Una frida comparte su reflexión sobre la práctica de Yoga como feminista.
Un sujetador para la espalda. Una mujer sentada de espaldas en una playa. En bikini. Esa es la publicidad que me salió semanas atrás en Instagram. Las mujeres nos tenemos que corregir por delante y por detrás, tris-trás.
Se podría decir que yo tengo ese cuerpo que se sobrexpone. También tengo mis complejos, pero soy consciente del privilegio que conlleva tener un cuerpo heteronormativo en esta sociedad. A veces me gusto. A veces no. No digo que nos escondamos ni fustiguemos por ello. No hay nada más real que cualquier manifestación de lo natural y su diversidad. Pero seamos conscientes de la responsabilidad intrínseca que conlleva llenar el 90% del contenido siguiendo parámetros similares a los que se analizarían en una sesión de prevención del Trastorno de la Conducta Alimentaria con adolescentes.
Tengo la sensación de que la gran parte de publicaciones de Yoga de cuentas personales no distan mucho de esta realidad. Leggins, tops, melenas incómodas pero alocadas pasando de plancha a perro boca arriba. Imágenes sexualizadas. Contenido pobre. ¿Qué realidad del mundo alimentamos con nuestros actos?
Te propongo un juego. Adivina las 7 diferencias entre una publicación de Yoga de una cuenta mayoritaria y un anuncio de Nike. Así, al azar. Qué bien lo ha hecho el capital.
Esta realidad me influye y me enciende. Por consumidora directa e indirecta de ese tipo de contenido. Porque me dedico a ello y me apena la visión tan sesgada de un sistema filosófico tan potente. Porque soy feminista y exijo que suceda una vida diferente en todo lo que me rodea. Considero que sí hay algo que el yoga puede hacer por el feminismo. En verdad puede hacer mucho, aunque no te lleves un 10% de comisión de nada por hablar de ello. Comparto mi mirada como practicante y como feminista y la manera en que vivo esa relación bidireccional entre ambas subjetividades.
Dejo mi discurso hater que ahora viene lo bueno.
Fue una mañana de viernes. Acababa de hacer una práctica personal de las que te descolocan para bien y chateaba brevemente con Ana Fernandéz de Vega (consultora de género y practicante de yoga), cuando ella formuló las palabras exactas: “La esterilla como espacio simbólico de revelación”. 183cm x 60cm. Validación y seguridad, son las dos realidades que más me han atravesado en poco más de un metro cuadrado y de donde ha salido mucha, mucha fuerza. La primera me señala cosas y la segunda me ayuda en el proceso para conseguirlas.
La manera en que nos cuestionamos las mujeres, o desde qué mirada lo hacemos, es algo que se repite frecuentemente. Lo veo en las conversaciones con mis amigas, le sucedió en la maternidad a mis hermanas, lo leo en las experiencias que comparten otras mujeres. ¿Ésto que hago/digo/siento es válido? ¿Es apropiado? Convivimos con el ya casi famoso síndrome de la impostora. “Si alcanzo éxito o plenitud en algún ámbito de mi vida, en verdad no es por mis esfuerzos ; sólo he tenido suerte.” Desde luego no es un diálogo socrático sano. No es un discernimiento que te ayude a avanzar.
Al final de la práctica, en el silencio de savasana, sucede la legitimación de mis deseos. “La vida que yo quiero es posible”. Yo sabía que no quería un curro de 9 a 19h. Intuía que libertad, placer y trabajo no eran antagonistas, pero seguía aceptando fórmulas de auto explotación inimaginables, pero bien vistas desde fuera. Cuestionarte a ti misma es agotador. Pero te aniquila mucho más caminar en una dirección que no te alimenta el alma.
Tras una práctica intensa de hora y media, cuerpo y mente bajan la guardia. No siempre se unen, como marca la definición típica-tópica del Yoga. Es que no saben ni dónde están. La naturaleza de lo que emerge es desconocida, por lo tanto, tremendamente poderosa. No responde a requerimientos sociales. No hay condicionamientos de género o clase. A veces incluso, te dan miedo las cosas que piensas y percibes. Porque son más grandes que tú y no sabes qué hacer con ellas. Pero el poso queda. Cada una de tus células registra esa información abstracta para cuando llegue el momento de pasar a la acción, ejerzas tu derecho al placer y el cuerpo te recuerde: “puedes hacerlo, ya lo has sentido antes.”
Marcela Lagarde en su texto La Soledad y la Desolación, hace un alegato sobre la necesidad de experiencias en soledad para la conquista de la autonomía. Para conquistar acciones de libertad, hay que pasar antes por un pensamiento propio y autónomo, que sólo sucede en soledad.
“La soledad puede definirse como el tiempo, el espacio, el estado donde no hay otros que actúan como intermediarios con nosotras mismas. (…) Pensar en soledad es una actividad intelectual distinta que pensar frente a otros. La autonomía requiere convertir la soledad en un estado placentero, de goce, de creatividad, con posibilidad de pensamiento, de duda, de meditación, de reflexión.”
La práctica de Yoga me aporta herramientas que generan experiencias sensoriales y psíquicas, capaces de modificar los canales de percepción. Me miro diferente y me reconozco como nunca. Te encuentras a ti, contigo. Al mismo tiempo, es una dualidad que se disipa. La mirada que recibes de les otres, (a ti, “el yo”) no opera. El silencio y la soledad, dejan paso a la expresión inminente de aquello que realmente eres (contigo, el ser) Lo que en la filosofía del yoga se denomina como rasa, esencia. Tu fin, sostén y origen. La Filosofía del Yoga es una invitación a quitarnos velos, capas, condicionamientos e identificaciones para expresarnos desde la más pura esencia no condicionada. No hay un dogma respecto a cómo ha de ser el resultado final.
“Tenemos que deshacer el monólogo interior. Tenemos que dejar de funcionar con fantasías del tipo: “le digo, me dice, le hago”. Se trata más bien de pensar “aquí estoy, qué pienso, qué quiero, hacia dónde, cómo, cuándo y por qué” que son preguntas vitales de la existencia. Se trata entonces de hacer de la soledad un espacio de desarrollo del pensamiento propio”.
Esto también es importante. Como señala Marcela, la soledad, en la esterilla o fuera de ella, requiere disciplina y no es fácil.
“Para las mujeres, el placer existe sólo cuando es compartido porque el yo no legitima la experiencia; porque el yo no existe. Nuestro género ha sido concebido dependiente de otro. De ahí que nos cueste legitimar lo propio sino hay un “otro” mediante.”
Cuando te inicias en la práctica física o meditativa, lo primero que aparece en el silencio, es el discurso lleno de identificaciones, cuestionamientos o inseguridades que nos ha dado nuestra propia historia de vida. La mierda que de pequeñas nos creemos, el discurso cañero que a veces yo misma me meto. Quizá pasan años hasta que sucede, pero sucede. En la esterilla, estamos solas y somos libres. Se reorganizan los esquemas mentales, también mis prioridades. Se gestan las condiciones necesarias para generar nuevas creencias desde las que construir nuevas realidades.
La invitación al silencio de Clarice Lispector es otra realidad que caracteriza la práctica de Yoga y que, bajo mi experiencia, es indispensable en este pensarse para transformarse.
“Quien lo oyó no lo dice: hay una masonería del silencio que consiste en no hablar de él y adorarlo sin palabras.”
En Aprendizaje o el libro de los placeres, Lori, es una mujer que se nutre de filosofía para afrontar cada instante de la vida. Decide silenciar al mundo para entenderse y desde ahí, volver a entregarse a la vida. “Un día seré el mundo con su impersonalidad soberbia contra mi extraña individualidad de persona, pero seremos uno solo”.
Clarice Lispector describe un baño desnuda en el mar a las 5 de la mañana. Yo recuerdo salir del coche donde dormía y sentarme al borde de un acantilado. ¿Qué momentos de iluminación y pudor por el mundo has hecho tuyos? Cada práctica es un balcón a la revelación.
“El cuerpo como lugar de sufrimiento, es también un lugar para el placer; transformo la contradicción en un aprendizaje que se renueva sin cesar. El cuerpo no me revelará como una traidora. Construyo mi propia casa, serena y gozosa, en este cuerpo”.
Aline, del colectivo Má colere autoras del referente Mi cuerpo es un campo de batalla, expresaba así su proceso para la construcción de imágenes propias en contraposición con el aluvión de referentes que estandarizan a la mujer.
A través de la práctica física, pasamos por diversas formas, dotamos a nuestro cuerpo de diferentes funciones para manifestar nuevas capacidades soterradas. Acogemos las diversas facetas de una única realidad. SOY. Vivir el verbo y abandonar los atributos. Sencillo pero no simple.
Más allá de la esterilla, sigue el mundo real, carente de filosofía. Salgo a la calle y me veo revuelta en prácticas abusivas, discriminatorias y condescendientes propias del patriarcado dominante. Pero también me envuelvo en las voces “Yo te creo”,
“Hermana, no estas sola”,
“Si paramos todas, paramos todo.”
La práctica y la filosofía del Yoga vivida como feminista es una experiencia de fortaleza individual para el aliento colectivo. La esterilla es mi territorio. Es mi habitación propia en la que me desarmo para armarme frente al mundo.
Ángela Santos Fdz. Madrid.
Practicante y profesora de Yoga de la escuela JARA.
Los Comentarios están cerrados.