Julia se estrena en Proyecto Kahlo dándonos a conocer a mujeres artistas italianas que no han recibido el reconocimiento que se merecían.
Recuerdo cuánto me conmovió el Nacimiento de Venus de Sandro Botticelli. El cuadro, de 1484, está en los Uffizi, en Florencia. Cuando lo vi por primera vez en vivo fue hace más de ocho años. Al entrar en la estancia que lo contiene, recuerdo que sentí algo potente. Y creo que todo tuvo que ver con que el centro del cuadro estaba ocupado por un cuerpo femenino que atraía todas las miradas; desnudo, excitante y cándido a la vez.
Vuelvo a Italia y estudio, ocho años más tarde, un curso de mujeres pintoras en la historia del arte italiano. Y no puedo evitar volver a aquel día en que me encontré con la Venus de Boticcelli para darme cuenta de que nunca volveré a sentir esa emoción de nuevo. Simplemente porque he entendido que mi mirada fascinada contemplaba un cuadro pintado por un hombre. De lo que yo estaba realmente deseosa era de reconocer detrás de las capas y capas de óleo las manos de una mujer creando.
¿Dónde estaban las mujeres artistas en el museo? ¿Por qué nos resulta difícil, generalmente, recordar el nombre de una pintora italiana aunque todes recordemos a Caravaggio o a Michelangelo?
Una iniciativa del grupo de activistas Guerrilla Girls en el Metropolitan Museum de Nueva York denunciaba esta situación en el año 1989.
La historia del arte, como tantas otras disciplinas, ha invisibilizado o minusvalorado a las mujeres artistas. A partir de los años 70, las teóricas y activistas feministas se han ido encargando de denunciar esta realidad y de rescatar y poner en su legítimo lugar a grandes pintoras clásicas que quedaron olvidadas o relegadas a los apéndices en femenino de las narraciones históricas.
Hubo grandes mujeres artistas que se midieron con los grandes pintores o escultores de su época traspasando barreras invisibles y luchando contra estereotipos y miedos. Las aportaciones de ellas deberían ser leídas como documentos únicos, genuinos dentro de un mundo clásicamente masculino.
Cuando una artista pintaba un cuerpo femenino, el trazo recorría curvas conocidas. Una artista pintando un desnudo irremediablemente se está enfrentando al cuerpo femenino desde un lugar cercano, empático, capaz de captar la diversidad, de abrazar la diferencia. Aunque pinte un cuerpo que encaje (o no) con los cánones del momento, lo está pintando desde dentro, desde su conciencia de sí misma y a la vez desde fuera, desde la piel y la imagen que le devuelve el espejo. No hay mirada voyeur en la artista que retrata un cuerpo femenino, sino más bien un diálogo consigo misma que puede ser extrapolado a otros cuerpos.
Lavinia Fontana, por poner un ejemplo entre muchísimos posibles, nació en Bolonia en 1554. Aprendió a pintar en el estudio de su padre y es considerada como la primera mujer que se ganó la vida gracias a sus pinturas. De hecho, sostuvo económicamente a su marido y sus once hijos e hijas gracias al arte. En uno de sus autorretratos de 1577, que pintó para enviar a su futuro suegro, se aprecia su seguridad en sí misma. Si os fijáis, al fondo, se puede ver un caballete bajo la ventana. Ese pequeño caballete, ese pequeño gesto, pueden ser interpretados como una verdadera revolución que pone de relieve la agencia de Lavinia y su determinación por perseguir un destino alejado de los cánones femeninos de la época. El caballete es toda una declaración de intenciones: mírame, soy una mujer de mi época pero, aunque me case, nunca dejaré de hacer lo que me gusta: pintar.
Sofonisba Anguisola influyó enormemente a Lavinia y cultivó con mucha pasión una enorme cantidad de autorretratos que recogen su evolución desde su adolescencia hasta su vejez. Su testimonio persiste hoy y sus cuadros siguen resultando magnéticos y cargados de conciencia y sensibilidad.
Properzia de Rossi (también modelo e inspiración para Lavinia) fue una escultora brillante que trasgredió la idea de que la escultura era, por lo físico de su ejercicio, una actividad profundamente masculina.
Elisabetta Sirani o Artemisia Gentileschi son también pintoras italianas que se midieron con Guido Reni y con Caravaggio respectivamente y cuyo legado merece ser rescatado. Todas ellas son mujeres que crearon obras religiosas, mitológicas o de la vida cotidiana en pequeñas y grandes dimensiones, desafiando dictados de género y rompiendo moldes acerca de lo que significaba la feminidad.
Hoy en día, quién sabe si cada vez que retratamos a una amiga o realizamos un autorretrato, hay un poco de cada una de ellas en nuestro gesto. Necesitamos más referentes femeninos en nuestra formación. Y para ello tenemos que empeñarnos en desterrar de los apéndices y de los recuadros dedicados a las mujeres pintoras a todas estas mujeres que fueron, y pueden seguir siendo, fuente de inspiración para todes. Tienen que compartir renglón con los grandes maestros para que sus voces y sus cuerpos sean tenidos en cuenta verdaderamente.
Tanto Lavinia como Elisabetta, Artemisia, Properzia o Sofonisba demuestran que el arte lleva cientos de años funcionando como plataforma para denunciar desigualdades y para poner de relieve la invisibilidad de las mujeres. Sus autorretratos, sus obras de gran tamaño, sus esculturas, centran la mirada en un universo femenino complejo y rico gracias al que muchas otras mujeres se lanzaron al arte como vía de expresión de su subjetividad y su lugar en el mundo.
Bravissime queste donne!
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