«El tiempo de la revolución es ahora». Y esta revolución debe estar plena de sororidad.
Salgo de la ducha, congelada. Buenos Aires cayó bajo una ola de frío polar. Es cierto que nuestres querides españoles podrían reírse por el pánico que nos genera tener una temperatura de un grado bajo cero, pero acá nos vamos a pasar los próximos días tiritando y hablando del frío. Envuelta en la toalla, recorro el armario para ver qué ponerme.
En el canal de noticias anuncian que el Gobierno quiere hacer una reforma laboral como la brasilera, para que trabajemos doce horas por el mismo sueldo, sin vacaciones pagas ni aguinaldo. Sé que en otros países estos son lujos que las grandes empresas les dan a sus mejores empleades en forma de bonos pero acá son derecho adquirido para toda persona con un contrato formal.
Una nube gris me invade la cabeza: ¿cómo vamos a hacer para sobrevivir? Sobrevivir en el sentido pleno de la palabra, no sólo llegar a fin de mes. ¿Cómo se supone que termine la novela que empecé a escribir hace unos meses si voy a estar doce horas en la oficina? ¿Cómo se supone que pueda ir a una reunión política si salgo a las ocho de la noche y no puedo ni pagarme un taxi para llegar a destino?
Entro a Twitter, todes estamos asustades. Digo algunas cosas. Ceci me dice que tiene miedo. Le respondo con un verso de una canción vieja de una banda indie que se me está haciendo mantra y carne y bandera: en este mundo peligroso, tenemos que estar juntes.
Pongo el disco entero en YouTube y vuelvo a revolver el placard. Elijo una trusa negra que es abrigada y me cubre desde los muslos hasta la cintura, unas medias rojas, un vestido gris con triangulitos de colores que me recuerdan al símbolo lésbico y me van a divertir durante todo el día. El vestido es un intermedio entre camisión y buzo, no me voy a poder poner nada arriba, necesito una capa intermedia.
La luz del techo del cuarto se me rompió hace unos meses, así que me ilumino con un velador cuya voluta también se rompió y la luz que entra por la ventana, pero hace tanto frío que lo que entra es, en realidad, una sombra grisácea que me hace pensar en Game of Thrones. Voy levantando las remeras amontonadas en una pila en el armario. No tengo ninguna lisa limpia. Son todas remeras feministas que me han ido regalando mis amigues o me he ido comprando. Una de mis preferidas es una de Las Histéricas de Uruguay, que dice “sexismo: enfermedad de trasmisión social”, que me dieron en Semana Santa tras una breve visita a su ciudad. Feminismo latinoamericano sin barreras ni tabúes. Pero es de cuello cerrado y va a sobresalir debajo del vestido.
Finalmente, elegí ponerme una blanca con la foto de Lohana Berkins (dirigente travesti argentina, feminista, salteña, boliviana, católica devota de la Virgen de Caacupé, participante del Comité Central del Partido Comunista Argentino y una compañera muy querida y cercana, muerta en febrero de 2016) que me regaló otra amiga feminista, Cynthia Castoriano. Hacía un rato, Cyn había tuiteado que estaba sufriendo el frío, el viaje al trabajo, el capitalismo salvaje. La remera de Lohana, que me está abrigando mientras escribo este texto, tiene impresa otra frase que se nos hizo mantra y carne: el tiempo de la revolución es ahora. No podemos esperar más. Nos están matando, encarcelando, desapareciendo, persiguiendo, hostigando.
Le mandé un mensaje a Cyn diciéndole que me había puesto la remera y me respondió con un corazón y un agradecimiento, nos abrazamos a la distancia, confirmamos una vez más que nos tenemos, que estamos juntas.
Amar en este contexto, es un privilegio, la sororidad es un acto revolucionario.
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