede que recibamos más, pero no es menos cierto que tampoco tenemos con quién compartir responsabilidades. Cuando una es hija única, lo es para lo bueno y para lo malo.
Puede que la gente piense que tuve una infancia un tanto triste, pero no la recuerdo así en absoluto. Considero que el pasar tantos momentos a solas conmigo misma me ayudó a aprender a reflexionar y a conocerme mejor. A veces pasamos tanto tiempo a lo largo del día rodeades de gente que no tenemos ni un segundo para pararnos, respirar y pensar en nuestras cosas. No me malinterpretéis; adoro tener la compañía de mi familia y amigxs y uno de los mejores momentos del día es cuando llego a casa y mi pareja me recibe con un beso; pero esos momentos en los que estoy sola y puedo dedicarme a pensar, imaginar y relajarme, son muy necesarios para mí.
Ser hija única me ha hecho aprender desde pequeña que lo malo no es estar sola sino sentirse sola. Creedme, he llegado a sentir una profunda soledad cuando me rodeaba mucha gente y me he sentido plena estando sola. No debemos tener miedo a la soledad, sino aprovecharla. ¿Aprovecharla para hacer cosas?, os preguntaréis. A veces sí, y otras veces para abrir una ventanita en el pecho y pegar la oreja a ella. Porque conocerse mejor nunca está de más.
1 Comentario
Qué chulo texto. Nunca me había sentido tan identificada con algo como con esto. ¡Felicidades!