El poder de las emociones negativas

Las emociones negativas gozan de muy mala fama. Nos las queremos quitar de encima. Pero lo cierto es que encierran muchísimo poder. Irene nos lo explica.

 

el poder de las emociones negativas
Ilustración de Caribay

Las emociones negativas no nos gustan. De hecho la simple cuestión de que al leer «emociones negativas» todes sepamos a qué me refiero, ya nos indican el estado de la cuestión.

Y claro, es normal.

Es muy lógico que no nos gusten porque duelen. Es lógico que las cataloguemos de «negativas» por el mismo dolor que nos ocasionan. Pero así como dice el dicho «no es oro todo lo que reluce», también podríamos tomarlo en el sentido contrario y afirmar algo así como «no son tan feas las emociones que duelen». Las pobres gozan de muy mala fama y cuando asoman nos las queremos quitar de encima como quien se quita ese molesto bicho del hombro. Pero al tratar de hacer esto estamos cometiendo un error. Y de los gordos.

«Claro Irene», pensarás «voy a dejar ahí esa emoción para que me machaque». Pues sí y no. Sí porque no sirve de nada que luches contra ella -de hecho luchar contra ella es luchar contra ti- y no porque de lo que estoy hablando no es de engancharse a la emoción, sino sencillamente de sentirla.

Tenemos un problema para sentir estas emociones porque, además, vivimos en la cultura de la felicidad constante. O como le llamo yo «la dictadura de la felicidad». Parece que si no te sientes feliz todo el tiempo tienes un problema; Que si tienes altibajos en un mismo día es que te lo tienes que hacer mirar. Que si no te sientes 100% satisfecha y tranquila todo el tiempo es que hay algo muy malo en ti.

Nos han vendido la moto pero bien vendida. Todos los estados que he nombrado antes son de lo más normal. No sentirse ultrafeliz todo el tiempo es lo que le pasa al 99,9% de la población mundial (y a ese otro 0,1% algo raro le pasa, te lo garantizo). Y no pasa nada. Porque esto nos lleva a otro problema de fondo y es que consideramos el bienestar como un estado hiperpositivo, feliz, algo elevado. Y el bienestar no es esto.

El bienestar es aburrido. En serio, el estar bien no es tirar confeti a cada paso que das. Es algo neutro, es algo quieto, es algo incluso «sin más». Cuando una está bien no está excitada, no está saltando. Está. Bien, sin mucha más emoción. Así que antes de hablar de las emociones negativas hay que dejar claro que el estar «bien» no lo podemos identificar con una felicidad exaltada. Si hablamos de esto estamos hablando de que el estar triste o enfadada no es algo que esté lejos de estar bien sino que está en el otro extremo, algo más allá, y esta es una sutileza importante porque, si vemos el bienestar como felicidad veremos las emociones negativas como más amenazantes de lo que son.

Y este es el tema: podemos considerar a las emociones negativas como esta amenaza, como es algo que viene a fastidiar, esa cosa que viene a sacarnos de nuestro centro. Pero la verdad es que las emociones negativas tienen muchísimo poder y potencial pese al dolor que nos ocasionan cuando aparecen.

Las emociones son veleta, en el sentido de que nos indican por dónde sopla el viento. Nuestro viento. Nos hablan de nuestro interior, de las cosas que se mueven, de las cosas que nos molestan, de las cosas que nos duelen. Son una fuente de información inextinguible de valor incalculable.

Pero claro, no las vamos a ver así si las tememos, si las evitamos, si luchamos por quitárnoslas cuando aparecen.

Por eso lo primero es dejar de sentir que son inapropiadas o inadecuadas. Aunque no entendamos por qué nos vienen, aunque nos molesten, aunque nos disgusten. No sentimos las cosas porque sí, de manera gratuita ni aleatoria. Por eso, aunque duelan: acéptalas, déjalas que entren. No te van a matar y el sentirlas no es una sentencia de que siempre vayas a estar así. Las emociones positivas pasan. Los momentos de alegría intensa son pasajeros, esto lo vemos claro. ¿Por qué debería de ser diferente con las emociones negativas? Siéntelas sabiendo que, si permites que entren, tal y como han entrado saldrán. Difícil será que salgan si primero no las dejas entrar.

No dejarlas entrar o ignorarlas es ir en contra de ti misma. Tus emociones solamente quieren su espacio. Todas. Incluso las que duelen. Porque las emociones hablan.

Cuando digo que hacen de veleta y que hablan también me refiero a que nos indican el camino hacia el autoconocimiento, y no solamente de nuestro presente. Porque lo que nos duele también nos puede hablar de nuestra historia, de nuestro pasado. De aquello que nos sucedió. A veces las emociones se activan por asociación a acontecimientos del pasado. Y aunque el descubrir esto puede ser una trabajo difícil y profundo (y a veces complicado de aclarar solamente con los recursos propios) es importante tenerlo en cuenta para no abocarnos a ese camino de incomprensión que nos lleva a querer anularlas.

Cuando estás triste o enfadada es porque hay algo que sientes amenazante. No olvidemos que las emociones tienen en su origen un componente adaptativo y esas reacciones que vivimos como negativas son una respuesta a algo que estamos viviendo como un peligro. Así que cuando las sientas puedes preguntarte cuál es la amenaza que sientes. Eso sí, hazlo sin juzgar. Pregúntate abiertamente tal y como le preguntarías a una amiga. Estas emociones nos pueden hablar de un peligro real o de que algo no peligroso lo estamos percibiendo como peligro, y en todo caso, nos informan de cuestiones importantes: de algo que nos amenaza o de algo que concebimos como amenazante. Si se explora desde estas premisas lo que podemos llegar a descubrir de nosotras mismas es una fuente de poder más que interesante. Porque la información y el autoconocimiento siempre son poder.

No caigas en la dictadura de la felicidad. No trates de anular las emociones que duelen: deja que entren, acéptalas y mira bien dentro. Seguro que el iniciar este viaje te conecta a nuevas partes de ti.

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