El circo para equilibrarnos y ejercitarnos, Rocío reflexiona desde una experiencia personal sobre el circo y las capacidades para ejercitarnos de forma rutinaria.
Una carpa con payasos, elefantes y leones*; eso es lo que pasa por la cabeza de la mayoría de personas cuando le hablas de circo. Yo misma, la primera vez que oí hablar de una escuela de circo no me lo podía creer… ¿no era un arte que se transmitía de generación en generación y que desarrollaban familias ambulantes? Muchos años después puedo decir que sí, el circo familiar, con carpas que viajan a lo largo y ancho del mundo, es una parte muy importante del circo actual (y fundamental en la historia circense), pero no es lo único.
El circo es, sobre todo, un arte, pero también puede ser un oficio, un hobby, una actividad física, una elección de vida, un lugar de encuentro… Hay personas que, sin tener ninguna relación con familias circenses, incluso sin haber pisado una carpa, descubren en el circo su pasión y deciden formarse durante años y entrenar duro para hacer de ello su profesión. Y no, no necesariamente aspiran a llegar al Circo del Sol. Porque entre las carpas familiares y el gigante canadiense hay miles de compañías que día a día desarrollan espectáculos que, afortunadamente, cada vez son más habituales en la programación cultural.
Pero, dejando a un lado la parte escénica, de la que podemos disfrutar como espectadores sentades cómodamente entre el público, el circo puede formar parte de nuestra rutina como una forma de divertirnos y estar en forma. Cuando yo era pequeña, fabricamos en el cole las típicas pelotas de alpiste y globos y probamos a lanzarlas al aire con intención (solo la intención) de hacer malabares; incluso algunes de mis amigues tuvo la suerte de probar un monociclo en clase o hacer algún tipo de acrobacia más allá del temido potro. Por suerte, hoy en día hay muches maestres y profesores que, llevados por su curiosidad, han descubierto en el circo una disciplina perfecta para trabajar distintos aspectos de la educación física, como la agilidad (acrobacias, rulo, cama elástica), la fuerza (trapecio, cuerda lisa, verticales), la flexibilidad (telas, contorsionismo), la coordinación (malabares, diábolo, rueda Cyr), la expresión corporal (danza, clown) o el equilibrio (monociclo, cuerda floja, zancos).
Yo, que no soy precisamente una persona deportista, he encontrado en el circo la posibilidad de sentirme ágil, conocer a gente nueva y pasármelo bien. No se trata de convertirse en profesional (para eso son necesarios muchos años de entrenamiento), sino de cambiar un aburrido gimnasio por una actividad más completa y estimulante. Actualmente, casi en cualquier ciudad podemos encontrar clases de iniciación a las verticales, la acrobacia o el trapecio; incluso hay clases en las que probar un poco de todo (y reirte mucho más, claro). En mis clases, comparto volteretas con maestres, ingenieres, dependientes, oficinistas… que, hartes del sedentarismo, han llegado al circo para activar el cuerpo y despejar la mente.
Si tengo que destacar algo de esta nueva faceta de mi vida es el equilibrio. No solo el que pueda experimentar sobre un monociclo o un cable, sino más bien el que hace que me sienta mejor física y mentalmente. Noto como mi cuerpo se ha «recolocado», han disminuido mis dolores de espalda y ha mejorado mi postura, incluso duermo mejor y sufro menos estrés. Además, realizar este tipo de actividades supone un subidón para la autoestima y ayuda a que confiemos en nosotrxs mismxs y en nuestras posibilidades.
Por eso, si os apetece ampliar vuestras aficiones, conocer a gente, fortalecer vuestro cuerpo y sentiros mejor con él, os recomiendo que os animéis a probar y, de paso, conozcáis todo lo que “esconde” el circo y lo que nos perdemos si solo nos quedamos en la frase que abre este artículo.
* Como amante del circo rechazo absolutamente el maltrato animal en los circos, así como las opiniones que criminalizan al circo en general por este tema.
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