Mónica nos trae un crudo artículo sobre su decepción activista. Estamos segures de que después de leerlo no te va a dejar indiferente, así que esperamos que te unas al debate y la reflexión sobre el tema.
Escribo estas palabras desde la amargura y el desencantamiento político, ya aviso. Es un lamento agónico y quejicoso de una que está ya harta, cansada y asqueada. No queda ya casi nada en mí de esa ilusión y esa chispa de esperanza que me hacían seguir adelante con proyectos que pretendían contribuir a la creación de un mundo mejor. Sigo teniendo mis ideales, pero no aspiro a ponerlos en juego en una colectividad o en un proyecto en común.
De adolescente, no era yo muy política, no tenía ni idea de nada. Luego, al empezar a estudiar filosofía, comenzó mi despertar político y me hice vegana y feminista y un montón de cosas más. Empecé a formar parte de grupos políticos diversos, sobre todo feministas y de liberación animal. A lo largo de estos años, más de una década ya, he estado en muchas asambleas, grupos de trabajo, proyectos, vermús solidarios, fiestas de apoyo, concentraciones, encierros, marchas. Que si el punk, que si el feminismo, que si las mareas, que si el 15M, que si blabla.
Hoy, puedo decir que estoy agotada y, lo que es peor, desilusionada y decepcionada. No entra en mis planes a corto/medio plazo seguir participando de manera muy activa en la organización de estas cosas que, se supone, conforman el activismo político.
Puede que esté en un momento muy oscuro de mi vida que no me deja tener una perspectiva clara sobre muchas cuestiones, pero cuando pienso en lo que el activismo político me ha aportado, en lo político y en lo personal, no puedo pensar en muchas cosas positivas. Sobre todo, pienso en expectativas no cumplidas y sueños rotos. He visto a gente mentir diciendo que eran veganes, cuando no lo eran. He visto al más feministo del universo tocarle el culo a una compañera. He visto a gente quedarse dinero de cajas de resistencia. He visto a gente despellejar a supuestes compañeres de lucha. He visto a compañeres trans tener que irse llorando de fiestas feministas. He visto a compañeres tener que irse de conciertos de punk porque el ambiente machuno era insoportable. He visto actividades que dejan de hacerse porque la gente prefiere emborracharse el día de antes y pasar de todo. He visto espacios liberados que acogen a maltratadores y agresores sexuales. He escuchado a gente defender lo indefendible por colegueo.
Lo que sobre todo he visto es mucho ocio y poca participación en proyectos que realmente pudieran tener impacto. Karaokes, vermús, fiestas varias están llenos, mientras que las labores de cuidados o de denuncia cuando ocurre algo (sobre todo, algo relacionado con violencia sexual) quedan prácticamente abandonadas. No tengo nada en contra de las fiestas per se, me parece estupendo, y necesario, que la gente tenga sus espacios de ocio autogestionado; pero el activismo político no puede reducirse a ese tipo de actividades.
Mola mucho soltar el discursito de turno en contra de las agresiones machistas pero luego irnos de fiesta con el que reconoce que es un baboso. Está super guay hablar de los derechos laborales de manera encendida en una asamblea pero luego seguir apoyando al negocio que ha ido a juicio por no respetarlos porque es un sitio super chuloprejuicio donde va gente del rollito. Montamos unas jornadas chulísimas en contra de cosas super feas contra las que hay que protestar, por supuesto, pero lo hacemos en un espacio que no es seguro para las mujeres ni para las personas LGTBQIA+, por poner sólo dos colectivos vulnerables y vulnerados.
La falta de pensamiento crítico que asola nuestras sociedades también hace mella en el activismo político de las calles. Parece que con vestir de una manera, ir a ciertos locales y eventos de ocio y repetir ciertas consignas ya es suficiente. Los actos políticos que realmente pudieran tener algún impacto para el cambio, aunque fuese pequeñito, ya no importan; parece que sólo importa saber repetir ciertos códigos preestablecidos. La autocrítica parece no tener espacio, no se pone en juego el yo, no se deconstruyen nuestros prejuicios, no se lucha por construir otro tipo de subjetividades que nos hagan desmarcarnos de la mierda contra la cual supuestamente luchamos.
A nivel personal, no tengo ni siquiera palabras para describir el chasco y la decepción que he sentido incontables veces al ver cosas feas en personas y/o espacios en los que se suponía que iba a encontrar afinidad política. Demasiadas esperanzas puestas en humo.
A nivel político, todos estos años de activismo me han desencantado. No obstante, y por terminar con una nota positiva, a pesar de que había comenzado escribiendo esto solamente desde la amargura, reconozco que el movimiento feminista se está haciendo fortísimo en el estado español, y me alegro en lo más hondo de mi corazón. Monitoreo este auge del discurso feminista desde mi distancia de expatriada, y no puedo sino sentir alegría a la vez que un deseo profundo de que no se quede solamente en discursos mainstream y postureo morado.
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