La tolerancia me parece una palabra preciosa y necesaria.
En la RAE se define tolerancia como “el respeto por los pensamientos y las acciones de terceros cuando resultan opuestos o distintos a los propios”.
Creo que junto a la igualdad, los cuidados y la empatía puede ser una fuerza maravillosa de movilizarnos hacia un mundo mejor para todes.
Por eso me parece algo sano dentro de nuestras relaciones emocionales. Sea con amistades, familia, pareja, relaciones poliamorosas, relaciones sexo-afectivas o lo que sea. Es muy importante respetar nuestro entorno e intentar acercarnos, desde la comprensión y el cuidado, a las ideas y acciones de los demás aunque no coincidan con las nuestras.
Dentro del territorio de una pareja, la tolerancia nos puede ayudar a crecer, a replantearnos cosas, a mejorar en ciertos aspectos y a conocernos más a nosotres mismes.
Porque aquello de “dos que duermen en el mismo colchón son de la misma opinión” no es realmente cierto. Esa idea de la pareja como complemento – holi, mito de la media naranja-, como persona que ve la vida exactamente como la veo yo, ya sabemos que es uno de los superventas del amor romántico y que luego, en la práctica, hay en muchas cositas que vamos a chocar. Y no pasa nada. Estar juntos no implica ser la misma persona… ¡y menos mal! que si no, qué miedo.
Peeeero esa es una de las trampas que crea también la palabra tolerancia. La misma que la “libertad de expresión”. Y es que son dos conceptos preciosos, pero que si se quieren tergiversar, es muy fácil hacerlo y al final, terminamos con una sensación de conflicto ante lo que tenemos delante.
Quiero respetar a mi pareja, entender que no somos iguales ni estamos en todo de acuerdo. Me acerco a ella con la camiseta de la tolerancia y, ante determinadas actitudes, acciones o verbalizaciones, siento que algo no funciona. Porque quiero escucharte pero me duele hacerlo. Porque desearía poder entenderte y no lo hago.
Y eso puede suceder por dos motivos diferentes en su forma, en su fondo y en las consecuencias que tienen.
No podemos tolerar todo.
Es un deseo precioso pero también a veces un poco utópico porque por ser como eres, por tus vivencias y emociones, habrá cosas que no puedas o, sencillamente, no quieras tolerar. Aquí podría estar el tener como acompañante de vida a una persona machista, o una persona que come animales si tú no lo haces, tener diferentes creencias que afecten en el día a día, etc.*
Me da igual que sea algo “universalmente” justificado o que sea algo único en ti. Si hay algo que no puedes o quieres tolerar, no pasa nada. Hay temas que pueden ser importantes para ti y está bien saber qué quieres en tu vida o qué no.
Cortocircuito al intentar tolerar la intolerancia.
Esto pasa y por eso antes hablaba de esa trampa que puede ser esta palabra usada en boca de intolerantes. Sucede cuando descubres en tu pareja una exigencia porque respetes ciertas acciones suyas que no consideras respetables. Estas personas, que suelen ser manipuladoras emocionales, pueden utilizar la tolerancia como arma en vez de como puente.
La blanden cual espada y, ante tu incapacidad de tolerarlo, te acusan a ti de intolerante. ¡Peligro! Ahí estarían las personas que utilizan la violencia psicológica, verbal, física y/o sexual. Los maltratadores con hechos y con silencios. Los que no cuidan y, ante el dedo que señala, se revelan y le dan la vuelta. Y te hacen sentir culpable, de no entender su postura o de enfadarles, de no ser lo que ellos esperan. Y eso, todo eso, si que es tanto injusto como intolerable.
Por eso es importante conocerse a une misme.
Saber qué cositas te funcionan y qué no, que cositas quieres en tu vida y cuáles no quieres ni ver por el rabillo del ojo, y desde ahí comunicarte.
Porque sí que habrá cosas que, desde la tolerancia, aprendas a valorar, a ver de otra forma, y de esa manera crecer y conocerte. Porque trabajar la tolerancia es trabajar la empatía y eso hace mucha falta en el mundo.
Empatía es ponerte en el lugar de la otra persona. No es ponerse en sus zapatos, ni preguntarse “¿qué haría yo en esa situación?”. Esto sería lo que llamamos “simpatía”, ponernos en el lugar de otre. Empatía es añadir palabras a esa pregunta, es plantearse “¿qué haría yo en esa situación si fuese tú con tus características, habilidades y recursos?”. Y ahí cambia mucho la cosa. Porque ahí estamos viendo, no sólo la situación, si no también a la persona que se enfrenta a ella.
Y eso nos puede ayudar a comprender, a acercarnos, a entender esa visión opuesta a la nuestra. Desde ahí, desde ese conocimiento, es cuando podemos ver si lo toleramos o no. Porque entender no significa aceptar. Saber de dónde surgen determinados pensamientos no tiene por qué justificarlos, pero nos puede permitir ver si podemos tolerarlos.
Saber diferenciar que no es lo mismo tolerar que tu pareja sea o no desordenada a que no te trate bien.
Tolerar a las demás personas sintiendo que el respeto es mutuo y que tú no te diluyes en lo que no crees.
Tolerancia como herramienta de acercamiento y de construcción. Como forma de convivencia, cuidados y entendimiento.
Como unión.
Sin culpas y con afecto.
*Lo pongo como ejemplo, no lo establezco como un hecho. Hay veganes que comparten vida con personas que no lo son y lo toleran, al igual que puedes desear tener una relación con una persona feminista y establecerla con una persona que aún no se ha puesto las gafas violetas.
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