Una lectora reflexiona sobre los orígenes de la industria del porno y sobre las respuestas feministas a este fenómeno.
Bien lo decía el escritor británico Anthony Burguess: “El propósito del arte es disparar la imaginación, el de la pornografía es mantener la atención anclada en la carne”. Probablemente estimada-o lectora, si no es hoy al leer el titulo de este artículo o en alguna otra ocasión que encontró dos (o más) cuerpos retozando escandalosamente en una pantalla digital, sancionó negativamente el ver películas pornográficas y probablemente ha usted relacionado la palabra con otra que suscita también el escarnio público, la prostitución. Esta relación que nos sucede (a no pocos) en los imaginarios individuales y colectivos no es casualidad, pues es bien sabido, y si no, se lo comparto, que una de las prácticas más comunes dentro del hacer pornografía como industria es la explotación sexual y, por supuesto, económica.
Enseguida de que los Lumiere comenzaron a proyectar imágenes continuas en las que se transmitía movimiento, supongo yo, se comenzó a pensar en mostrar sexo. ¿Por qué no hacerlo si es un acto trascendental en la vida de ser humano? El problema con este supuesto fue que los creadores de porno se toparon con una visión judeo-cristiana occidentalizada en donde el sexo tenía una connotación únicamente biológica y reproductora; es decir, se tuvo que reivindicar “el sexo por sexo”. Además, basada en esta misma forma de entender el mundo, la sociedad, por un lado no quería, ni quiere, ver las sensuales bacanales humanas anunciadas (y menos proyectadas) en la marquesina de sus cines principales, pero sí lo quiere ver en otros lugares que aseguren discreción para su observante… Es así como este género de cine cae en los profundos abismos de la marginalidad y se sitúa entonces en los bordes de la legalidad. En este contexto, los y las trabajadoras de la industria pornográfica se enfrentan, solas y solos, a situaciones, dentro y fuera del set de filmación, de explotación sexual y laboral, de terribles condiciones de insalubridad y de la reprobación colectiva de sus actividades, todo esto con la mirada cómplice de las autoridades de sus respectivas épocas. Con todo esto la industria floreció y llevo a la pantalla toda clase de fetiches y filias sexuales, desde lo más vainilla hasta lo más grotesco y “pecaminoso”.
Así pues, el cine porno consiste en la representación explícita de prácticas eróticas a partir de imágenes construidas expuesta y artificialmente, descuidando cualquier cosa que nos pueda alejar del anclaje de la carne. El diálogo y la historia además maneja un discurso expresamente masculino que se desvincula del placer de la mujer convirtiéndola en objeto, posicionando al hombre como único receptáculo y sujeto del placer erotizado.
Aquí es donde entra el feminismo, y querido lector no vaya a usted a creer malintencionadamente que las y los (si, si hay “los”) feministas odiamos a los hombres, o las mujeres de piernas largas con exuberantes cabelleras y perfectos bronceados, o vaya a creer peor aún, que somos unas perras y nos diga usted lesbianas y se vaya corriendo a quemar esta revista. Las feministas simplemente buscamos, a partir de las innegables desigualdades entre los géneros que acontecen en las esferas publicas y privadas del cotidiano, la igualdad material de condiciones a partir del entendimiento de las diferencias, así las feministas presentamos una visión diversa a la clásica versión masculinizada, y el cine porno no se ha salvado.
Coral Herrera Gómez, conocida feminista española, dice:
«[…]Nuestros cuerpos femeninos se representan siempre listos para ser desnudados, devorados, penetrados, o sometidos; lo mismo sirven para dar placer a un hombre, que para erotizar una película de acción o para vender un perfume. Los cuerpos se exhiben, se operan, se cazan, se venden, se compran, se usan, se intercambian, se fragmentan, se ofrecen a la mirada masculina en todas las pantallas, en todos los formatos. Esa condición de objeto de consumo nos priva de nuestros derechos fundamentales, porque restringe nuestra libertad de movimientos cuando se impone el control masculino.”
Esta cita, en términos de contenido, es el punto de partida de muchas de las conceptualizaciones feministas acerca de la colonización de los cuerpos femeninos, pero como en todas las teorías, existen divergencias, en este tópico algunas corrientes defienden una postura que se puede definir como “¡POR-NO!” al considerar que las películas pornográficas son un producto social que va acompañado de explotación sexual y que perpetúa practicas denigrantes y legitima el sistema de opresión patriarcal. Pero con la llegada de la revolución tecnológica, se han abierto caminos nuevos para las y los realizadoras que tienen formas diferentes de entender el sexo, ya que sin la injerencia de grandes y multimillonarios corporativos, siendo proyectos autosustentables, se pueden idear maneras de mostrar los deseos del líbido siendo libremente antipatriarcales, desmitificando los cánones de las películas porno, mostrando no cuerpos perfectos e irreales, ni gritos fuera del rango del oído humano, ni mujeres que solo disfrutan con el coito: muestran sexo como el que los mortales tenemos.
Así las cosas, nos encontramos con experimentos cinematográficos como los riquísimos “Dirty Diaries”, una serie de 13 cortometrajes exhibidos por vez primera en el 2009 salidos de los recovecos eróticos de directoras y directores de diversas nacionalidades y producidos por Mia Engberg, reconocida cineasta sueca. Sus temáticas varían desde exhibicionismo como forma de apropiamiento del espacio social, pasando por el frutal recorrido de un ano hasta una pelea que culmina en ardiente sexo telefónico. Mientras que la norteamericana Jennifer Lyon Bell con su “HeadShot” nos introduce a un íntimo viaje con referencias al “Blowjob” del inmortal Andy Warhol, otras propuestas de duración más larga son las películas dirigidas por la genial española Erika Lust, cuya última entrega “Cabaret Desire” le ganó el premio a Mejor Película del Año en los Feminist Porn Awards 2012. Pero hay también realizadoras y realizadores que, armados con una cámara digital y literalmente muchas “ganas” sin grandes presupuestos o locaciones, arman un cine casero de contenido feminista magnífico.
Estos son algunos poquísimos ejemplos de que otro porno es posible -entendiendo que la industria del cine pornográfico es sexista, ya que vivimos en sistema capitalista y patriarcal- desconociendo los estereotipos impuestos y discriminatorios, aceptando que la mujer no es un objeto sexual sino un sujeto sexual, reconociendo las diferencias de los placeres mutuos y ajenos, entendiendo que el porno lo podemos producir por nuestra cuenta (claro, con protección). Así que vayan vean, disfruten y gocen; vamos, mójense un poco los labios.
Fátima (22), San Luis de Potosí, México.
3 Comentarios
¿Qué no hay patriarcal en esta sociedad patriarcal, las fenimistas, el diccionario ideológico feminista de la Sau, los hombres, las mujeres, los jferarcas sindicalistas, los y las propioas sindicalistas, quienes van de anarquistas, teóricamente hablando, y luego compran en el día ó en el mercadona…, por ejemplo?.
Se habla demasiado del porno y no del placer que ésta expresión produce. ¿Que también hay rechazo al respecto, y?: es anormal, todo lo que usted no pueda hacer (sexualmente hablando, vamos) -Kynsey- y todo lo que a usted no le da placer -sin violentar a un ser vivo que no acepte lo que usted desea… (Kostas K.).
Demasiadas desconsideraciones hacia el placer en los círculos llamados ALTERNATIVOS y Re-vo-lu-ci-o-na-ri-os; demasiada mojigatería y moral caduca y reaccionaria, sobre todo cuando se pretende NORMALIZAR lo que NUNCA se puede normalizar: tú, eres distint@ a mí, y nuestras circunstancias, no tienen que ser las misma, ni siquiera nuestros deseos ni nuestra orientación sexual, ¿y por eso me tienes que discriminar?. Le queda demasiado al PATRIARCADO para que desaparezca de un plumazo…
Saludos.
Estimada paisana enhorabuena por tu reflexión, sí efectivamente, vamos muchas con nuestras cámaras y cuerpos haciendo propuestas pornográficas a nuestrsa necesidades, físicas, visuales y políticas, decirte algo, Erika Lust es sueca, solo que vive en Barcelona, un beso.
Hartas gracias por la aclaración, yo apostaba a que era española, Fe de erratas. Beso