Una Frida nos habla de su particular visión de la empatía llevando a cabo el principio de no intervención.
Me considero una persona muy empática: lloro con facilidad al ver los llantos de otras personas, siento los latidos del corazón en la garganta cuando veo a alguien pasar miedo y en ocasiones incluso creo oler cosas que simplemente estoy viendo en una imagen, como si me transportara de lugar, como si por un segundo dejara de habitar mi cuerpo y vistiera una piel distinta.
Durante mucho tiempo he pensado que esa empatía me ayudaba a la hora de relacionarme con otras personas. Me imaginaba en su lugar y sentía hasta en la punta de los dedos que fuera lo que fuera lo que le estaba pasando, me estaba pasando a mí. Mis amigues, compañeres o conocides me contaban sus problemas y alegrías y creía que cuanto más me pusiera en su piel, mejor consejo podría brindarles y más cómodo sería mi hombro.
La empatía me acerca a las personas, es cierto. Pero no puedo entender a una persona en su totalidad sin conocer todo el contexto que la rodea, sin poner el foco en sus experiencias y sensaciones. La empatía supone ponerse en el lugar de la otra persona con el fin de comprender como se siente, como piensa, que es lo que le ha llevado hasta ese momento y qué herramientas tiene para gestionar todo eso.
Pero cuando escondemos el concepto bajo la pregunta ¿qué haría yo en su lugar? nos olvidamos de todo esto. Le hablamos desde el yo, desde el ego, ofrecemos nuestra opinión personal basada en nuestros propios pensamientos y vivencias.
Por eso he llegado a comprender que hay momentos en los que la no-intervención vale más que un discurso construido con consejos pater/maternalistas. Se trata de servir de guía, escuchar y acompañar a la persona para que se sienta segura caminando por su propio laberinto descubriendo la salida.
En esta dirección, acompañar no significa hacernos responsables de la otra persona. Acompañar trata de escuchar, de no juzgar, de tender la mano y de respetar. Teniendo en cuenta que no siempre vamos a estar receptivas, que a veces nosotras mismas no vamos a encontrar fuerzas para hacerle frente a todo o que simplemente podemos tener un mal día, es muy importante saber que, en una relación de apoyo mutuo y cuidados es mejor situarnos sobre la delgada línea que separa hacernos cargo de los problemas de la otra persona, del desinterés y el abandono. Ser la compañera que camina de su lado sin marcarle el camino.
Texto de Maialen Álvarez, 24 años, Euskal Herria.
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