Los diarios personales albergan toda clase de sentimientos y acontecimientos que incumben a la humanidad, así que´¿por qué no considerarlos literatura?
¿Alguna vez habéis escrito un diario? ¿Lo escribís actualmente? El hecho de dejar constancia de lo que se hace, se experimenta o se siente es algo que no sabe de fronteras. Cualquiera puede escribir un diario, y su diario será siempre un muy buen reflejo de sí misme. No por lo que dice o cómo lo dice, sino por los recuerdos que evoca, por las cosas que silencia y por la cadena de sentimientos que puede despertar el leerlo pasados los años.
¿Quién puede juzgar un diario? Probablemente solamente la persona que lo ha escrito. En términos sentimentales y vitales, ¿quién mejor para decidir cuán bueno es un diario como reflejo de un día a día ya pasado que la persona que en su día se sentó (o tumbó) a escribirlo? En términos literarios todo se vuelve más complicado, pero si literatura es remover con palabras, es transmitir, describir o relatar, quizás muchos diarios que nunca serán publicados sean pequeñas joyas literarias esperando a ser descubiertas.
Las mujeres han cultivado enormemente los diarios a lo largo de la historia, ya que esta forma de escritura desprovista de la presión estética y estilística que sí que puede acompañar a la autobiografía, es una herramienta mucho más íntima, capaz de dar cabida a pensamientos más intensos, inconfesables o contestatarios con respecto a la propia realidad. Si un diario no va a ser publicado, si un diario no va a ser leído por nadie cuando se guarda a buen recaudo, ¿no se convierte en un documento precioso y peligroso?
Los diarios de grandes escritoras como Anaïs Nin, Sylvia Plath, Virginia Woolf o Susan Sontag han sido publicados; y asomarnos a ellos supone asomarse a abismos de intimidad, como si nos estuvieran susurrando confesiones al oído. Otros, como el de Ana Frank, son un testimonio histórico y vital de valor inconmensurable.
¿Y nuestros diarios? Los de personas que no tenemos una vida trepidante (o sí). Quizás literariamente puedan ser juzgados como mejores o peores, pero en una escala de emociones o recuerdos, ¿por qué no podemos considerarlos como archivos literarios de nuestras propias vivencias?
No tenemos por qué compartirlo todo. En un mundo en el que vivimos dentro de una espiral de redes sociales y vidas públicas, existe un secreto y desconocido placer en el hecho de hacer cosas a escondidas. Hacer cosas que no se comparten con nadie: alcanzar un placer indescriptible escuchando a solas esa canción que te emociona hasta el desaliento, sentirte llene cuando ves una película con la que te has sentido conectade de manera visceral o escribir cosas por el mero placer de volcar tus palabras, de derramarlas, para algún día volver a leerlas y descubrir cómo has cambiado, evolucionado.
Como escribió Virginia Woolf: El diario es tan privado y tan instintivo que incluso permite que otro yo se desgaje del yo que escribe, que se separe y observe al primero cuando escribe.
1 Comentario
El acto de escribir un diario es maravilloso. Desde que iba en quinto básico, escribo en uno. Tengo al menos unos 6 diarios completamente escritos, y continúo haciéndolo, incluso permitiéndome pagar un diario personalizado con alguna imagen simbólica que me guste.
¿Por qué lo hago?, simplemente ha sido un desahogo desde que tengo consciencia de mis pensamientos y de que podía plasmarlos; es un acto liberador. Y mientras la mente se agita con problemas, conflictos y cuestionamientos, es el diario el que recibe el desahogo sin juzgarte. Lo hago también, porque todos somos historia, y sé que el día que yo no exista, a más de alguna generación posterior (sobrinas/os, hijas/os, o cualquier persona) le interesará revisarlo, ver mis costumbres, identificarse o sacar alguna enseñanza de ello; lo que hice o imaginé, no quedará en el olvido.
Hermoso artículo 😉