En unas jornadas sobre cuidados, imaginemos que no dejaran hablar a nuestras abuelas, o a una trabajadora del hogar o a una cuidadora familiar que se hace cargo día y noche de un miembro de la familia dependiente.
Pongamos que en unas jornadas sobre cuidados, se censuraran las voces de aquellas que han dedicado su vida al cuidado: a hacer cocidos, zurcir calcetines, amamantar hijos de vecinas del barrio o cuidar a nietos y nietas.
Supongamos que en un congreso sobre el arte de cuidar, que en agenda incluye nuevas consideraciones y debates sobre derechos y posibles alternativas, se prohibiera la participación a una asociación de vecinas de un pueblo pequeñito que justamente se dedica a trabajar y reflexionar en torno a este tema.
Loco, ¿verdad? Es como dejar pasar una oportunidad de oro: la de que hablen quienes más saben de ello, desde la incomparable voz surgida de la experiencia personal.
En el debate constante que para mi significa pensar el feminismo, se recorren muchas etapas. Hay avances, retrocesos, incluso atranques. Hay días en que une puede no saber muy bien qué opinar sobre X, lo que supone que en muchas ocasiones nos equivoquemos. Ser feminista para mi significa, de una manera muy simplista, cuestionarme todo y permitirme el lujo de equivocarme tantas veas como haga falta.
Debatir y tener encontronazos a veces bastante intensos con compañeras de clase fue lo que más me enseñó en el master de estudios de género que cursé hace unos años. Las clases aportaban datos, autorxs y ejemplos. Los descansos y cafés interminables nos daban la posibilidad de jugar con todas aquellas piezas que habíamos ido asimilando.
Desde que comencé a nombrarme como feminista (el sentimiento existía desde muchísimo antes, pero no le había puesto nombre), he cambiado de opinión incontables veces. Porque el feminismo tiene que significar tener una opinión fluida, tanto que a veces nos obligue a rectificar sobre cosas que pensábamos inamovibles. Hasta el punto de que nos permita alejarnos de la rigidez masculina del -imposible- saberlo todo de antemano.
Feminismo, fluidez, tolerancia.
Estos son tres pilares de mi devenir mujer, con los que yo me hago y deshago cada día. Y como me he equivocado en el pasado, necesito regalarme el privilegio del debate y la capacidad de asumir el cambio. Me cuesta mucho juzgar a una mujer que se posiciona en cualquier debate. No puedo, no quiero juzgarla. Ahí, detrás de su postura, siempre hay motivos. Motivos, una historia personal, un pasado que yo desconozco. Todo ello conformará su marco teórico y afectivo y, como yo cambié de parecer incontables veces en el pasado, ni me planteo juzgarla desde patrones rígidos, de superioridad o inferioridad, o cualquier otro atisbo de masculinidad recalcitrante.
Sin embargo, dentro del feminismo más academicista y afectado de titulitis aguda, existe una cuestión que sí que juzgo. Este es el problema de la invisibilizacion y silenciamiento de determinadas posturas. Mi caso preferido es el del abolicionismo, puesto que algunes de sus defensores pretenden censurar el debate en torno al trabajo sexual hasta el extremo de querer hacer desaparecer la mera posibilidad de discusión entre posturas.
Cuando se organizaron unas jornadas de debate y reflexión sobre trabajo sexual en la universidad de A Coruña, distintas voces y organizaciones feministas se negaron a la celebración de las mismas en un escenario académico. Si desde el propio “feminismo” (entre comillas porque en todo caso aquí hablamos de feminismos, en plural) se comienza a censurar la voz de determinados colectivos, vamos por mal camino.
No importa tanto la postura individual aquí -el debate en torno al trabajo sexual es, ante todo, complejo- como el asumir que para evolucionar y seguir conquistando derechos, es imprescindible que las distintas voces se encuentren. El debate tiene que ser posible en todos los espacios, desde las calles hasta las universidades, también porque así seguimos demostrando qué es el feminismo: diversidad, escucha, tolerancia.
Como bien expresa Clara Serra en este texto: “Una cosa es desear un mundo sin prostitución, otra distinta estar en contra de garantizar derechos a las mujeres que la ejercen y otra muy distinta es poner el grito en el cielo porque mujeres prostitutas hablen de sus condiciones de trabajo y vida en la universidad.”
En definitiva, el feminismo que demuestra intolerancia, que se autoproclama superior y que niega la palabra a otras mujeres, ese feminismo, no me representa.
No todo ha de ir en pos del crecimiento. La pausa, la escucha, el cuidado, el debate tolerante, todos son ingredientes que también pueden ayudarnos a decrecer, a volvernos más humildes, a dejar a un lado los supuestos y decidirnos a escuchar otras voces. Solamente así avanzaremos.
1 Comentario
Brava. Cada vez somos más las aliadas que decimos basta a este acoso y derribo a las compañeras. Feminismo para TODAS, no solo para las que dicen tener la razón absoluta.