Avanzar en el silencio y la distancia

Lo difícil de vivir en el extranjero, de dejar atrás tu realidad y tu historia para empezar una nueva vida, el miedo de no saber lo que se aproxima ni cómo salir adelante. Hablamos sobre las mujeres inmigrantes en un país del cono sur y las experiencias recolectadas a partir de ese fenómeno.


Ilustración: Daniela


Una de las realidades con las que crecí en mi país natal, Argentina, es la de la continua inmigración de hombres, mujeres y niñxs desde países limítrofes que llegaron a estas tierras en busca de una mejor situación, esperando poder construir una realidad más vivible, empezar de cero, aprender, adaptarse. Siempre me resultó maravilloso y admirable pensar al menos por un minuto la valentía y el coraje que acciones como estas implican, sintiéndome yo incapaz de alejarme de mi tierra para comenzar una nueva vida lejos. ¿Qué hay detrás de esto? ¿Qué sentimientos se ocultan detrás de una persona que decide dejar todo atrás? ¿Seríamos todos capaces de lograr semejante travesía?

Desde la década de 1990 y aún hoy, Argentina es un destino común para un número importante de inmigrantes de países limítrofes que buscan encontrar en otras tierras más y mejores oportunidades de vida. Argentina es uno de los pocos países completamente abiertos a la recepción y llegada de inmigrantes pero, como suele pasar, la sociedad no muestra siempre la misma apertura. Así, prejuicios, valorizaciones, desprecio y discriminación son cartas corrientes para quien arriba al país y que desea tener un mejor porvenir. Ser extranjerx genera miedo, genera sospechas, genera temor y las sociedades difícilmente están dispuestas a luchar contra esos sentimientos. Estas comunidades viajantes llegan a la Argentina y se encuentran que las cosas aquí tampoco son tan fáciles, que las grandes ciudades no siempre están preparadas para recibirlas y por ende deben armar sus propias historias en los lugares despreciados por muchos, conocidos aquí como ‘villas miseria‘ y expresión de la máxima desigualdad e injusticia social.

En mis años como educadora conocí las historias de muchas personas extranjeras, especialmente de muchas mujeres que dejaron atrás todo lo que poseían, desde lo material hasta los recuerdos más pequeños que con el tiempo se olvidan. Me causa especial admiración la constante lucha silenciosa de las mujeres inmigrantes en mi ciudad que hace años (por no decir décadas) desean lograr una vida digna que quizás no pudieron asegurar en su lugar de origen. Estas mujeres bolivianas, peruanas o paraguayas recuerdan con añoranza, tristeza o nostalgia sus tierras, aquellas donde nacieron, donde fueron parte de una familia, donde tenían un estilo de vida distinto al de un gigantesco centro urbano como Buenos Aires. Muchas de ellas lloran a sus padres que se quedaron, otras se lamentan el momento en que debieron alejarse de sus hijos o maridos, todas miran adelante y piensan en el esfuerzo de todos los días para hacer algo mejor de sus realidades.

Estas mujeres (a las que yo prefiero llamar ‘viajantes’ más que inmigrantes de países limítrofes) son para mí fáciles de identificar: muchas de ellas visten sus ropas tradicionales, llenas de color y orgullo, diferenciándose de tantas otras que han perdido en gran parte su identidad o que la arman y moldean en torno a las modas impuestas. También son mujeres tímidas, introvertidas donde muchas veces comunicarse con ellas implica todo un acto de confianza difícil de lograr. Cuentan con una historia y una tradición a otro ritmo, sin la vorágine de las grandes ciudades, ya que provienen, en su mayoría, de mundos rurales en los que la admiración por la naturaleza es una verdad palpable, en los que las palabras escritas no valen tanto como las canciones o las coplas, en las que la sociabilidad pasa por actos de acompañamiento brazo a brazo y codo a codo sin conexiones electrónicas ni tecnológicas que te alejen del que tenés al lado. Formar con estas mujeres una comunidad, un grupo, un colectivo social, aprender de sus experiencias y anécdotas, de sus identidades, del significado de sus palabras y también de sus silencios, es sin duda una de las formas más enriquecedoras que vivir con extranjerxs pudo haberme dado.

 

2 Comentarios

  1. Laura Gonzalex

    Nunca he sentido temor a lo desconocido o miedo a no saber lo que se aproxima -cito la frase del principio del articulo. Sera algo patologico en mi pero la verdad es que nunca pienso que lo que dejo es mejor que lo que esta por venir, sino muy por el contrario y por supuesto, basandome en mi propia experiencia, lo que esta por venir es siempre mejor.

    Yo creo que la vida es una espiral ascendente, Las experiencias y vivencias del pasado no son mas que una preparacion para lo que esta por venir.

    A menudo , como inmigrante que soy desde hace 25 anos, he coincidido en algunos lugares con otros inmigrantes igual que yo sin conseguir sentir aquella carga de melancolia, de saudade, por lo que deje al partir. Y no me considero un monstruo por ello. Pienso que he hecho mas por mi pais y mis familiares desde la distancia, que estando en el.

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