Toda lucha política y cultural por defender una causa o una visión del mundo distinta a la hegemónica implica también una batalla interna. Esta batalla es la famosa deconstrucción: el proceso a través del cual analizamos nuestras antiguas formas de percibir lo que nos rodea y nos
esforzamos por descartar aquellos hábitos y mecanismos que no se ajustan a nuestra nueva perspectiva. Esta transformación en desarrollo nos traviesa todo el tiempo y en todos los aspectos de la vida: deconstruimos nuestros pensamientos sobre política o sobre arte, nuestra forma de relacionarnos con otras personas y también el modo en que nos interpretamos a nosotres mismes. Se basa en el intento más o menos desesperado por lograr que nuestros pensamientos y sentimientos cotidianos se ajusten al universo utópico que deseamos construir.
Si somos feministas, por ejemplo, no sería coherente con nuestra ideología que juzguemos más a las mujeres que a los hombres por la forma en que eligen vestirse, y nos esforzamos por reconocer esos hábitos heredados de nuestra cultura para poder desvanecerlos lo antes posible.
Pero algunas cosas son más fáciles de modificar que otras, y todo el espectro relacionado con el deseo es una de las más delicadas. Nacimos y nos criamos en gran medida en un mundo machista, y nuestros deseos fueron moldeados hasta cierto punto por una mano patriarcal: desde qué aspecto físico elegimos mostrar hasta cuáles son nuestras aspiraciones en
la vida, la influencia del entorno es inmensa y prácticamente indisociable del origen de aquello que anhelamos.
Y si muchos de nuestros deseos son machistas, ¿hasta qué punto podemos y debemos deconstruirlos? ¿Es posible dejar de desear algo sólo porque sabemos que está mal, o tendremos que resignarnos a reprimirlo eternamente? E incluso: siendo que como mujeres y disidencias el placer nos fue vedado en múltiples aspectos, ¿es más feminista eliminar todo mínimo deseo de raíces patriarcales, o acaso el mismo acto de seguir ese deseo sea una forma más auténtica de devolvernos el derecho al goce?
No tengo una respuesta para ninguna de estas preguntas, pero sí tengo algunas líneas de pensamiento que me gustaría compartirles.
Pienso que deconstruir los deseos es una tarea larga y sinuosa, pero no imposible. Y que no es necesario que en ese camino tan personal caigan todos nuestros deseos patriarcales para reemplazarlos por todos deseos feministas (aunque si algune logra hacerlo, ¡la súper felicito!).
En cambio, creo que como en muchas ocasiones, la clave está en elegir nuestras batallas: si la deconstrucción de un deseo nos provoca mucho más sufrimiento que libertad, quizá debamos enfocarnos en otros. Les doy un ejemplo propio: hace un tiempo, empecé a ser consciente de que
odiaba depilarme y pude alimentar el deseo de dejar de hacerlo; y así estoy, peluda y feliz, desde hace más de un año. Yo pude hacerlo, pero para muchas de mis amigas esa sería una tarea imposible. En contraposición, por más que los corpiños me resultan incómodos y generalmente
inútiles, no puedo evitar el deseo de usarlos casi todos los días, ni sentirme muy expuesta cuando no lo hago.
Pero ojo, también pienso que cuantos más deseos podamos deconstruir, muchísimo mejor: mejor para nosotras mismas, para las demás mujeres, y para todo el mundo. Creo que no tenemos la obligación de librar todas las batallas, pero que tampoco hay que abandonar cada una apenas tengamos dudas o las cosas se nos hagan un poco difíciles. Lo mejor es buscar personas que ya estén librando esas batallas, o que ya las hayan ganado: modelos que nos inspiren y se conviertan en ejemplos vivientes de que muchas veces al deconstruirnos somos más felices y más libres, y que el amor que nos rodea no disminuye, sino que muchas veces, se multiplica.
También sirve buscar gente que esté en nuestra misma etapa, que también quiera transformarse y con quienes armar redes de contención para apoyarse en los momentos difíciles y compartir experiencias e información. Y también me parece importante juntar mucha, mucha valentía y confianza en une misme y en que nos motiva que realmente creemos que es el camino para hacer mundos mejores. Y por último, lo que me parece lo más esencial: por cada cadena que rompamos, estamos influyendo en nuestro entorno y haciendo cada vez más delgadas las cadenas de quienes nos rodean. En el caso del feminismo, con cada mandato que desobedecemos estamos liberando a las mujeres que nos rodean y también a las que vendrán.
Decirle a una niña que las mujeres podemos ser gordas, no maquillarnos, no depilarnos, tener pelo corto, y mil ejemplos más que desafían el estereotipo, no tiene ningún efecto si a su alrededor sólo ve mujeres que se esfuerzan por ser flacas, que están maquilladas, depiladas y tienen pelo largo. En el momento en que habitamos esa oposición al mandato dominante y nos permitimos existir libremente, estamos dando un mensaje tanto más poderoso que aquel que se queda sólo en las palabras.Por nombrar un ejemplo feminista, y otro relacionado con otra forma de opresión: hace tres años, yo apoyaba y miraba con admiración a las personas vegetarianas y a las mujeres que habían dejado de depilarse, pero estaba segura de que yo nunca sería una de ellas. De ahí en más fueron muchos meses de reflexionar mucho, de informarme y compartir posturas con otres, de hacerle lugar a los deseos de transformación y de elegir aquellos que quería dejar de alimentar.
Y así, fui eliminando de a poco el deseo de comer carne y el de ver mi piel sin pelos. Hoy estoy orgullosa de que llevo más de un año siendo vegetariana y sin depilarme; creo que me sería imposible ser vegana o dejar de usar corpiño, por ejemplo. Pero ahora tengo la certeza de que nunca se sabe, y de que en mí misma, todavía tengo muchísimo para transformar.
Laila Massaldi, Buenos Aires, Argentina. Marzo 2019
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