La sororidad tiene muchas facetas. Y también está en lo sexual. Porque con nuestras amigas nos desahogamos, compartimos y crecemos en este aspecto de la vida. Es la sororidad sexual.
El paracaídas perfecto, la colchoneta que no se pincha, la red que te va a sujetar siempre, ese entorno en el que te sientas libre de decir, comentar, opinar, preguntar -y todo ello sin ápice de miedo- son tus amigas.
Y es que nos han vendido cosas como que “las mujeres sois muy malas entre vosotras” o que “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”, pero la realidad es que juntas podemos conseguir cosas maravillosas.
El primer beso, la primera relación sexual, que si esto es normal, que si no lo es, que si no sabía que con la lengua se podían hacer esas cosas, que si como te masturbas, que si sabes masturbar a otra persona, «¿Sí? ¡Enséñame!», que si me acompañas a comprar preservativos, que si quieres que veamos juntas la revista “porno” que le he cogido a mi hermano, que si tus pezones son como los míos que parecen galletas, que si el primer coito duele o no… y podría seguir así hasta el infinito.
Entre nosotras encontramos una complicidad, una sensación de hermandad, la sororidad, que hace que nos sintamos seguras a la hora de preguntar cualquiera de las dudas que nos surgen y que no tenemos a quién preguntar. Bueno, sí que tenemos a quién, a ellas.
Nos creamos entre nosotras, nos aconsejamos, acertamos y la fastidiamos, reímos y lloramos y, en muchas ocasiones, transmitimos tantas inseguridades que tenemos que, con ayuda de esa amistad, las superamos, las relativizamos y crecemos.
Me pasa mucho en terapia que cuando recojo información sobre la historia sexual de una mujer y pregunto si han vivido alguna vez juegos sexuales en la infancia con las amigas, me encuentro con un muro de vergüenza y con un “SÍ” al que le siguen un montón de excusas, pretextos y motivos lógicos para hacerlo. Como si esa coletilla fuera necesaria, como si hubiese algo que justificar…
Con nuestras amigas también descubrimos nuestro cuerpo.
Y es que una cosa que es muy habitual es que, jugando a cualquier juego en el que haya contacto físico, nuestra vulva se roce con su pierna, por ejemplo, y sintamos a nuestro clítoris empezar a vivir. No tiene una implicación sexual porque esa la ponen nuestras ideas y pensamientos e igual no sabemos ni qué es eso, pero sí que tiene una connotación de placer, de gozo, de no se porqué pero cuando jugamos y entrelazamos las piernas me da gustito.
Lo que pasa es que a pesar de ser algo lógico y normal, como no se habla de ello, muchas mujeres entienden que es algo tabú y, por lo tanto, algo malo, por lo que se lo guardan, se lo callan y, cuando yo les pregunto y pongo ejemplos en terapia, se sorprenden y su cara manifiesta ese alivio que todas sentimos de pensar “no soy la única”.
Nos educamos muchísimo entre nosotras, nos impulsamos a crecer, a vivir felices, deseamos lo mejor para nuestras amigas y, por supuesto, que luego nos lo cuenten. No por cotilleo ni morbo -igual un poquito sí- sino porque aprendemos a vivir a través de ellas, de sus experiencias, haciendo que las nuestras crezcan, que se abra aún más el abanico.
Nuestra sexualidad y la vivencia que hacemos de ella se enriquece por las mujeres que nos rodean.
Eso es maravilloso.
Y no sólo nos tenemos las unas a las otras cuando estamos probando cosas nuevas o cuando estamos descubriendo nuestro cuerpo, nos tenemos a todas las edades y de todas las formas. Cuando descubrimos algo en un artículo y lo comentamos, cuando discutimos entre nosotras temas sobre los que no sabemos para dónde inclinarlos, cuando tratamos nuestras preocupaciones del día a día -porque tú qué opinas de que a mi novia le ponga hacerlo al lado de la ventana o qué te parece que al chico con el que quedé por Tinder le haya lamido hasta el carnet de identidad a las 2 horas de conocerle- o cuando tratamos temas con marcadas características políticas como la trata, la prostitución o la gestación subrogada -pros, contras, legalización, abolición, en qué mundo vivimos, etc.
Lo maravilloso de compartir entre mujeres, de hablar sin miedo, sin presión y sin juicios de por medio, es que te permites ser tú misma. Sabes que, estén de acuerdo contigo o no, una cosa que siempre va a haber es respeto, solidaridad y apoyo.
Además, como comentaba un poquito más arriba, las charlas sobre sexo no van a hacer otra cosa que abrir nuestras mentes, ampliar nuestras miras, quizás motivarnos para probar cosas que nunca habíamos pensado, igual sencillamente alimentan nuestras fantasías o nos tranquilizan sabiendo que siempre hay alguien que ha vivido algo parecido o que, si no la hay, por lo menos lo entiende, respeta y se interesa por ello.
Igual cuando se dice eso de “compartir es vivir” somos muy ingenuas pensando que nos referimos a cosas materiales, ¿verdad? Porque ¿qué hay mejor que compartir emociones y pensamientos? Al fin y al cabo estamos hechas de eso.
Este artículo es para las amigas de cuando era pequeña con las que descubrí tanto, para las que pasaron, las que se quedaron, las que se fueron y las que vendrán, en especial para mi amiga/hermana/amor/loquita Marta con la que llevo creciendo desde hace 28 años y, por supuesto, para mis compañeras de Proyecto Kahlo, nunca pensé que pudiese descubrir a estas alturas de la vida toda una nueva familia.
Somos afortunadas.
Amores, os quiero.
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