Si bien toda mi vida he sido una niña gordita, “anchita de huesos” o “grande” (que decía mi madre), lo cierto es que desde preescolar he llevado el maldito cartelito en la espalda.
Cuando eres pequeña, ser la niña gordita nunca es bueno, a menos que desarrolles un humor especial hacia ti mismo, algunos niños pueden ser muy crueles, y en la adolescencia unos mamones. Cualquier defecto o cualidad que no entre dentro de lo «normal» será utilizado en tu contra como arma arrojadiza que cual estigma llevarás, aunque hayas decidido que no piensas tolerarlo.
En mi niñez/adolescencia, me he encontrado a mucha gente que me recordaba cada día lo imperfecta que era, con esas frases tan arrebatadoramente originales como “ballenator” o “foca monje”. Todo un alarde de diarrea mental que, por mucho que me empeñase en pensar que con los años se les pasaría, era mentira cochina. Hay gente que madura, es evidente, y con los años reflexionan y dicen “si hablo con ella/él igual resulta que me cae bien” pero no nos engañemos, hay una gran parte que arrastrarán esa diarrea mental, con la que guiarán sus acciones el resto de sus vidas.
Con la edad del pavo, todo son hormonas y demostrar que eres el más guay de tu clase o de tu grupo. Ninguno nos libramos de esa fase en la que lo más importante son tus triunfos y penurias en tu vida social, y un grano de arena te persigue cual enorme piedra rodante como en las películas de Indiana Jones. Todo esto conlleva que si te ríes o desprecias al rarito, siempre es un punto a tu favor que te hará subir peldaños de popularidad entre tu panda de amigos descerebrados.
Claro, formas parte importante e involuntaria de su popularidad, incluso una vez ya has aprendido que no te tienes que creer todo lo que te dicen; aunque sean unos cansinos que se empeñan en recordarte lo mismo día sí, día también (Que no soy sorda y te escuché perfectamente la primera vez, para mi desgracia). La siguiente reflexión que te viene es “no deben tener espejos en sus casas, porque si no, no me lo explico”. Porque tú los ves, los oyes y ahí no hay por donde sacar ni para hacer medio cocido en condiciones.
Cuando ya te haces una persona adulta, con tus cosicas buenas y malas y ya piensas que todo aquello es agua pasada, llegan estas fabulosas revistas y programas de televisión que te recuerdan que no estas dentro del prototipo de mujer perfecta, ni muy delgada que no tengas tetas, ni lo suficientemente gorda como para que asomen las croquetitas que te cenaste la noche anterior por fuera del pantalón. Maldices por no tener ese cuerpo a base de dietas imposibles, operaciones y “photochof” del que no mencionan nada en el pie de foto. Y aunque te sigues recordando que no te afecta, va haciendo desconchones en tu autoestima y en tus ganas de comerte unas buenas natillas caseras de tu abuela sin sentirte terriblemente culpable.
A mí todo esto me afectó, y aunque hoy en día ya es algo casi olvidado en mi vida, de vez en cuando aflora manifestándose en una timidez y nerviosismo que me reconcome muy a mi pesar. Pero como a todo hay que sacarle el lado bueno, he de decir que aquellos que se acercaron a mí, a pesar de mis diferencias, hoy en día siguen siendo buenos amigos y personas con cerebro que han sabido ver más allá de lo que la sociedad dicta.
Así que seas alta, baja, gorda, flaca, con gafas, como seas, da igual. Sed listas, únicas y perfectas tal y como sois y no os preocupéis por lo que piensen de vosotras gente que no merece ninguna mención, ni atención en vuestra vida. Porque siempre habrá espabilados y espabiladas que se empeñaran en hacer pensar a los demás que son menos que ellos para así poder regodearse e hincharse de orgullo de lo obtusos que son.
Anónima
1 Comentario
Hola chica 🙂
Leerte a sido para mi, una agradable sorpresa. Sè lo que es pasar por todo eso, y aun conservar esquirlas de las batallas (ganadas o perdidas). Desde mi niñez y hasta hace poco dos meses, siempre me consideré como alguien inferior, poco atractiva y decididamente incapaz de sobresalir en el mundo como mujer. Así, que procuraba ocultarme: cero arreglos (no más que los que dicta la limpieza), rabietas en cualquier visita al centro comercial en plan «compras» y traumas eternos con mis novios sobre si habrían notado o no la maldita celulitis, las desagradables «curvas» o la eterna fealdad en mis facciones que me achacaba.
No me siento «curada» aun. A veces no me siento segura de mi misma y eso se nota en mi extraordinaria habilidad para pasar por alto actos de mis semejantes que me lastiman o que no me gustan, Aun asi, a estas alturas es rara la ocasiòn en la que guardo silencio. Estoy empezando a arreglarme, a apreciar mi cuerpo «imperfecto», y a mirar con otra perspectiva la vida. Rio màs, disfruto màs y ya no me paso el dia preguntandome si Carlos (mi novio) habrà notado la ultima vez que estuvimos juntos, ese nuevo gordito que ha decidido hacer su apariciòn debajo del brassier. El no se cansa de decirme que tengo un cuerpo ejemplar, y yo he decidido comenzar a escucharlo.
Quiero ser feliz conmigo misma… de verdad. Quiero poder acostarme con un hombre y no tener en mi mente màs que lo necesario para que mi cuerpo no olvide respirar. Quiero quererme, quiero aceptarme por completo y principalmente deseo fervientemente que con el tiempo pueda llegar a verme como quizas me ven los demás (este video lo explica mejor que yo 🙂 https://www.youtube.com/watch?v=q_bW2YesZbw )
Termino dandote las gracias por poner en palabras lo que muchas sentimos; y si bien para ciertas personas esto es digno de categorizarse como vanidad o ridiculez; seria adecuado recordarles que si ellos mismos tuvieran de si mismos una mala imagen serian incapaces de salir a la calle cómodamente; pero a veces desafortunadamente es mas fácil juzgar, que decidirse a practicar la empatia. Tu y yo sabemos a que me refiero .
Besos 🙂