Trabajar envilece

Una nueva Frida se incorpora a la revista y al mundo laboral. Al de verdad. ¿Será capaz de soportarlo?

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«¡Quién me mandaría ponerme las perlitas blancas, si son del milenio pasado!»

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No tengo ni idea de cómo ha ido la entrevista. La primera vez que consigo una en serio, de un trabajo que no sé si me va a molar, pero, chica, tal y como están las cosas, asegurarme un sueldito, como dice Maca, a estas alturas de mi vida, va a significar un verdadero cambio. Por fin tendré mi propio piso, sin compartirlo; de este verano no pasa que vaya a visitar a las inglesas y pienso ahorrar para gastar como una loca en las rebajas.

¿Habré contestado todo bien? Las preguntas sobre el sueldo han sido peliagudas, que si bruto, que si neto, que si no se hacen horas extras, y si las tienes que hacer es asunto tuyo, ya que buscamos personas con grandes dotes de organización. Tendría que ver mi cuarto.

Ha estado bien ver las instalaciones, supongo que no a todas las candidatas nos enseñarán las oficinas. Creo que sí tengo posibilidades, se ha pasado un rato largo enseñándome todo, el puesto donde estaría yo, el almacén de documentos, su despacho, la oficina de los administrativos, la máquina del café y hasta los baños. Menudo tour, ya habremos estado más de diez minutos.

Y hasta el jueves no me dicen nada. Por lo menos, la mujer parecía seria y me ha repetido que ella siempre llama, si es sí o si es no. Ya veremos. Que me llame, que me llame. Que no pierda el móvil, que no lo pierda, por favor. Prometo estar muy atenta a dónde lo dejo a partir de ahora. Lo voy a meter en el bolsillo de cremallera dentro del bolso. De ahí no se escapa.

 ¿Por qué me miraría tan fijamente los pendientes la entrevistadora? Chica, si los lleva la directora de mi sucursal, será porque los llevan las chicas serias… O porque son espantosos, y es que un poco lo son. Mañana por la noche se los devuelvo a Maca. ¡Quién me mandaría ponerme las perlitas blancas, si son del milenio pasado!

Tengo que dejar de beber vino cada vez que salgo con éstas. Cada domingo lo mismo, ay, ¿donde estará el ibuprofeno? Dos y estoy vendida, pero ¿qué me pasa? Me comí un bocadillo antes de salir para no gastar tanto en tapas y al segundo vino empecé a decir las verdades a todas. Tengo que aprender a callarme; este año empiezo. Miraré y sonreiré, como Sara, que a veces me pone mala con su sonrisa perenne y su mirada inquisidora. Nos investiga, estoy segura. El sábado pasado cuando subió a buscarme me remiró El Pintalabios como si no hubiera otra cosa en el mundo, pero esta chica, ¿no sabe para qué se usa? A veces me asusta. Laura dice que analiza cada una de nuestras palabras, como si fuera una marciana que no entendiera nuestro lenguaje. Laura también se pasa, a veces, qué bruta, la pobre.

Manda narices que después de pasarme el instituto y la carrera estudiando idiomas, haber hecho a mis padres gastarse un dineral en mantenerme todo este tiempo, me tenga que dedicar a contestar llamadas en una empresa de exportación. Y lo peor es que me muero de la vergüenza cuando hablo con alguien por teléfono. A la de las encuestas les cuelgo. Ahora no voy a poder. Qué marrón, pero, bueno, esto es madurar, dice papá: hacer las cosas que no te gustan porque hay que pagar las facturas. Mañana se desvelará el misterio, si sí o si no, como dijo la señora Nomeacuerdodesunombre.

Bien, bien, bien, bien. Empiezo el lunes. Una semana de formación y estoy dentro. Bien. Voy a mirarme la sonrisa en el espejo. De oreja a oreja. Qué horror. Con el primer sueldo me blanqueo los dientes.

MLuz