Nieves nos recuerda que somos seres sociales y, por lo tanto, vamos a buscar maneras de conectar y crear lazos. ¿Desde dónde lo hacemos? ¿Desde lo que nos gusta o desde lo que nos ha venido dado?
Somos seres sociales. Por muchísimo que nos guste estar en soledad o por más que tengamos la mejor autoestima del mundo que nos permita no depender de los halagos o refuerzos ajenos, seguimos necesitando la conexión de alguna forma.
A veces, se intenta esa conexión con animalillos a través de mascotas, viendo cómo incluso nos pueden dar un cariño que las personas de nuestro alrededor no han sabido darnos -al menos no como nos habría gustado- o que simplemente complementan. Este vínculo puede incluso convertirse en familia.
Otras veces esa conexión surge de nuestra propia forma de ser o de aparentar. La propia moda es una forma de conexión. Se trata de otra manera de sentirse parte de algo, de ser original siendo foco de admiración o de ser otre “follower” como parte de ese conjunto, parte de esa unidad creada.
En ocasiones, encontramos una causa que nos une, que nos hace soñar sobre tiempos mejores y que nos impulsa a conocer a quienes tienen valores o ideales de acuerdo a los nuestros. Incluso pueden compartir las mismas heridas del pasado.
Sin embargo, hay categorías que no son elegidas; se pertenece a ellas porque ahí nos ha tocado estar, así ha tocado nacer: no se elige ser blanca o negra, gitana, china… Tampoco eliges si tu cara o tu constitución corporal encaja en los cánones de belleza. No se elige ser homosexual, heterosexual… ni se elige siquiera tener que tener una etiqueta que defina nuestra sexualidad. Se nos encasilla, y ya está.
De hecho, ni siquiera elegimos nacer en países que respeten más o menos los derechos humanos o nacer con más o menos privilegios económicos o sociales.
Cada quien busca hasta encontrar ese sentimiento de grupo que ayude a no sentirse incomprendido con aquello que le preocupa o apasiona. Y justo son las características no elegidas las que en ocasiones pasan a ser una parte importante de nuestra identidad. Es precisamente en los casos donde se sentencia la lacra del prejuicio donde no es de extrañar que busquemos una causa común.
En este caso, la etiqueta de “mujer” o “fémina”, se impuso y trajo un sinfín de exigencias con ella. A muchas se nos incrustó en la piel, pero otras muchas ya venían con otras etiquetas que sumaban injusticias a ésta y cuando comenzamos a pensar que el dolor propio dolía más que el dolor ajeno aparecieron conflictos, conflictos provenientes de esa identificación con categorías distintas e incluso en muchas mentes, antagónicas.
¿Cuántas veces habremos luchado por lo mismo usando palabras diferentes, viniendo de experiencias y heridas diversas, y habremos sentido soledad…?
Somos como lápices de colores; lápices amarillos, naranjas, rojos, violetas, azules, marrones, negros… cada color es una forma distinta de intentar llegar a un mismo fin: un dibujo precioso en el que todes estemos a gusto.
La historia se encargó de decir qué color era más bonito y de cuáles se debía renegar: nos dijeron que el mejor era el Amarillo, sin embargo, es difícil pintar un mar sin azules o un bosque sin marrones o verdes.
Quizás la manera de pintar de Amarillo sea la más acorde a sus circunstancias, o no. Lo que Amarillo no sabe seguro son las circunstancias ajenas que tiene Azul para pintar como pinta y, por lo tanto, no quiere juzgar su trazo. Amarillo parte de la idea de que cada aportación es tan digna como la suya en el dibujo y no será quien juzgue primero. ¡Como si quieres llevar la etiqueta de Rojo y pintar como Verde!
Me parece que al final, lo único que nos une es el hecho de saber que aún hay colores que se parten y, ya que tenemos que seguir luchando, al menos que no sea un agregado el luchar entre nosotres, ¿no?
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