Vivir en el cada constante cruce con el otro, crujir cuando nos topamos con esa diferencia que nos aparta.
En mi trabajo en los Centros de Emergencia Mujer de mi país escucho relatos de violencia física y psicológica, casos que en su mayoría se tipifican como de varones agresores hacia mujeres víctimas, y varias veces me preguntaba qué nos hace cruzar la barrera de lo tolerable, qué toleramos y por cuándo tiempo, que hace que el otro sienta que le es posible hacer lo que quiera con nosotros. Llegan mujeres que después de 20 años, 10 años, 7 años, 1 año o que después de 1 día, deciden poner fin a la violencia que viven, deciden dejar de tolerar lo intolerable.
Ver la violencia de pareja de cerca me da indicios de que la violencia empieza cuando creemos que el otro tiene que pensar o hacer lo que pensamos. Cuando empezamos a tratarle no como a otro, sino como a un objeto, objeto que debe ser fiel a nuestras demandas. Cuando empezamos a traspasar los límites de su individualidad y por supuesto cuando dejamos que esto pase con nosotros mismos. Cuando no reconocemos el derecho al otro de ser diferente de lo que esperamos y nos forzamos mentalmente a esperar que en algún momento sea lo que esperamos.
Una frase que resonó en mi cuando empecé a llegar a los gritos con mi actual pareja fue “cuidado con lo toleras, que estás enseñando a la gente cómo tratarte”, y es que ver en mi trabajo casos tan duros cotidianamente me permite estar alerta y me dice que la violencia no es la puerta de entrada del amor de pareja, sino más bien su puerta de salida. La puerta del amor puede que no sólo esté plagada de susurros, que a veces encuentre discrepancias, pero éstas no dan licencia a la violencia psicológica que desencadenan los gritos, poner límites para no permitir esta violencia es muy importante.
Cuando gritamos en medio de una discusión, nos desbordamos, perdemos el control, es tal vez uno de los primeros escalones a mayores grados de violencia. Cuando gritamos tenemos miedo a algo, a ser vulneradas por el otro, a ser débiles, a ser sometidas, y también es posible que pretendamos intimidar al otro y controlarlo. En estos momentos perdemos lo que conocemos como respeto al derecho al otro a expresarse, queremos acallarlo, le queremos silenciar.
Antes que aparezca la cortina que nos distancia de nuestro estado cotidiano es importante reconocer nuestras emociones, empezar a reconocer que estamos nublándonos de cólera. Reconocer estas emociones nos permitirá gestionarlas, elaborarlas y ver cómo nos comunicamos frente a esta emoción, negar esta emoción no ayuda a su gestión, sino que puede ser todo lo contrario.
¿Cómo evitar este tipo de situaciones? Además de reconocer que el otro tiene derecho a ser diferente de nuestras expectativas también es importante que veamos cómo están nuestros niveles de estrés, hacer compromisos de dialogar con respeto, tener un espacio de distancia entre nosotros y el otro de forma que reconozcamos esa individualidad claramente. Ver que la cólera es una emoción natural y su comunicación puede serlo de una forma constructiva, y también será muy útil la empatía, ponernos en lugar del otro, y si pasamos nuestros límites disculparnos lo antes posible y buscar un espacio para calmarnos.
Reconocer la importancia de no alzar la voz será básico para una comunicación que no lastime a nadie y no permitir, por supuesto, que se nos lastime. No tolerar este tipo de violencia en nuestras vidas es nuestro derecho, para lo que necesitamos ante discusiones acaloradas tomarnos un tiempo para tranquilizarnos, parar la discusión en la que nos hemos metido, enfriarnos, relajarnos, y atemperarnos, para de ser necesario retomar la conversación posteriormente. Tenemos que reconocer claramente la violencia para no comerla ni permitirla, porque muchas veces esta crece y se asienta en las conductas de ambas partes de la pareja.
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