Un sanador orgasmo colectivo

A medio camino entre un artículo y un diario, Julia nos invita a reflexionar con ella.
Ojalá nuestra catarsis sea un orgasmo colectivo.

orgasmo colectivo
Ilustración de Nora Pola

I

Desde mi casa, camino diez minutos cuesta arriba para llegar a la montaña. Ya en lo alto, observo la ciudad cubierta por un leve velo gaseoso de tonos anaranjados. Me quito la mascarilla allá arriba, al fin, después de que se haya ido pegando a mis fosas nasales durante todo el paseo. Respiro profundo y todo huele a hierba y a porros. Yo no fumo, pero el olor me agrada bastante.

Mientras trepo por las calles del Albaicín intento recordar los paseos por la ciudad antes de que todo cambiara -y eso que la vida es mutación constante, sin importar la magnitud del cambio que opere en cada momento-.

Hago memoria y me asaltan imágenes de la primera caminata a solas por Granada después del confinamiento. Me tiré horas deambulando sin rumbo ni propósito. Me sentía como una marciana pisando por primera vez la superficie terráquea. Maravillada, aplicada en la tarea de exprimir cada sensación, olor o mirada.

II

El cuerpo pandémico, o mejor, nuestras experiencias corporales como seres inmersos en esta situación de pandemia, sobrevive en una tensión sostenida, continua y extenuante. Como si al día siguiente tuviéramos un examen para el que no hemos estudiado, pero todo el rato. Con esa pregunta rondándonos: ¿tendría que haber estudiado, debería haber hecho algo distinto?. Las tripas hechas gaseosa del nerviosismo silencioso que las rellena.

Me embarga a menudo una leve sensación de encierro, al tener que estar dentro, en casa, a una determinada hora. Y aunque los libros, las series y la música me están ayudando mucho a mantener la actitud y repetirme que aún hay infinitas posibilidades para el disfrute, que no todo es movimiento, que también se puede viajar desde el sofá, todo esto no me basta.

¿Qué hacemos con el cuerpo? La mente lo tiene mucho más fácil para burlar la situación -o, al menos, para encontrar escapes en la ficción y el entretenimiento-, pero nuestros cuerpos están sujetos por el espacio y el tiempo, amarrados a la realidad por dimensiones absolutas de las que no cabe escape alguno.

Muchos artículos se están haciendo eco de la situación de pandemia y sus efectos sobre los cuerpos; muchos otros ofrecen posibles soluciones y consejos variados para superar el hartazgo, la desidia o la tristeza. En esta línea, os recomiendo mucho leer este artículo de mi compañera Irene sobre salud mental, esa gran olvidada durante la pandemia.

III

¿Será que nuestro error de base está en ese empeño por separar el cuerpo de lo que somos en términos mentales o espirituales? ¿Será que estamos totalmente contagiados de los modos y discursos de la medicina occidental, esa que pone todos sus esfuerzos en exterminar la enfermedad, y no tantos en sanar a la persona enferma en su totalidad?

David Le Breton lo expresa muy claramente en su libro Antropología del cuerpo, cuando diferencia el cuerpo occidental -un cuerpo compartimentado, un cuerpo máquina- de los cuerpos en sociedades más ligadas a la tradición, sociedades que entienden que “el cuerpo no se distingue de la persona”.

De ser capaces de observar nuestra vida de un modo más holístico, lograríamos quizás escuchar los alaridos del cuerpo no como meros signos de una posible enfermedad sino como un lenguaje a descifrar, escuchando con paciencia y mimo.

Un lenguaje pronunciado por nuestras vísceras, piel y huesos. Una lengua universal que pone de manifiesto que si existimos es porque tenemos un rostro, que si vivimos es porque un cuerpo nos sostiene -también a nuestros pensamientos, pesares y alegrías-, más allá de las funciones fisiológicas de nuestras aplicadas y asombrosas células.

IV

Si carne, pelo, uñas, intestinos y médula nos convierten en quienes somos, yo propongo que echemos mano de ese territorio infinito de sensaciones y emociones que es nuestro cuerpo para afrontar los males del espíritu. Y una de las posibilidades de escape más sencilla -para ser experimentada en casa, en soledad o en compañía y sin ningún gasto asociado- es el ejercicio de nuestra sexualidad.

No me quiero referir aquí simplemente al culminar, al correrse, que también, sino que pondría el foco en las posibilidades de reconexión, calma y relajación que reporta el buen uso de la carne. Ya sea bailando en culos mientras se cocina, pasando un buen rato con tus manos como compañeras o buscando el orgasmo durante una perezosa siesta.

*

La otra noche soñé que todes experimentábamos un gran placer físico y mental a la vez, como si estuviéramos participando de una gran orgía por videollamada y nos corriéramos todes al unísono. Miles de montoncitos de palpitantes pieles, crujientes cartílagos y fluidos brillosos retorciéndose a la vez del gusto. Un viaje quizás hacia el futuro, o hacia el pasado. Por algo el orgasmo es también la petite morteEs un renacimiento en toda regla el que nos inunda después de regalarnos placer, o de regalarlo a otres. 

Soñé, en definitiva, que un orgasmo colectivo nos llevaba a todes, a la vez y sin vuelta atrás, hacia otro lugar. Regresábamos al presente poco después con la piel luminosa, los ojos más vivos y el cuerpo y la mente más fundidos, como dos amantes que no pueden separarse cuando juntes se aventuran en la gruta del deseo. 

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