Un sueño que lleva 13 años esperando en la recámara a que alguien lo haga realidad.
A lo largo de mi vida siempre he sido muy perseverante y he perseguido mis sueños. Como le ocurre a casi todo el mundo, algunos se han cumplido y otros no. En mi caso, he podido cumplir sueños muy importantes para mí: viajar, obtener diferentes becas para estudiar fuera, sacarme una carrera y convertirme en la primera licenciada de mi familia (aunque este sueño me decepcionó bastante), escribir en alguna publicación… Miles de cosas. En general soy afortunada y, aunque algunos sueños no se han cumplido aún, sigo luchando para conseguirlos. Por mí, que no quede.
Sin embargo, hay un sueño que persigo desde hace la friolera de trece años y ahí sigue, siendo simplemente un sueño sin cumplir. O quizá debería decir que no he hecho lo suficiente para que se cumpla, traicionando mi compromiso conmigo misma y todos mis ideales acerca de luchar por lo que una cree.
Hace mucho tiempo, en mi más tierna adolescencia, conocí a un chico a través de un anuncio en una revista. Comenzamos a escribirnos mails y a chatear, en mi caso desde un cibercafé, que eso de tener Internet en casa era aún un poco lujo, y todas las semanas nos llamábamos por teléfono (cada semana uno, porque entonces las llamadas fuera de la provincia se cobraban como conferencia). Ese chico llamado como yo, casualidades del destino, me empezó a gustar mucho, y los viernes eran el mejor día de la semana porque hablábamos por teléfono. Cobarde de mí, me dediqué a idear estratagemas absurdas en lugar de dejar de soñar y coger el toro por los cuernos.
Después empecé a salir con otro chico y dejé de lado las quimeras, aunque sólo en parte, porque cuando por fin le conocí en persona, supe que aquel sueño seguía intacto. El único modo de dejar de soñar era echarle de mi vida, y eso hice por temporadas. Porque siempre volvía a él. Algo en mi interior me empujaba instintivamente a hacer una realidad de mi gran sueño.
Con la edad, he sido capaz de comentar este tema de pasada con él, pero nunca lo hemos llegado a abordar abiertamente. Sigo estancada, imaginándome todos los días de mi vida qué podría pasar si me lanzara a la piscina para intentar cumplir mi sueño. Pero el miedo a que todos estos años de imaginar, de esperar, se queden en nada, me frena. Soy consciente de que he idealizado toda esta historia, y me he creado una ilusión que probablemente no sea real, como una pompa de jabón grande y preciosa que, al tocarla, se deshace sin dejar ni rastro. Pero mientras tenga mis sueños, me queda la esperanza.
Tengo mucho miedo de que todo esto se torne en pesadilla si tomo la decisión de intentar cumplirlo. Otras veces pienso que la verdadera pesadilla es haber estado alimentándome de sueños durante tantos años de mi vida. Soy esclava de ellos, pero espero reunir el valor suficiente para hacer algo algún día, fiel a mi espíritu persiguesueños. Por eso os aconsejo que no hagáis como yo. Más vale un sueño incumplido que vivir de un espejismo toda la vida.
Eloísa
2 Comentarios
♥ Lo mío es más literal pero creo que corre por caminos similares. Un gran final ese «más vale un sueño incumplido que vivir de un espejismo toda la vida»
¡salú!
Lucía
Gracias por tu comentario, Lucía! Al final he dado algún pasito en este aspecto; y aunque mi sueño no se ha cumplido, me he quitado un gran peso de encima. Eso sí; creo que el último capítulo aún está por escribir. Veremos a ver qué pasa!