Me gusta que me llamen bruja

¿Cómo no ser aquella que vuela por los aires, esa hereje que amenaza la religión, se ríe a carcajadas, tiene el pelo siempre despeinado, una nariz grande, no pertenece a ningún lado y no sabe cocinar más que malos brebajes cada vez que entra en la cocina?

Me gusta que me llamen bruja. Y mis amigas me llaman así. Esa imagen de mujer “mala y rebelde” (para quienes se vieron amenazados por el poder femenino, la sabiduría y nuestro poder sexual). ¿Cómo no ser aquella que vuela por los aires, esa hereje que amenaza la religión, se ríe a carcajadas, tiene el pelo siempre despeinado, una nariz grande, no pertenece a ningún lado y no sabe cocinar más que malos brebajes cada vez que entra en la cocina? Esa he sido yo.  ¿Cómo no ser feliz siendo fiel a nuestra naturaleza salvaje?

Nací bruja salvaje y estoy predestinada a serlo. Un adjetivo que tantas connotaciones negativas arrastra y se empareja con otros tantos adjetivos: loca, histérica, egoísta, liberal y rebelde. Esa naturaleza femenina que te hace soltarte el pelo, gritar lo que quieras cuando haces el amor, tomar una mochila e irse largo, ser desobediente.

Quizá a veces también olvidamos que llevamos una herencia de mujeres “brujas” que fueron rechazadas socialmente. Y ellas, al igual que nosotras, siguen siendo fieles a su naturaleza rebelde. Mi madre supo irse de su casa sin más que la ropa que llevaba puesta, caminando al lado de un hombre divorciado de pelo largo que su mamá jamás iba a aceptar por su fervor católico. También quiso ser la primera mujer en no ir a trabajar al campo y salirse a estudiar, a pesar de no tener el más mínimo apoyo de su familia. También salió a trabajar, tuvo hijos y los educó a su manera siendo el marco de miles de críticas y como ella dice alguna vez: “Me enojaba que pensaran que los hijos de una mamá trabajadora tenían las manos llenas de tierra¹¨.

Pero no solo esa herencia nos predestina. Nos predestina la historia de mujeres como nosotras; de Sor Juana Inés de la Cruz, de La Malinche, de Frida Khalo o de Pancha Carrasco. Nuestras batallas ganadas son tan diversas y no podríamos contarlas en las letras de este texto. Y ¿de qué manera lo lograríamos si no fuera con nuestra rebeldía, nuestro espíritu indomable que ha sido tan negado? Desde explorar libremente y sin estereotipos nuestra sexualidad, hasta crecer mano a mano profesionalmente en ambientes de trabajo meramente masculinos, hasta el simple hecho de decir NO a algo que no nos gusta. Cualquiera que sea nuestro logro, todos llevan una parte de “bruja rebelde” que los impulsa.

Seguiré siendo desobediente y bruja porque es el impulso que me lleva a conquistar nuevos mundos internos y externos. Me hace conocerme, encontrar belleza en la adrenalina, sentir un vacío en el estómago, saberme capaz de ir a meter mis pies en la arena un día cualquiera, o simplemente encontrar amor en la espontaneidad de un beso.

Este viaje interno en donde tenemos nuestras batallas y nuestros logros sigue siendo para la sociedad una parte transgresora del orden normal. Por eso somos herejes y rebeldes. Y finalmente encontraremos que el hechizo más poderoso de todos es encantarnos a nosotras mismas.

Nayuribe (Costa Rica)