Segunda Guerra Mundial, lo que somos capaces de soportar y culpas en la entrada de libros de este mes.
Nacemos egoístas, no nos importa despertar a nuestras madres cada dos horas si queremos comer mediante el mejor de los despertadores; no nos importa interrumpir con un clamoroso llanto, aunque estén hablando les adultes si nuestro pañal está sucio; no tenemos el menor reparo en exigir que dejen de hacer lo que sea que están haciendo si en ese momento tenemos sueño porque que nos acunen debe ser lo primero. Y en esos momentos nuestros progenitores, deben paralizar sus vidas gustosamente, porque sabemos que nosotres somos lo primero, eso sí, en cuanto empecemos a razonar, se vengarán de nosotres, dulces y adorables bebés, gravándonos a fuego el mea culpa.
Sí, lo sé, tal vez he sido algo tremendista, pero es solo para dejar claro el punto de partida: la culpa no es un sentimiento natural, nacemos sin saber de su existencia, sin sentir el menor atisbo de arrepentimiento de lo que somos, necesitamos y sentimos, y sin embargo, pronto nos regala la sociedad una mochila que poco a poco nos va llenando de piedras de las que la mayor de las veces es muy difícil desprenderse.
En concreto, en culturas como la judeo-cristiana, se utiliza la culpa como instrumento para neutralizarnos, someternos, domesticarnos, obligándonos a creer que somos culpables por el mero hecho de nacer, pues nacemos con pecado, siendo en especial las mujeres la fuente de toda perversidad, por no ser suficientemente fuertes para lograr permanecer en el paraíso, y por lo que seremos castigadas eternamente.
«Y dijo Dios a la mujer: Yo multiplicaré tus afanes y tu gravidez. Parirás a los hijos con dolor. Estarás sujeta al poder del varón y él te dominará» (Génesis).
Y como fiel compañera que es, la culpa nos persigue a lo largo de nuestra vida para torturarnos, para martirizarnos sin compasión, como le ocurre a nuestra primera protagonista, Anna, en Los que nos salvaron, de Jenna Blum.
Los que nos salvaron es una novela sobre la culpa, la vergüenza y lo que somos capaces de soportar, o incluso de amar, para sobrevivir. En este sentido, la autora se fija especialmente en el punto de vista de las mujeres y, sobre todo, de las madres que trataban de salvar a sus hijes de la hambruna y de la muerte.
Su protagonista, Anna Schelemmer, se ha negado a hablar de su vida en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial con su hija Trudy, con quien mantiene una relación muy fría, y para quien el único recuerdo de su infancia es una vieja fotografía escondida en la que ambas aparecen junto a un oficial de las SS.
Trudy, que trabaja como profesora de historia alemana en una universidad americana, ha comenzado a elaborar un trabajo sobre el rol de la mujer alemana durante la guerra, por lo que empezará a entrevistarse con supervivientes y, así, comenzará a tener supuestos recuerdos o pesadillas.
Acosada por los fantasmas del pasado, Trudy no cesará en su empeño de investigar hasta descubrir la dramática y desgarradora verdad de la vida de su madre, su supervivencia y su auto-encarcelamiento en la prisión de la culpa.
Siguiendo con la misma temática, encontramos otra maravillosa aunque trágica novela compuesta de tres actos, El lector, del profesor de leyes y juez alemán Bernhard Schlink.
El narrador, Michael Berg, nos describe distintas etapas de su vida, pero todas ellas relacionadas con el amor de su adolescencia, Hanna Frau Schmitz, con quien mantiene una relación durante varios meses hasta que un día desaparece sin dejar rastro.
Antes de mantener relaciones sexuales, Hanna, 21 años mayor que Michael, siempre le pide que le lea en voz alta fragmentos de Tolstói, Goethe, Schiller, Dickens…, gracias a lo cual Michael comienza a valorar el mundo cultural. Años después, Michael, durante sus estudios de Derecho, acude al juicio contra cinco mujeres acusadas de ser criminales de guerra nazis y de ser las responsables de la muerte de varias personas en el campo de concentración del que eran guardianas, lo que provocará el reencuentro de los amantes, ya que Hanna es una de las acusadas.
La última parte de la historia da otro salto en el tiempo para presentarnos a un Michael adulto, presenciando el trascurso de su vida desde que asistiera al juicio contra Hanna y la evolución de sus sentimientos.
En esta novela nos encontramos con una serie de personajes movidos por la culpa, sentimiento que se apodera irremediablemente de sus corazones. Hanna, por sus actos durante el Holocausto; Michael, por haber dejado escapar al amor de su vida; y la que tienen que acarrear les jóvenes alemanes por lo que hicieron sus padres, que pone en el punto de mira el conflicto generacional que sufrió Alemania en un momento determinado de su historia.
Vemos tanto en Los que nos salvaron como en El Lector dos claros ejemplos de vidas que se han dejado consumir por esa fiel amiga de la que hablábamos antes, pero no debemos olvidar que, aunque constantemente la familia, la religión, la sociedad, etc. intente llenarnos nuestra mochila de pequeños sentimientos de culpa, cuyo único fin es inmovilizarnos, nosotres somos fuertes para llevarla o libres para quitárnosla, si entendemos que esa mochila no nos pertenece.
3 Comentarios
Hola gente bella,por favor revisen los errores de redacción,disminuyen el goce de la lectura de tan magnífico artículo. Un gran abrazo
Hola, Marta
Gracias por el apunte, ya la hemos repasado y corregido. Un abrazo! 🙂
No existe la culpa para una persona que asesina a otras, en la guerra o fuera de ella?