Una Frida nos comparte un texto como exhortación para que el feminismo sea pura fiesta.
El ocho de marzo nos encontramos hermanadas y en manada en las calles en el marco del Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Trans y Travestis porque en un mundo capitalista/patriarcal que desoye nuestros pedidos para ser más libres, nosotras y nosotres paramos. Les paramos el mundo e hicimos temblar la tierra. Sin embargo, últimamente el feminismo se ha asentado y ha abierto las posibilidades para pensar qué modos y métodos queremos utilizar para enfrentar y responder a las opresiones diarias que nos atraviesan.
Se discutió ya sobre el trabajo sexual, sobre la pornografía, acerca de qué rol ocupan los hombres-cis blancos, heterosexuales, de clase media en nuestras movilizaciones y las ansias de cambiarlo todo, de construir algo que nos sea genuino y propio han calado también en una especie de “buen modo” de marchar por nuestros reclamos. Una corriente del feminismo exhortaba el uso de ropa monocromática, negaban el glitter, los bombos, las canciones, en líneas generales, proponían una movilización masiva que no se convierta en una fiesta, en un festejo.
Ahora bien, me pregunto ¿Qué clase de feminismo estamos queriendo construir? ¿Por qué nos ligamos de tal manera a la cultura judeocristiana del silencio, la culpa, el funeral de negro y las lágrimas por la cara? ¿No alcanza con el sistema capitalista/heteropatriarcal que mata a nuestres jóvenes, a nuestras hermanas y hermanes, que persigue a nuestras disidencias? ¿No es el feminismo, justamente, un arma cargada tanto de futuro como de revolución? Son preguntas que debemos hacernos al momento de tomar las decisiones sobre cómo queremos representarnos y cómo deseamos que nos representen. Si estamos acostumbradas
(y permítaseme a partir de ahora el uso del plural en femenino, no por querer marginalizar a sectores compañeros sino para reafirmar mi identidad de género y tomar responsabilidad del lugar desde el que enuncio) a ser catalogadas como las lloronas, las sufrientes, las
exageradas y nos mantienen en un espacio que oscila entre el silencio y la vergüenza ¿Por qué querríamos construir un espacio propio que replique dichas categorizaciones?
Exploremos nuestro deseo de contacto, de nuevos vínculos basados en el placer, en el deseo de vernos llenas de glitter copando el espacio público del que nos han excluido y que hoy tomamos por las astas, el deseo de besarnos, de abrazarnos, de tocar estos cuerpos que han silenciado. Ardamos en deseo porque fue ese siempre el factor de represión, porque es ese el foco al que apuntan. Si nos cortan las ansias, las ganas ¿En qué clase de movimiento nos vamos a convertir?
El feminismo no tiene un deber-ser e intenta por todos los medios alejarse de ellos. Este texto funciona más como una exhortación, como un pedido, como un interrogante para edificar un feminismo que sea pura fiesta, puro cuerpo en la calle, hermanado con otro cuerpo, pura garganta y bombo en las calles teñidas de nuestros colores. Son los colores que elegimos nosotras, no los que nos impusieron por el luto siempre de algún hijo o marido. El verde y el violeta son más que el glitter que nos hace entrar en contacto con
otrxs, tocarnos, sentirnos entre nosotras en un sistema que nos quiere individuxs solitarixs y ensimismadxs, estos colores son la representación de la lucha política por el aborto legal, seguro y gratuito y de la sororidad entre mujeres. Son nuestros símbolos, son nuestra manera de representarnos. Nos han quitado tanto, que no nos quiten la posibilidad de pensarnos a nosotras mismas y construirnos contentas, deseantes y deseables. Cantemos, hagamos música, convirtamos toda la rabia en encuentro, festejemos que estamos juntas, que estamos vivas, que nos tenemos, que nos sabemos furiosas, que estamos enojadas, que no nos callamos más, hagamos ruido y que no sea nuestro llanto el que se oiga, que sea la tierra que no para de temblar por nuestro baile.
Francisca Pérez Lance, 21 años.
Buenos Aires. Argentina
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