¿Creéis que la mirada de las demás personas ha influido en el modo en que vosotras mismas os miráis? Esta pregunta le viene rondando a Julia desde hace algunos meses.
Los piropos, las miradas penetrantes, tantas veces lascivas, o el acoso callejero comenzaron a hacer mella en nosotras. Una de las principales consecuencias de estos abusos se dio a nivel visual: ya no nos mirábamos con los mismos ojos. Donde antes observábamos piel, ahora mirábamos carne; donde antes apreciábamos belleza, o simplemente vida, ahora notábamos tensiones. La mirada externa ganaba entonces un peso hasta ese momento casi inexistente.
Pero, ¿cómo se vive actualmente este cambio, en un mundo cada vez más centrado en lo visual?Instagram está desbancando a Facebook en actividad y usuaries. Ahora mismo, todas las personas podemos convertirnos en fotógrafas reconocidas (al menos en redes sociales) gracias a aplicaciones diversas que nos permiten jugar con luces, definición o enfoque. Aunque algunes puristas del arte puedan cabrearse al comprobar cómo fotógrafes amateur causan furor en las redes con sus fotos hechas con un simple teléfono móvil, la realidad es que la democratización de la expresión artística es imparable.
El hecho de que estén surgiendo nuevas formas de auto-representación como el selfie, puede tener lecturas interesantes desde una perspectiva feminista. Algunas pensadoras, como Peggy Phelan, defienden que el autorretrato es un ejemplo fascinante de lo que supone la autorrepresentación para las mujeres.
Diversas artistas, a lo largo de la historia de la pintura o de la fotografía, han usado sus autorretratos como potentes productos para enfrentar el canon artístico androcéntrico y sexista. Frente a representaciones de mujeres creadas por hombres, las artistas que trabajan con su propia imagen contestan a esas imágenes artificiales con otras que dinamitan las normas de la composición y la mirada. Esta ruptura ilumina todo un universo íntimo pero a la vez político que visibiliza la necesidad de que las mujeres nos auto-representemos de maneras diversas.
Desde los autorretratos de pintoras clásicas italianas hasta las fotografías de Cindy Sherman, existe toda una corriente que ha centrado su producción en poner en el centro de la pieza artística a la propia artista.
La lectura política y feminista de los selfies o de cualquier autorretrato pasaría por preguntarnos si no pueden ser estas imágenes consideradas una herramienta de empoderamiento. Los oprimidos, las feas, los gordos, las antipáticas, los orejudos, las demasiado liberadas sexualmente, etcétera, necesitamos de herramientas tan populares y sencillas como el selfie para trabajar la autoestima y cultivar una manera de representarnos alejada de las imposiciones externas.
Frente a los discursos dicotómicos de pureza-hipersexualización o belleza-fealdad, los autorretratos juegan en otro plano, al utilizar atributos de unos y otros extremos para crear dispositivos que crean confusión y ayudan a que nos replanteemos los estereotipos y su validez.
Cuando nos hacemos una autofoto, no hay nadie que nos diga cómo posar, qué mostrar (y qué no) o cómo sonreír o hacernos las despistadas. Cuando nos tomamos un selfie estamos eligiendo absolutamente todo. Elegimos el lugar, inundando el espacio público o abriendo las puertas de nuestras casas. Determinamos qué se muestra, destacándolo, y escondemos lo que no nos apetece mostrar. Pero sobre todo, nos permitimos crear una imagen nuestra que no haya pasado por filtros externos. Nos ponemos en el centro de la imagen pero además nos encontramos detrás de ella, lo que genera un campo de control y poder sobre el resultado final mucho mayor que en el caso de una fotografía realizada por una persona distinta de nosotres mismes.
Frente a unos estereotipos que rechazan la diversidad o que condenan lo incómodo, los selfies permiten que cualquiera pueda poner su subjetividad, su cuerpo, su imagen, en juego. Y esta puede ser una puerta de escape a mecanismos de control que pesan sobre nuestros cuerpos. El selfie permite la celebración de la rareza, de la excentricidad, de la individualidad, para apoyar la idea de que no existe la fealdad sino la falta de concordancia con un canon estético inalcanzable, sexista, vigilante y francamente aburrido.
Os dejo a continuación algunos enlaces que considero que demuestran este poder del selfie y de cualquier autorretrato para convertirnos en protagonistas y dueñas de nuestro particular carrete de fotos:
- Instagram de Lena Dunham: Es la reina del selfie desvergonzado, crudo, directo y real. Normalmente acompaña sus autofotos de geniales reflexiones acerca de los estereotipos, sus sentimientos, su cuerpo o sus tatuajes.
- Instagram de Project I shot myself : Proyecto ético y empoderante de autorretratos femeninos que lucha por dar la vuelta a las imágenes eróticas tradicionales. Aceptan contribuciones de todo el mundo y de todo tipo de cuerpos.
- Serie Eleven Years de Jen Davis: Fotógrafa residente en Nueva York que durante años ha realizado preciosos autorretratos que ponen en el centro su propia corporalidad y concepciones en torno a la belleza y la identidad.
- El autorretrato de mujeres en la fotografía: Artículo publicado en el blog La mirada del mamut que realiza un recorrido por algunas de las artistas que han cultivado el autorretrato fotográfico como expresión artística y personal.
1 Comentario
Esto es enmascarar el narcisismo, por el hecho de que la mayoría de selfies no son artísticas, son solo personas quienes disfrutan verse en el espejo. Si fuera un diario, no sería necesario mostrarlo. Y la belleza NO es relativa.