Inspirada por la ilustración de Amanda y con la luna de sangre en el cielo, nacieron estas palabras.
Hoy ha sido un día extraño.
No he dormido muy bien y lo poco que he conseguido engañar al sueño, eran historias extrañas que se sucedían unas a otras rápidamente.
Como si alguien jugase a cambiar de canal con el mando de la televisión.
Al despertar he escuchado que esta noche había «luna de sangre».
He buscado qué era eso exactamente, fantaseando con aventuras vampíricas o akelarres menstruales.
La luna de sangre es un evento natural que ocurre cuando el Sol, la Tierra y la Luna se alinean, con tal precisión que la sombra del planeta Tierra cubre completamente la cara del satélite, generando una sombra de color rojo sobre el cuerpo celeste.
Bueno, era previsible.
He visto que le llamaban también «Superluna de sangre» porque la luna iba a estar llena y esplendorosa.
También he visto que algunas tribus nativas americanas la llamaban la «Superluna de las flores» porque coincide con un momento de floración.
Y he seguido investigando y leyendo.
Arrastrada por el magnetismo de la luna.
Luna de la madre.
Luna de la leche.
Luna de la siembra.
Mientras leo siento la sangre salir de mi cuerpo.
Una menstruación que diría se adelanta pero que, al ser la noche de la luna de sangre, igual es más correcto decir que es puntual a su cita.
La luna, nuestros ciclos, las mareas, nosotras.
Se llamaba lunática a aquella persona en la que cambiaba su humor en función de la luna.
Y se asociaba a la locura.
Como si la naturaleza no nos afectase.
Como si no fuésemos parte.
Crecientes y deseosas.
Llenas y felices.
Menguantes y melancólicas.
Nuevas para renacer.
A veces seguimos sus mismas fases.
Y no estamos locas.
Pero sí que somos un poco lunáticas todas.
Superlunáticas de sangre.
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