…me encantan las bodas. Me lo paso pipa, pero hay ciertos elementos de la ceremonia y la posterior celebración que redundan en el papel de la mujer como posesión, como aspirante a madre/esposa, como temerosa de quedarse sola.
He de reconocer que, pese a no haber acudido a muchas todavía, me encantan las bodas. Soy consciente de que mucha gente odia recibir invitaciones de boda y que normalmente suele suponer un gran desembolso de dinero, pero yo no puedo ser más feliz cuando me invitan a una.
No puedo evitar pasármelo en grande en el banquete y en la posterior fiesta con barra libre y baile hasta las tantas, especialmente si quien se casa es alguien cercane y conozco a buena parte de las personas invitadas. También me hace ilusión pensar en la ropa que llevaré (aunque a veces encontrar un vestido o un traje puede ser un verdadero quebradero de cabeza) y arreglarme como si fuera a los Oscar, porque es algo que no hago muy a menudo. En general disfruto como una enana, desde el principio hasta el final.
Las bodas son muy divertidas, sin duda. Sin embargo, las ceremonias de boda son aún eventos cargados de machismo, un machismo que quizá no todo el mundo sabe apreciar, pero que resulta evidente si prestamos un poco de atención. Los roles están claramente marcados desde que una pareja decide contraer matrimonio: la proposición debe hacerla él, la novia debe ir vestida de blanco y debe hacer la entrada de mano de su padre (quien la entrega a su futuro esposo como quien entrega una posesión), puros para ellos, adornitos inútiles para ellas… Pero más allá de todas estas tradiciones claramente sexistas, existe una especie de creencia popular arraigada en la sociedad occidental que nos hace pensar que cuando las parejas heterosexuales deciden casarse, lo hacen principalmente por contentar a la mujer. Ellas se suelen encargar de la mayor parte del trabajo que conlleva organizar una boda porque es “el gran día de ella”, no el gran día de él. ¿Quién no ha oído alguna vez comentarios como: “las que se casan en realidad son ellas, los novios están de adorno”? O chistecitos como “Menganita por fin ha cazado a Fulanito”. O comentarios al novio: “se te va a acabar la buena vida”.
Se sobreentiende que toda mujer debe aspirar a casarse, a “cazar” a un hombre con quien contraer matrimonio, para poder después “realizarse como mujer teniendo hijos”. Desde pequeñas se nos inculca de forma terrible el rol de esposas y madres, pero ¿por qué se asume aún a día de hoy que todas las mujeres sueñan con casarse? ¿Por qué se asume que el matrimonio es más importante para ellas que para ellos? ¿Por qué se piensa que ellos lo hacen en cierto modo “obligados”?
Quiero pensar que esto está cambiando en la actualidad. No sé si algún día me casaré pero si lo hago, desde luego quiero romper con todas estas tradiciones machistas tan arraigadas, y desde luego quiero hacerlo con alguien que lo desee tanto como yo, no que lo haga para contentarme o “porque es lo que toca”. Tengo claro que si me caso no llevaré un vestido blanco, no dejaré que mi padre me lleve hasta el altar y ambos entraremos juntos en el lugar escogido para celebrar la ceremonia, porque será un día especial para ambos, no solo para mí. Todo estará elegido al gusto de los dos, y, por supuesto, no habrá regalos diferenciados en función del sexo de los invitados.
Quiero pensar que llegará un día en el que este tipo de tradiciones y comentarios ya no sean lo más común, y que las uniones heterosexuales sean celebradas en igualdad de condiciones. Pero por el momento me permitiré disfrutar de estas celebraciones que tanto me gustan, pese a que haya muchas cosas en ellas que me hagan enfadar. Eso sí, tengo claro que cuando mis amigas y amigos empiecen a casarse y quieran contar con mi opinión para el gran evento, ahí estaré yo para poner el contrapunto feminista.
Inés López (22), A Coruña (Galicia, España)
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